“Aquella noche soñé que un virus desconocido había infectado a nuestro pueblo. Las ratas somos capaces de matar a las ratas. Esa frase resonó en mi bóveda craneal hasta que desperté. Sabía que nada volvería a ser como antes. Sabía que solo era cuestión de tiempo. Nuestra capacidad de adaptación al medio, nuestra naturaleza laboriosa, nuestra larga marcha colectiva en pos de una felicidad que en el fondo sabíamos inexistente, pero que nos servía de pretexto, de escenografía y telón para nuestras heroicidades cotidianas, estaban condenadas a desaparecer, lo que equivalía a que nosotros, como pueblo, también estábamos condenados a desaparecer.”
Roberto Bolaño (El policía de las ratas)
No cabe duda de que hoy vivimos bajo el signo del miedo. Un estornudo asusta y una toz tímida levanta sospechas; cuando unas gotas de saliva o secreción nasal les cambian la vida a miles y otros solo sufren de comezón en la garganta. No resulta difícil recordar aquel cuento de Chéjov (La muerte de un funcionario) donde toda la trama gira en función de un estornudo, el azar irresistible de estornudar cambia el orden lógico de la vida de Iván Dimitrievich (El sujeto) y la racionalidad de la vida se disuelve en un acto tan efímero como estornudar.
No hay nada más lejos de la biología que este cuento de Chejov, pero sí, nos trasmite la sensación de fragilidad de nuestras vidas modernas; una irracionalidad frente al hecho sencillo de ver la muerte en el aliento del otro. Cuando por acto narcisista preferimos papel sanitario frente alimentos o medicinas, o tal vez por comodidad o neurosis, este hecho pone en evidencia cuan acostumbrados estamos a nuestros pequeños placeres, nuestros hábitos consentidos de poder elegir qué consumir. Cuando un hecho fortuito y real aparece en nuestra consentida sociedad contemporánea corremos como Iván Dimitrievich a corregir el error, el azar que pueda cambiar nuestra seguridad mimada, en el caso de Iván corrió a cumplir con su deber ético de comportamiento, hoy la mayoría de nosotros no corremos por medicamento y alimentos, sino por el placer se sentarnos cómodamente a defecar. El mundo se puede acabar, tus abuelos y los acianos pueden morir; pero el hecho íntimo de estar sentado en el baño se convirtió por momentos en este siglo XXI en un ritual de victoria, nuestras heroicidades cotidianas no están a la altura de todo lo que la humanidad hoy posee a su mano; y frente a los contemporáneos de otras épocas simplemente podemos parecer malcriados y consentidos frente a los hechos universales.
Es comprensible reaccionar frente a cualquier novedad que atente contra nuestra vida o desarticule nuestra rutina social; el coronavirus es un hecho indiscutible, una prueba evidente de cómo el azar y la biología le roban el sueño a los economistas y políticos. Nunca antes hemos tenido la prueba tan incuestionable de cómo el concepto de totalidad hegeliano está presente en nuestras narices, o más bien, en nuestra respiración y nuestras mascarillas faciales. Añada un murciélago, un pangolín (supuesto mediador biológico), un mercado de alimentos en China y un nativo hambriento para crear un suceso biológico. Una acción fortuita que nos recuerda a Hegel o a esas teorías matemáticas o físicas donde el aleteo de una mariposa en la costa crea un tsunami en el Pacífico. En muchos momentos escucho una y otra vez de boca de otros científicos sociales la idea de renovar a Hegel, Kant, Nietzsche, Marx y Freud; sin embargo, me considero más fiel a la idea se Žižek de mantenernos fieles a una pregunta: ¿Cómo precisamente Hegel, Marx, Nietzsche o Freud pueden juzgarnos a nosotros? ¿Desde qué lente podríamos mirar esas batallas que el sujeto contemporáneo enfrenta con elocuencia y victimismo hoy en día? Intentar acomodar a un pensador o una teoría a las “circunstancias actuales” siempre me ha sido sospechoso de esconder un patrón de comodidad frente a la exigencia real de una determinada idea y la radicalidad que implica asumir nuestros excentricismos contemporáneos.
