La Pantalla Como Mediadora de la Experiencia Natural

La Autonomía de los No-Vivos - Cuarta Entrega
diciembre 21, 2020
pantalla representación experiencia natural

Foto: Luis Valladolid

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Todas nuestras experiencias han quedado mediadas por la pantalla. La pantalla crea una separación dentro del espacio en el que suceden los acontecimientos (ya sean artísticos o cualquier escena de la vida cotidiana convertida en «evento» por el usuario) y nos exime de la contemplación libre. De aquí surge la necesidad de compartir aquello que registramos pero que en realidad no vemos ya con nuestros propios ojos, o como diría Juan Martín Prada: «una visura sin mirada humana».

El ver y las imágenes en el tiempo de Internet
El ver y las imágenes en el tiempo de Internet | Juan Martín Prada

No deja de ser paradójico que, para registrar la experiencia, para hacerla parte de nuestro relato y de nuestra existencia en cuanto que nos damos socialmente en la red, nos valgamos de un soporte artificial y tengamos que alejarnos de vivir directamente la experiencia a través de la totalidad de nuestros sentidos y del sentido natural de la contemplación en pro de las labores de producción. Al trabajo, a la necesidad de hacer real tanto la experiencia como el protagonismo por medio de la compartición, responde afirmativamente la presión de alimentar a unos seguidores —consumidores que reafirmen este Yo-exhibido. Este deseo de manifestar la libertad y hacerla pública, viene seguida paradójicamente de una esclavitud emocional y social a los medios de producción.

En septiembre de 2015 se viralizó la imagen que tomó John Blanding para  The Boston Globe durante el estreno de la película «Black Mass (2015)». En la foto aparecía Betty Sushman, una anciana de 88 años apoyada en una de las vallas que le separaban del elenco. En la escena, vemos a Betty rodeada de una multitud exaltada por captar y compartir el evento a través de sus smartphones. La figura de Betty nos transmite un sentimiento de despreocupación y también la sensación de ser la única que realmente está presente en el acto. Mientras que el foco del público que le rodea está tensionado por la obsesión de no perder el registro y apenas mira directamente la escena, Betty — decía Mark Gartsbeyn en 2018 para el Boston Globe — «simplemente lo asimila todo con una sonrisa de labios apretados, como una Mona Lisa contemporánea en sus años dorados. Ella está viviendo el momento».

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Si nos preguntamos qué ocurre, si alguien nos preguntase, tras varias horas viéndonos contemplar la pantalla, «¿qué miramos?», «¿qué está ocurriendo delante de nuestros ojos?», nos vemos en la mayoría de los casos obligados a responder, «Nada». Porque realmente nada relevante está pasando mientras contemplamos una realidad que no es tal y que tampoco es la nuestra en este constante flujo de novedades sintéticas y seudo-eventos. Lo que ocurre en nuestras redes sociales, ya sean Facebook, Instagram, Snapchat o Tik Tok es siempre lo mismo-diferente.

¿Dónde está la relevancia de los hechos cuando caducan instantáneamente y los deseos se ven superpuestos los unos a los otros en un flujo constante de información? Como diría Prada: «Se trata de hacer imperceptible el paso del tiempo, haciendo de ese proceso el eje operativo de lucrativas estrategias económicas». Como en toda plataforma publicitaria, la escenografía hedonista aquí es clave para la venta, y se encuentra un sentimiento erótico en este desear, en este acercar la vida cotidiana de los otros que nos provoca tanto déficit de atención y que por muchas actualizaciones que se lancen a la pantalla, jamás se nos mostrarán de manera absoluta y jamás podremos poseerlos de un modo real. Porque el ideal, en cuanto real, siempre se nos da de un modo fragmentario y difuso, nunca como algo absoluto. Ahí radica el erotismo. Aunque pudiésemos relacionarnos con estas personas en el mundo real, estas no alcanzarían la perfección expresada en su representación y mucho menos la adecuación a la idea que nosotros tenemos de ellas. No podríamos dominarlas ni poseerlas para nuestro disfrute al igual que hacemos con sus imágenes. Y como ya mencionamos anteriormente, la imagen, en la mayoría de estos casos, supera lo representado. Lo erótico y lo estimulante está, en definitiva, proyectado en la pantalla 24 horas al día.

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