Foto: Embryo (1934) | Ruth Bernhard
La presupuesta igualdad de los géneros puede ser tan ilusoria como la inferioridad de la mujer frente al hombre. Bajo esta idea moderna de identidad se ha conservado el aspecto femenino como un pedúnculo del varón. Todavía permanece un esquema ancestral en que la mujer es lo Otro.[1]
Por más que se quiera asumir a conveniencia de la igualdad de derechos y unidad del género humano, la forma en que una mujer se desarrolla contiene características, etapas y procesos que la separan del hombre. Simone alude a las diferencias biológicas de peso promedio, fuerza, rasgos antropomórficos, resistencia, hormonas, etc.
Pero las diferencias trascienden el esquema fisiológico o meramente biológico. Más que el cuerpo lo que parece separar a los sexos son sus psiques. Freud a través del psicoanálisis plantea como el desarrollo psíquico del varón y la hembra discurre por caminos diferentes. Plantea que la diferencia en la construcción de la identidad radica en el juego entre la genitalidad y la relación entre padre y madre. El complejo de Edipo y el complejo de castración se esgrimen como causales psíquicas de una separación social, donde lo fálico es el criterio de subjetividad.
Simone, sin desestimar el valor intrínseco del psicoanálisis se enfrenta a Freud y encuentra un hecho importante:
“Los dos reproches esenciales que pueden hacerse a esta descripción provienen del hecho de que Freud la calcó sobre un modelo masculino. Supone que la mujer se siente hombre mutilado: pero la idea de mutilación implica una comparación y una valoración” (Beauvoir, p. 19).
El error de Freud es el mismo al que no pocos investigadores y pensadores han incurrido[2]. Pretende entender a la mujer sobre los moldes del pensamiento masculino. Los puentes de un sexo a otro no pueden cruzarse con ligereza; quizás, si el padre del psicoanálisis hubiera entendido esto, habría reformulado su entendimiento, como hizo con muchas de sus ideas en el último período de su vida. Resulta así sorprendente que uno de los filósofo de la sospecha (Ricoeur, 1970) no sospechase de que asumía hechos sociales como causas.[3]
El cuerpo del hombre nunca podría soportar las tensiones físicas y emocionales de una mujer. Más bien la constante afirmación histórica y mitológica de la primacía del macho, y la fuerza de su sexo entrañan la necesidad de autoengaño. El hombre intuye su debilidad frente a un sexo más entrenado para las dificultades.
Los retos y desafíos a que el sexo masculino siempre se compele, están basados en un complejo de inferioridad, en una duda sobre su verdadero temple. Cualquier mujer podría vivir como un hombre sin problema, pero no cualquier hombre podría soportar un día la vida como mujer. Esta verdad interna se cierne como un látigo sobre el orgullo masculino.
Los varones encubren con la cultura el hecho de que en lo único que aventajan a las hembras es en falta de obstáculos:
“la niña no envidia el falo más que como símbolo de los privilegios concedidos a los muchachos; el lugar que ocupa el padre en el seno de la familia, la universal preponderancia de los varones, la educación, todo la confirma en la idea de la superioridad masculina.” (Beauvoir, pp. 19-20)
Pero por más que puedan señalarse obstáculos, la hembra, quizás con más trabajo que un hombre promedio podría vencerlos todos, salvo en un momento de su vida: cuando es madre.
