El concepto de espíritu en la filosofía hegeliana es una de las ideas más fascinantes y complejas de su obra. Para el lector apasionado, Hegel no es una lectura fácil; uno debe primero acostumbrarse a sus extensas oraciones y a la complejidad de sus ideas, que demandan tiempo y concentración. El espíritu en Hegel se despliega en múltiples facetas, desde el pensamiento hasta la cultura y la subjetividad, y solo a través de una lectura profunda se revela su sentido completo.
Sin embargo, a Hegel lo fusilamos en el acto, antes de escuchar su declaración. Muchos autores presentan esta problemática como el «mito hegeliano». Por tanto, sin juzgar sobre la grandeza, lo idealista, o lo totalitario y determinista que supuestamente fue su sistema filosófico, lo primero a tomar en cuenta, es que el pensamiento de este filósofo se presenta en unas determinadas coordenadas culturales. El racionalismo continental, el Romanticismo, la Ilustración y todo el movimiento intelectual de la Revolución Francesa, tocaron profundamente el pensamiento de Hegel. Los conceptos de espíritu, sustancia sujeto y enajenación son esenciales en la lectura del filósofo alemán.
Cuando Hegel menciona la palabra espíritu no está invocando la noción que el sentido común concibe. Debemos interpretarlo desde las coordenadas del pensamiento romántico, como una noción cercana a la naturaleza y se concibe como una fuerza vital que mueve ontológicamente lo fenoménico.
El espíritu a lo largo de toda la obra de Hegel se autodefine en múltiples momentos. Sobre esta base podemos definirlo como pensamiento, pero también como Ser, pero también se comprende como un movimiento de desgarramiento del Ser al pensamiento y viceversa. El espíritu se revela como una fuerza, como una energía activa, que se exterioriza y se objetiva. Esta fuerza activa en su proceso de exteriorización crea la cultura y en el proceso de auto-movimiento se genera todo el cuerpo materializado de la civilización humana, junto con todo el «cuerpo inorgánico del hombre» (Iliénkov, 1977, p. 194).
El espíritu es una forma de auto-despliegue del pensamiento objetivo, exteriorizado. El espíritu en su objetivación crea desde teorías científicas hasta los talleres, las fábricas, las organizaciones políticas y los sistemas judiciales. El espíritu hegeliano no solo es pensamiento, ni cultura simbólica, ni objeto ideal, también es el movimiento del pensar hacia el Ser. Es el pensamiento en su otro ser, en su realización sensible-corpórea.
Este movimiento del pensamiento al Ser se presenta como una revelación exterior. Es lo que Hegel afirmaría que el espíritu pone en el mundo su corporeidad en forma de finitud. Esta exteriorización del pensamiento hacia el Ser, es un proceso productivo real que se manifiesta no solo en teorías, sino también en la modificación de lo práctico (Iliénkov, 1977, p. 197). En este sentido el pensamiento entendido como espíritu no aparece primero en forma de idea, sino en forma de sentimiento, de representación sensible. Desde la forma más vulgar de sensibilidad, el espíritu en su forma de pensamiento está contenido, inmerso en la sensibilidad. El hombre piensa sin darse cuenta, de su proceso de pensamiento, de la realización de su pensamiento en objetos concretos de técnica, de la ciencia y la moral (Iliénkov, 1977, p. 201). Esto quiere decir que la fuerza del pensamiento objetivo, el espíritu, se objetiva independientemente de la conciencia individual que realiza la objetivación.
Desde el movimiento del pensamiento al Ser, queda una relación de identidad, el pensamiento queda sumergido en su exteriorización sensible. El espíritu está contenido en su objetividad, y se presenta a sí mismo como algo exterior que se opone al pensamiento, al momento inicial del movimiento del espíritu. El espíritu funciona exactamente como describe Iliénkov:
«El pensamiento no se puede ver a sí mismo de otra manera como no sea en el espejo de sus propias creaciones, en el espejo del mundo exterior, tal como lo conocemos merced a la actividad del pensamiento» (Iliénkov, 1977, p. 202).
El «espíritu» en Hegel es materialidad también, es cuerpo en movimiento, así como también es pensamiento arrojado hacia lo sensible. El espíritu no está descansando en algún lugar etéreo. Si seguimos consecuentemente los pasos de Spinoza y de Hegel, dicha noción está contaminada de mundo, es el movimiento mismo de toda la existencia. Es una fuerza ontológica (real) que pone en movimiento todo lo que se manifiesta. Tal como afirma Iliénkov, no puedes hipostasiar las formas lógicas y por otro lado demarcar lo real (Iliénkov, 1977, p. 215).