El coronavirus es algo real, algo serio que tomar en cuenta, pero también es en sí mismo un punto ciego a partir de donde emerge nuestra sintomatología social. La biología y las ciencias sociales entablan un diálogo silente. En ambas se encuentran nuestras respuestas y formas discursivas sobre un hecho donde la naturaleza biológica y el hombre se encuentran en el mismo nivel; los ideólogos inmediatamente hablan de culpa, de la naturaleza “pura” (como si el hombre no fuera parte de ella) y del medio ambiente. Por un lado, se usa como excusa política para legitimar acciones y sistemas; por otro las farmacéuticas en silencio producen mercancías como nunca. Nuestro imaginario nos regresa a tiempos pasados algunos entre fantasía y relatos históricos hablan de la peste y la gripe española. Mientras muchos mueren, otros trabajan para salvar vidas, gran parte de la sociedad reacciona a este hecho en función a la ficción ideológica a la que pertenecen; cualquier científico social queda seducido por observar el comportamiento humano en estos días de pandemia. Desde el lente de Hegel, sin duda, estamos frente a un hecho universal; algo que de forma independiente de la subjetividad empírica o ideológica de cada sujeto tiene un impacto en la totalidad de las relaciones humanas hoy en día. Algo que conecta acciones desde un extremo a otro de este planeta, un hecho que solo podrá ser juzgado ya en concepto cuando su vitalidad se desplace hacia la reflexión y no la vivencia existencial de hoy. Desde una perspectiva hegeliana este es un hecho de impacto universal, a tomar en cuenta no solo en términos biológicos, epidemiológicos y de salud pública, nuestra reacción al coronavirus desde el punto de vista de las ciencias sociales es un fenómeno a estudiar como un hecho universal; desde todas las esferas de nuestra actividad hay un impacto y este impacto muestra también mucho de la subjetividad social contemporánea.
Sin caer en relatos “proféticos” hacia la izquierda o hacia la derecha desde Hegel podríamos afirmar esta universalidad, este hecho azaroso que expresa lo real, aquello que no es posible conceptualizar, pero de forma inmediata se nos enfrenta en términos universales. Un hecho que desde nuestra particularidad empírica queremos incluirlo en nuestra narrativa ideológica, pero se resiste como esa centralidad que sostiene todas las vivencias particulares sin reducirse a ninguna de ellas. Algo semejante podemos leerlo en la literatura de Gabriel García Márquez con su breve relato “No era una vaca cualquiera”; en este relato emerge una vaca inmutable e inamovible en medio de un pueblo “Y allí estaba la vaca, seria, filosófica, inmóvil, como la simbólica estatua de un ministro plenipotenciario”(Márquez, 2012, p. 115) Nadie puede evadirla, es una experiencia universal, pero al mismo tiempo este hecho vacío en sí mismo, vale decir la naturaleza en su dimensión más pura y carente de sentido, es el punto cero de nuestras reacciones sociales desde comprar papel sanitario, pánico en la bolsa hasta reacciones nacionalistas. Fuera del imaginario ideológico suceden los hechos reales, el virus se propaga, los sujetos se infestan, muchos mueren y otros viven; dejando de paso un colapso en hospitales y el sistema de salud de muchos países.
Nuestros héroes no son los políticos, ni los grandes ideólogos que inventan futuros para nuestras vidas después de este hecho; los héroes reales son todos aquellos que hoy padecen la enfermedad y en el proceso crean inmunidad biológica para toda la humanidad, aquellos que murieron luchando contra el coronavirus y aquellos que prevalecen contra él.
Existe un juego geopolítico donde se proclaman vencedores algunos, tenemos que tomar cierta prudencia teórica para poder reconocer nuestros síntomas sociales frente a estos hechos; permanecer atentos al movimiento social y poder discernir nuestras reacciones ante este suceso global. No cabe duda que en términos de la historia universal este es un hecho que crea nuevas coordenadas de acción. ¿Quién sabrá en el futuro cómo se objetivarán en su forma histórica los hechos que hoy en día vivimos? La verdad nace después de que la reflexión pone su ojo en nuestras acciones y nazca del dolor de muchos una nueva objetividad producto del evento universal que hoy vivimos. “El espíritu sólo conquista su verdad cuando es capaz de encontrarse a sí mismo en el absoluto desgarramiento” (Hegel, 1972). A lo largo de la historia universal de la humanidad nuestra especie ha vivido varias pandemias, mucho mayores y más crudas. Hasta el momento el coronavirus no se ha mostrado tan letal como la peste, o la gripe española por mencionar algunos casos famosos. Su letalidad hasta el momento no es tan alta como para compararse con las grandes pandemias que se registran en los libros de historia. Sin embargo, desde una visión optimista también el coronavirus es una prueba, a través del dolor, de cómo la humanidad supera sus propios retos biológicos, naturales, corporales. El dolor y el padecimiento de muchos hoy es el precio hacia una inmunidad biológica, un hecho que sucede lentamente y de la forma más silenciosa todos los días. Nuestros héroes no son los políticos, ni los grandes ideólogos que inventan futuros para nuestras vidas después de este hecho; los héroes reales son todos aquellos que hoy padecen la enfermedad y en el proceso crean inmunidad biológica para toda la humanidad, aquellos que murieron luchando contra el coronavirus y aquellos que prevalecen contra él. Hoy cada persona que supera el coronavirus es un héroe no solo de sí mismo, sino de toda su descendencia, toda la humanidad caminará segura después de su sufrimiento; en resumen, su cuerpo no solo desarrolla inmunidad para él sino para toda la humanidad en sí. Cada individuo es universal en este sentido, porque su padecimiento es la forma universal en que la humanidad aprende a resistir este virus; por tanto, cada enfermo hoy no solo lucha por sí, también lucha por nosotros como especie histórica. Desde Hegel y desde Nietzsche podemos afirmar que el dolor de hoy fortalece y nuestros auténticos héroes son todos aquellos que luchan contra el virus en su propio cuerpo, allí en sus cuerpos, los enfermos hoy también salvan la humanidad.