El acto coital es intrascendente para el cuerpo del macho; en la hembra es otra historia. Acceder al placer implica la exposición al embarazo, a la metamorfosis de su cuerpo; todo cambia. Es como un dejar-de-ser para devenirse en protectora de algo más valioso que en ella se cobija, crece y la sustrae de otras actividades. Desde la concepción hasta la lactancia, la mujer enfrenta una importante serie de obstáculos sociales. [4]
Estas limitantes, no obstante, no son determinantes si la mujer puede decidir sobre si asumirlas o en qué momento. Es así que la primera forma de control y sometimiento del hombre fue esclavizar a la mujer a la cama y la concepción. De esta forma las limitaciones se convierten en servidumbre, cadenas que impiden de la mujer participar en otras tareas económicas fuera de la casa y la crianza de la prole del varón. [5]
La rusticidad del trabajo en la sociedad premoderna perpetuó un esquema donde los varones impusieron su fuerza y su lenguaje. La mujer durante incontables siglos asumió una condición perfectamente equiparable a la de un esclavo. Sin voz, sin voto, sin independencia, sin soberanía. Los casos de mujeres emancipadas eran tan extraños como los de un liberto y tan mal vistos como uno.
Pero cuando en el siglo XIX la producción se industrializa; cuando más brazos son requeridos; cuando no es preciso más que la destreza para mover una palanca, comienzan a desaparecer las barreras que materialmente justificaban las cadenas.[6] Simone señala que si la mujer “procrea libremente, si la sociedad acude en su ayuda durante el embarazo y se ocupa del niño, las cargas maternales son ligeras y pueden compensarse fácilmente en el dominio del trabajo.” (Beauvoir, p. 23)
La sociedad patriarcal se presenta en este sentido como un entramado sistema cuyo objetivo es sujetar a la mujer, sin la cual el desarrollo social se queda trunco. La supuesta superioridad propuesta por la sociedad falocéntrica indica que el criterio de demarcación material de los sexos no es el pene, sino la vagina. En el momento en que la mujer retoma el dominio sobre su capacidad de procrear, esta estructura se viene abajo.
Hoy el sistema de construcciones de hombre y mujer basados en la reproducción de la especie se deforma y se desmonta. Como consecuencia inmediata los límites conceptuales entre lo femenino y lo masculino se desdibujan. Esta deconstrucción ha llegado a tal punto que comienza a emerger una figura social que ya no es ni hombre ni mujer; pugna con el lenguaje y pretende su desmontaje. Poco a poco, la nueva imagen de la sociedad no es ni masculina ni femenina, sino hermafrodita.
Qué lugar ocupamos en este proceso y cómo lo asumamos requiere por tanto desmontar todos aquellos imaginarios que supongan aceptar acríticamente hechos como causas. Implica ser capaz de pensar la condición de varón y hembra desde una dialéctica diferente de la habitual.
El principado del hombre sólo es en tanto así se le conceda. La condición de posibilidad de la mujer de ser madre solo será un obstáculo social en la sociedad moderna en la medida en que se tolere. Las nuevas luchas feministas y su aplicación material requieren además de acciones de una nueva crítica. Reconstruir la mujer desde su cuerpo y espíritu ha de ser una de las principales tareas teóricas del presente.
Notas
[1] (…) equivale a decir que no existía entre los sexos una relación de reciprocidad. (Beauvoir, p. 3)
[2] Freud peca más que otra cosa de ingenuo. Es irónico, pero uno de los maestros de la sospecha nunca llegó a sospechar que su condición de hombre le limitara en el entendimiento de la mujer. Su ingenuidad dio al traste con una nueva fundamentación de la mujer como Otro. Él reconoce la insuficiencia en el estudio de la sexualidad femenina: “(…) en general, hemos de confesar que nuestro conocimiento de estos procesos evolutivos de la niña es harto insatisfactorio e incompleto” (Freud, 1924); no obstante, no llega a preocuparle que haya un fallo sustantivo en su concepción sobre el desarrollo de su teoría aun siendo insuficiente para el género femenino.