El movimiento de las formas lógicas del pensamiento está vinculado con el movimiento de lo real sensible. Esta relación de identidad esta mediada por el movimiento del espíritu, que contiene tanto al pensamiento, como su exteriorización. Por tanto, las categorías de pensamiento no son esquemas trascendentales, ni modelos generales de las cosas, las categorías son el resultado abreviado de la experiencia que ha hecho el pensamiento de sí mismo, en su movimiento, vale decir, de su historia. El espíritu deviene para sí, habiendo sido antes en sí (Iliénkov, 1977, p. 228). Esto es el movimiento interno, inmanente de la existencia misma, la vitalidad del espíritu atraviesa internamente al objeto. El objeto es manifestación de su propio movimiento de identidad con el espíritu, su forma exterior en correspondencia a la lógica del movimiento interior. De aquí se identifica un momento de identidad del pensamiento con su objeto. El mundo alberga tanto el viaje del pensamiento al Ser, como lo inverso, del Ser al pensar. El espíritu es precisamente un desembarazarse de un estado de pensamiento hacia lo corpóreo.
De este viaje nace la cultura, la civilización, las prácticas físicas y la distribución espacio-temporal de los cuerpos del sistema. De este momento de exterioridad, nace la estructura misma de la objetividad. Y al pensamiento que intenta conocerse, ahora en su exterioridad, le toca empezar a apropiarse de los modos de actividad plasmados por el pensamiento mismo. El viaje hegeliano es completamente circular, del pensamiento a lo fenoménico y de fenoménico hacia el pensamiento. Como dijera Søren Kierkegaard, se trata de «la tragedia de conocerse a sí mismo», «la angustia de desesperar de sí».
El movimiento del espíritu hegeliano es doble en tanto se conoce a sí mismo y se exterioriza en la objetividad. Este doble movimiento, no es nada místico, es el propio movimiento de una totalidad social. El propio Hegel afirma:
«El espíritu es la vida ética de un pueblo en tanto que es la verdad inmediata; el individuo que es un mundo. El espíritu tiene que progresar hasta la conciencia de lo que es de un modo inmediato, tiene que superar la bella vida ética y alcanzar, a través de una serie de figuras, el saber de sí mismo. Pero estas figuras se diferencian de las anteriores por el hecho de que son los espíritus reales, auténticas realidades, y en vez de ser solamente figura de la conciencia, son figuras de un mundo (…) El mundo ético viviente es el espíritu en su verdad» (Hegel, 1972, p. 261).
De esta idea resulta evidente plantear que, en Hegel, este viaje de auto-reconocimiento, es una forma en que una sociedad se reconoce en su propia objetivación ética, en sus leyes, en sus costumbres. La cultura no es otra cosa que la objetivación del espíritu hegeliano. De ahí que la cultura y la propia realidad son realización de la substancia en sentido filosófico.
El conocimiento es autoconciencia del tejido mismo de la realidad. De aquí se puede tomar como resultado, en el auto-reconocimiento, el momento de identidad del sujeto y el objeto. Entre lo existente y lo ideal. Entre la lógica y el fenómeno. La coincidencia entre el objeto y el conocimiento del objeto, está mediada por el movimiento de lo total (del objeto y el pensamiento del objeto). Si Kant planteaba la pregunta sobre la posibilidad del conocimiento para un sujeto, entonces Hegel hace una inversión ¿Cómo es posible que la totalidad se conozca a sí misma, a través de un sujeto? ¿Cuáles son las condiciones de posibilidad de un sujeto que piense el objeto? El punto de partida de Hegel no es el sujeto distanciado frente a la totalidad infinita. Una totalidad que el sujeto finito intenta comprender y se le escapa. El sujeto hegeliano es el propio movimiento de la infinitud que hace posible la existencia de un sujeto finito que conozca.
El espíritu comienza su movimiento desprendiéndose de lo natural inmediato para pasar a ser esencia, concepto e idea. Este largo movimiento es el espíritu. La característica fundamental es el desprendimiento, su movimiento continuo que lo convierte simultáneamente en naturaleza, en cultura, en Idea, en individuo, pero a la vez no es ninguno de estos por separado, sino todos en cuanto se manifiesta en exterioridad.
Es mediación en movimiento, puro desplegarse sobre sí. Su esencialidad es desprendimiento, es libertad, por cual el espíritu puede abstraerse de cualquier cosa exterior, y aun de lo existente. Es la negación de la individualidad del objeto manifiesto, y al mismo tiempo es manifestación en cada particularidad determinada por su revelación (objetivación).
Garaudy, en sus investigaciones sobre Hegel menciona el carácter esencial de la concepción del espíritu hegeliano. Afirma que este se encuentra así mismo en su propia negación, su propio límite, que lo enuncia y lo supera (Garaudy, 1966, p. 182). Según esta idea de Garaudy, el espíritu tiende al continuo movimiento que lo hace liberarse de la objetivación cosificada. El espíritu hegeliano tiene una cualidad esencial: la negatividad. Esta es el pulso inmanente del auto-movimiento y de la vitalidad (Garaudy, 1966, p. 187). De esta forma el espíritu supera su carácter finito y vuelve a sí mismo, al desprendimiento para alcanzar una nueva determinación finita. El resultado de esto es su constante regreso y desprendimiento, su auto-despliegue como totalidad.