Hoy como especie estamos más informados, más conectados, y la globalización inunda nuestras vidas, está claro que como sistema social somos mucho más fuertes que en épocas pasadas, tenemos científicos, tecnología, control sobre nuestras acciones y sobre todo podemos identificar las causas de las enfermedades. Tal vez hoy más que en ninguna otra época la humanidad está preparada para una pandemia; el problema es que el contemporáneo narcisista y mimado de hoy en día cuando siente la ausencia de sus privilegios patalea como niño; quedarse en casa nunca había sido un acto heroico, hoy sin embargo lo asumimos así. Nuestra heroicidad no está en eso, en el sentido que nos privamos de nuestros placeres de consumo al confinarnos en casa, sino en el hecho que cuando lo hacemos lo hacemos por todos. Colapsar los hospitales con contagios simultáneos es mucho más letal que una curva de infección predecible. En términos filosóficos y sociales hoy se pone de moda la biopolítica de Michel Foucault, el control y el manejo racional de los cuerpos del sistema es ya un hecho; la seguridad biológica pasó inmediatamente de ser un asunto individual a uno de estado. Una gripe que les roba autoridad a los ciudadanos y un estornudo imprudente que puede llevarte al confinamiento. Esta es la prueba de que por necesidad o por el desarrollo de la modernidad en su plenitud, el control y la eficiencia de los cuerpos esta hoy más que nunca de moda. El coronavirus es un hecho que cataliza el poder biopolítico sobre nuestros cuerpos y el contemporáneo en su búsqueda narcisista sin duda entregará su carne para poder seguir degustando su exquisita capacidad de elegir mercancías.
Referencias
Bolaño, R. (2003). El gaucho insufrible. Barcelona: Anagrama.
Cuentos de grandes escritores rusos. (2009). La Habana: Editorial Arte y Literatura.
Deleuze, G. ( 2013). Nietzsche y la filosofía. Barcelona: Anagrama.
Eagleton, T. (1997). Ideología. Una introducción. Buenos Aires: Editorial Paidós.
Hegel. (1955a). Lecciones sobre historia de la filosofía en 3 tomos. Tomo II. México D.F.: Fondo de Cultura Económica.
Hegel. (1955b). Lecciones sobre historia de la filosofía en 3 tomos. Tomo III. México D.F.: Fondo de Cultura Económica.
Hegel. (1972). Fenomenología del Espíritu. La Habana: Editorial Ciencias Sociales.
Mann, H. (1939). El pensamiento vivo de Nietzsche. Buenos Aires: Editorial Losada. S. A.
Márquez, G. G. (2012). Gabo periodista. Colombia: Editorial Maremágnum.
Marx, K. (1973). La ideología alemana. Moscú: Editorial Progreso.
Zizek, S. (2003). El sublime objeto de la ideología. Buenos Aires: Editorial Siglo Veintiuno Editores.
Zizek, S. (2008). Cómo leer a Lacan. Buenos Aires: Editorial Paidós.
Zizek, S. (2010). Lacan: Los interlocutores mudos. Madrid: Ediciones Akal.
Un tanto rebuscado pero elocuente. Los comentarios sobre el papel higiénico fue lo que más disfruté. El tema más profundo que toca en su texto Gabriel es el carácter universal del fenómeno. Realmente el coranovirus (como todas las enfermedades contagiosas hoy en día) es un fenómeno histórico-universal, un hecho biológico-social. Las enfermedades en seres humanos, incluso aquellas altamente contagiosas, hace tan solo 200 años no podían sino tener un carácter local. Pero el desarrollo de la modernidad convierte cada aspecto de la vida humana en un hecho universal, virus incluidos. La naturaleza se venga de cada una de las victorias que el hombre logra sobre ella. Las megaciudades como New York, muestras del poderío de la razón sobre la materia, se convierten en focos inéditos para epidemias de nuevo tipo. La conquista sobre la forma natural de nuestra locomoción que ha resultado en la increíble capacidad de transportar decenas de miles de personas a diario desde y hacia todos los rincones planeta (alguien puede viajar de Wuhan a La Habana en menos de un día) implica una propagación de dimensiones catastróficas en términos de alcance y velocidad. Como dijeran los biólogos marxistas Richard Lewontin y Richard Levins: «When we change our relations with nature, we also change epidemiology and the opportunities for infection.» (Biology Under the Influence)