[3] La soberanía del padre es un hecho de orden social, y Freud fracasa al explicarlo.” (Beauvoir, p. 19)
[4] “(…) contrariamente a una optimista teoría cuya utilidad social resulta demasiado evidente, la gestación es una labor fatigosa que no ofrece a la mujer un beneficio individual y le exige, por el contrario, pesados sacrificios.” (Beauvoir, p. 15)
[5] “hay profundas analogías entre la situación de las mujeres y la de los negros: unas y otros se emancipan hoy de un mismo paternalismo, y la en otros tiempos casta de amos quiere mantenerlos en «su lugar», es decir, en el lugar que ha elegido para ellos” (ibídem p. 8)
[6] “una de las consecuencias de la Revolución Industrial fue la participación de la mujer en el trabajo productor: en ese momento las reivindicaciones feministas se salen del dominio teórico, encuentran bases económicas” (ídem)
Muy interesante artículo. Y se puede disfrutar el valor necesario de pensar a la mujer y su ontología; pero considero que también se debe cuestionar algunos puntos ciegos del discurso «feminista» actual. En primer lugar como se asume de forma inmediata el concepto de patriarcado sin hacer un estudio de la historia del concepto. Luego viene la idea de la conspiración «silenciosa» contra la mujer en la historia, sin tomar en cuenta si toda la historia de la humanidad a sido patriarcal o no??? El matriarcado existió y hoy nadie habla de cual era la estructura social que define esa sociedad. Saludos!!!
Muchas gracias Gabriel por su comentario. Pasaremos sus ideas al autor. Tenga un buen día.
Saludos. Interesante. Sin embargo hoy día circunscribir la emancipación de la mujer y la abolición del patriarcado a la autonomía de la mujer en cuanto a la maternidad, es reduccionismo. Si no, en sociedades donde el control de la maternidad es muy alto, como Suecia, Suiza, etc; no existiría tal cosa como «sociedad patriarcal». El sistema patriarcal va mucho más allá e implica la dominación casi absoluta, desde lo psíquico, pasando por lo material hasta los ámbitos espirituales del mundo en su concepción sujeto-objeto, logos y razón dominante; siendo lo dominante masculino (sujeto) y lo dominado femenino (objeto), es decir, la naturaleza, la vida, el devenir, la gente, las masas, etc.
Gracias por abrir el debate en temas feministas.
Primeramente, muchas gracias por contribuir a un debate, más que necesario, urgente. El artículo no pretende circunscribir la emancipación de la mujer sólo a la condición de madre. Si sólo fuera el caso el trabajo sería fácil. Lo que intento señalar es la necesidad de una nueva crítica.
Se dice fácil, pero es difícil. En tanto autor hombre mi preocupación por un objeto de conocimiento que es un sujeto objetualizado y en el cual se opera con la lógica de A=A, B=B y por ende A no es B trae grandes dificultades. No puedo entender a la mujer no parto de un principio de epistemologicamente suficientemente o eficiente. Creo que la diferencia inicial desde una dimensión material primigenia está en su condición de engendrar vida… El cuerpo del hombre es notablemente menos complejo que el de la femme. De ahí creí encontrar un punto.
Por otra parte, este punto de partida no indica que por mero entendimiento desaparezcan todas las formas posibles de dominación. Sólo planteo una tesis – que no pretendo absolutizar- y es que el primer paso de emancipación individual de una mujer frente al hombre es cuando toma control de su cuerpo en su punto más radical y eso es la reproducción. A lo largo de mi vida he observado que las mujeres más emancipados o libres la tendencia opera a que optaron por no tener un hijo o si lo decidieron asumieron tal contexto desde una óptica absolutamente diferente de la idea de que una mujer se consuma como madre…
Reconozco la importancia de las transformaciones estructurales en pos de la eliminación de la solapada esclavitud que se vive en algunos lugares y sociedades todavía. Pero a su vez soy del criterio que si la liberación no viene desde el individuo, desde adentro empujada por una fuerza espartaca entonces acudimos a cambios de nombres y movimientos de aparentes cambios. Primero se ha de tomar consciencia y control del cuerpo.
No obstante, creo que es un tópico que amerita los necesarios contrapunteo como estos. El debate y el contrapunto nunca debilitan a una causa, tan sólo el silencio. Así que ante todo invito a que el debate continúe ya sea como comentario o artículo.
Una vez más, gracias.