En Hegel, la intención de unidad entre el objeto y el sujeto se define como un Absoluto, como la totalidad entre los atributos espinozistas de la extensión y el pensamiento. El absoluto alberga al sujeto, lo tiene dentro de sí. Según Alexis Jardines, el absoluto hegeliano es una secuela de la unión de Schelling, de la sustancia de Spinoza y la autoconciencia de Fichte (Jardines, 2005, p. 161).
La substancia hegeliana está muy cerca de las concepciones de Spinoza, pero con notables diferencias. La substancia hegeliana en relación con el concepto de espíritu expuesto anteriormente adquiere una nueva característica, la cualidad de movimiento, de autodeterminación. El concepto de vitalidad negativa dada por el espíritu le proporciona a la substancia de Hegel movimiento, negatividad. El efecto es que lo absoluto como substancia sea también actividad, devenir de sí mismo, un continuo recorrerse en constante mediación de sí mismo. Este movimiento vivo de lo absoluto se da a sí mismo conocimiento, la sustancia-conocimiento de sí, substancia-aprehensión de sí, substancia-sujeto. Sustancia que se da así misma determinación. En otros términos, la totalidad produce las condiciones para conocerse a sí misma, lo absoluto da la posibilidad de un sujeto que la conozca. El Ser se conoce así mismo en sus propias determinaciones ontológicas de conocimiento. Lo real se conoce en su propia objetivación de conocimiento. Lo infinito sostiene a lo finito, pero también con Hegel lo finito (activo) empieza la posibilidad de sostener lo infinito. El propio Hegel afirma su nueva ecuación sobre la verdad: «todo depende de que lo verdadero no se aprehenda y se exprese como substancia, sino también y en la misma medida como sujeto» (Hegel, 1972, p. 15). El resultado de semejante premisa, es que lo real no es algo distinto al conocimiento. No existe esa fractura entre lo conocido y la cosa. Lo real es también conocimiento. Cuando el sujeto y la substancia se funden en un mismo elemento (la totalidad consciente de sí) se inicia el proceso de autorrealización del espíritu, el movimiento ontológico comienza su objetivación. Así pues, los pasos para el cierre de la Metafísica están dados, o tal vez para el comienzo de una nueva.
Resumen
Preguntas frecuentes sobre el espíritu en la filosofía de Hegel
El espíritu en la filosofía hegeliana representa una fuerza activa y vital que se manifiesta tanto en el pensamiento como en la realidad. Para Hegel, el espíritu no es simplemente una idea abstracta; es un proceso de auto-reconocimiento y objetivación que se despliega en la cultura, la sociedad y las instituciones humanas.
En Hegel, el espíritu es un puente entre el pensamiento y el ser. Su movimiento implica que el espíritu se exterioriza, transformando el pensamiento en realidad concreta. Este proceso permite que el espíritu «ponga en el mundo su corporeidad», creando no solo ideas, sino también estructuras sociales y culturales.
El espíritu hegeliano es circular porque se mueve desde el pensamiento hacia lo fenoménico y regresa al pensamiento. Este ciclo continuo permite al espíritu transformarse y reconocerse en sus creaciones, haciendo de la cultura y la civilización expresiones de este auto-despliegue.
Para Hegel, la cultura es una manifestación del espíritu en su forma externa. A través de las instituciones, las leyes y las prácticas, el espíritu se objetiva, construyendo el tejido ético y cultural de una sociedad. Así, la cultura no es solo un producto humano, sino el resultado del auto-movimiento del espíritu.
La negatividad activa en el espíritu hegeliano se refiere a su capacidad de superar sus propias limitaciones y evolucionar. Este impulso permite que el espíritu no se estanque en formas finitas, sino que continúe desarrollándose y redefiniéndose en una constante búsqueda de auto-comprensión y libertad.
El Absoluto en Hegel es la unidad entre el sujeto y el objeto, una totalidad donde el espíritu se reconoce a sí mismo en sus propias creaciones. Este concepto implica que lo real no está separado del conocimiento; en cambio, el espíritu es tanto el creador como el conocedor de la realidad en su totalidad.
Referencias
Abbagnano, N. (2004). Historia de la filosofía. La Habana: Editorial Félix Varela.
Atlas Universal de Filosofía. (2006). Barcelona: Editorial Océano.
Garaudy, R. (1966). Dios ha muerto. La Habana: Editorial Edición Revolucionaria.
Hegel. (1955). Lecciones sobre historia de la filosofía en 3 tomos. Tomo III. Mexico D.F.: Fondo de Cultura Económica.
Hegel. (1972). Fenomenología del Espíritu. La Habana: Editorial Ciencias Sociales.
Iliénkov. (1977). Lógica dialéctica. Ensayos de historia y teoría. Moscú: Editorial Progreso.
Jardines, A. (2005). Los afanes del Yo. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales.
ESCLARECEDOR.