La Filosofía explicada a la gente sencilla

octubre 11, 2020

¿Para qué sirve la filosofía? Se podría responder esta pregunta apelando a frases de reconocidos pensadores y encumbrados filósofos; pero eso, no sería nada filosófico de mi parte. No creo razonable abordar una temática si al menos no se practica o conoce. Y para responder esta pregunta es preciso hacer un ejercicio personal de crítica y pensamiento. Al menos algo está claro: la filosofía va de pensar.

Una pregunta tan sencilla conlleva desde las respuestas más sosas a las más crípticas. Por lo general, todo intelectual se siente filósofo: aquel que formula preguntas que nadie más hace; que no teme a enfrentarse a cuestionamientos o temáticas que rocen el absurdo. Sin embargo, esta cuasi-definición es tan funcional para describir a Platón como para describirnos a nosotros mismos con dos tragos de más y emperifollando palabrejas para seducir a una chica. Si fuera así, tendría que conceder a la filosofía el dominio sobre el reino de las cosas inútiles.

Salvo algunos afortunados, pocos han sido los filósofos a quienes se les ha atribuido algún resultado concreto. Trátese de Camus o de algún pensador de taberna, filosofar ha devenido un ejercicio lúdico. Ante cualquier acusación de futilidad se alega como defensa que «la mayoría es demasiado ignorante como para preocuparse de las preguntas que verdaderamente importan». El problema es que «el Ser», «el sujeto», o la irremediable dicotomía entre fenómeno y esencia no sirven para cocinar, vestirse, o salir de paseo.

Por más de una década he pensado en la filosofía con la tozudez del romántico, pero  no he sido capaz de digerir la idea de que algo que amo tanto sea tan lúdico o tan inútil. Nada ha logrado convencerme.

Yendo a la etimología de la palabra filosofía de «filos» y «sophia» significa «amistad al conocimiento». A diferencia del sabio, el filósofo no se las sabe todas. Es un humilde receptáculo. La verdad o utilidad de las cosas no es una cuestión que dependa de su criterio. Esta idea etimológica por supuesto está enraizada a la imagen que nos llega del primer proto-filósofo Sócrates: un viejito andrajoso que se dedicaba a hacer preguntas incómodas a gente desconocida.

Pobre Sócrates; tan incómodas eran sus preguntas que lo condenaron a muerte. Vivir cuestionándolo todo no es un modo de vida recomendable. No te ganas el pan así; no produces nada así. Cuestionar es una forma de destrucción y la destrucción indiscriminada, salvo en la guerra, nunca ha sido un buen oficio. No nos extrañe que alguien que se dedique al cuestionamiento sea tratado en la mayoría de los casos —siempre que no triunfen sus cuestiones— como un enemigo.

De lo anterior se deduce que por más filósofos que existan, no existe tal cosa como el oficio de filosofar. Nadie se dedica a filosofar para vivir (sino más bien para morirse de hambre). Pero también hay una realidad muy aplastante: no hay ningún ser humano que en su haber cotidiano no se haga cuestionamientos a sí mismo.

Si filosofo es el que filosofa, y filosofar tiene que ver con formular preguntas incómodas, entonces todo ser humano durante su vida se comporta filosóficamente. Esta idea pone en entredicho que la Filosofía sea un arte/ciencia creada por los griegos y cultivada en occidente. Incluso demerita la idea de que la Filosofía se originó en Oriente. Continuar esta línea de pensamiento supondría una comprensión más amplia.

No existe un solo avance de la humanidad que no haya partido de un cuestionamiento. Cuando leemos —o intentamos leer— los estudios de Einstein sobre la Teoría de la Relatividad vemos que pone en entredicho a la física de su época; lo mismo pasa con otros científicos, con las ciencias técnicas, con los oficios, y así sucesivamente hasta llegar a preguntas tan simples como «¿por qué sigo casado con tal persona si no la amo?».

Asumiendo esta idea podemos entonces identificar al primer filósofo de la historia humana; incluso visualizar el momento exacto en el que hizo su primer descubrimiento: «contemplando un árbol fulminado por un rayo, sintió el calor del fuego, los miembros de su tribu les temían a las llamas, pero él cuestionó la naturaleza salvaje del fuego. Se aproximó al árbol. Tomó una rama. Encendió la primera hoguera. Calentó a su familia, iluminó la noche y espantó a las fieras».

Pensar no es algo que se pueda arrancar del ser humano. Un niño de apenas 5 años puede hacer más de 300 preguntas en un día. Y más de 300 veces en la vida un adulto se hace preguntas cual si fuera un niño. Filosofar es atreverse a descubrir algo nuevo en lo conocido. Es plantearnos aquellas preguntas que —parafraseando a un amigo escritor— nos preguntamos con la aspiración de no caer en las mismas preguntas.

Durante siglos la filosofía ha sido concebida como una carrera cuyo contenido se apoya fundamentalmente en las ideas de los filósofos conocidos. No forma pensadores, sino antologadores del pensamiento. Y es importante estudiarlos, pero también darles salida. Se ignoran otros campos del conocimiento que sirvan para encaminar inquietudes, y la vacuidad de la investigación se disimula con la rareza o la oscuridad. Esto es fruto de un sostenido problema de enfoque.

Hegel —queridos lectores— no sirve para nada por sí solo, como tampoco sirve para nada saber resolver problemas matemáticos que devengan en ecuaciones de «3 con 3». Pero sirven para entrenar la capacidad de identificar problemas y de resolverlas. Por algo Platón, al fundar la Academia instituyó como requisito obligatorio que los estudiantes dominasen la matemática.

Filosofar es como correr: todos podemos, pero eso no quiere decir que todos somos atletas; enfrentar la calidad de nuestras ideas contra los grandes hombres y mujeres de la historia del pensamiento es como competir contra campeones  olímpicos.

La calidad de las ideas puede ser medida en la práctica misma del pensar. Usualmente la gente se confunde y valora como filosófica cualquier reflexión por lo oscura y bizarra que sea. No. Las preguntas filosóficas son aquellas que ponen en duda la utilidad de preguntas inútiles. Y así como cambia la vida y el cosmos, lo hacen los problemas. Por ende, siempre harán falta nuevas preguntas ya sea para resolver problemas nuevos o para recordarnos los límites de lo contestable.

Es un hecho: aquellas personas que leen a consciencia tratados de filosofía son capaces de sacar los enfoques más increíbles o de ver lo que nadie más ha visto. A veces el problema se encuentra en las cosas más obvias y las soluciones, a la vuelta de la esquina.

Mirar el mundo con ojos renovadores, poner en entredicho lo obvio, des-canonizar lo establecido: todas estas actitudes son necesarias en la vida de cualquier individuo o sociedad. Cuestionar es vital para avanzar y sobrevivir. La filosofía no se halla enclaustrada en las palabras de personas que ya no existen.  Es, por el contrario, fluencia; hacer correr la mente al ritmo de los latidos del corazón.

¿Para qué sirve entonces la Filosofía entendida como la acción de filosofar? Sirve para identificar y resolver problemas. Tan sencillo como eso. Si no identifica y no resuelve, pues ni sirve, ni es Filosofía.

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