la envidia en la filosofía

Y usted, ¿a quién envidia?

Hay dos caminos posibles. Ser como Rafael o como Miguel Ángel. Desear que los dioses descarguen su furia sobre quienes envidiamos o intentar hacer lo mismo que ellos, sin arruinarles la vida
Inicio

“Los envidiosos mueren, pero no muere la envidia”

Molière

La historia es más o menos esta. El papa León X le encargó a Rafael Sanzio, o de Urbino, que realizara una decena de tapices para representar a los apóstoles San Pedro y San Pablo en la parte inferior de la Capilla Sixtina, cuyas cúpula y paredes ya habían sido decoradas por Miguel Ángel Buonarotti.

Rafael aceptó el encargo y los tapices llegaron a San Pedro entre 1519 y 1520. Sin embargo, su destino no fue la maravillosa Capilla Sixtina sino un oscuro depósito. Y allí estuvieron durante casi cinco siglos. ¿Qué había pasado?

Según el historiador Robert Liebert, autor de Rafael, Miguel Ángel, Sebastiano: alta rivalidad en el Renacimiento, el pintor de Urbino “fue víctima de la implacable envidia, desprecio e ira” de Miguel Ángel, quien se encargó de que su obra no opacara la suya. Recién en 2020, por unos días, los tapices compartieron la Sixtina con los frescos de Miguel Ángel, como un homenaje por los 500 años de la muerte de Rafael1.

“¿Y eso qué tiene que ver con usted?”, me preguntó mi psicóloga luego de escucharme con inusitada atención. “Es que… ¡yo también siento envidia!”, grité algo exasperado. Ella se quedó en silencio.

¿Buena o mala?

Al parecer, la envidia es un tema en que filósofos y psicólogos no siempre están de acuerdo. En un artículo titulado Revisando la envidia, Ángel Sánchez Bahillo2 rastrea este sentimiento hasta la Antigua Grecia. Dice que los griegos eran bastante envidiosos, pero que ello los llevaba a evitar males mayores, como tener un líder indeseado.

Pone como ejemplo a Temístocles quien envidiaba a Mitrídates y se encargó de que este exitoso general no recibiera ni las gracias luego de derrotar a los persas en Maratón. “Pagamos un precio muy alto por la envidia, tanto en el desarrollo del psiquismo como en lo social. Pero la envidia puede prevenir la opresión y, entonces, resulta positiva”, dice Sánchez Bahillo.

Soren Kierkegaard también rescata a los griegos y dice que quienes desterraron al estadista Arístides lo hicieron de envidiosos, pero sin empañar su excelencia. Para Kierkegaard, “la envidia es secreta admiración”.

Otro argumento a favor de la “sana envidia”. “Aunque se quiera poseer lo que el otro tiene, este deseo no implica un despojamiento o perjuicio del otro, sino un mero “yo también”. Me dan envidia las personas que están ahora en la playa, pero no quiero que dejen de disfrutar de sus vacaciones, sino que a mí también me gustaría disfrutar del mar”, explica la filósofa Ana Carrasco Conde en su artículo ¿Por qué no se han escrito grandes obras sobre la envidia?3

Otro filósofo, Bernard de Mandeville va más allá. Dice que la envidia es tan natural como el hambre y la sed, pero, justamente, cree que, sin ella, las artes no hubiesen progresado. Luego, cita el caso de Rafael y asegura que no hubiese sido un gran pintor si no hubiera “envidiado” a Miguel Ángel. Bueno, Liebert, como vimos, lo cuenta al revés.

El historiador agrega que Rafael era gentil, agraciado, servicial; todo lo opuesto a Miguel Ángel, quien se vio amenazado por la calidad de su trabajo y se encargó de ningunearlo, como habían hecho los griegos con Mitrídates.

Comparaciones odiosas

Pero si, como yo, creen que la envidia de sana no tiene nada, sigan leyendo. En La conquista de la felicidad, Bertrand Russell explica las cosas de manera contundente: “En lugar de obtener placer por lo que tiene, el envidioso sufre por lo que tienen los demás”. Y luego habla de las comparaciones:

“El hábito de pensar por medio de comparaciones es fatal. Pero los mendigos no envidian a los millonarios, sino a otros mendigos con más suerte que ellos”.

Con Russell coincide el profesor de Filosofía Gordon Marino, quien dedicó un extenso artículo del New York Times4 a la envidia. “Nunca dejamos que descanse el impulso de compararnos con el otro (…). Las redes sociales han generado nuevos panoramas de esta compulsión a compararnos y sentirnos superiores a los demás”. Carrasco Conde concede que “el yo del envidioso se sitúa por encima del yo de los demás, a los que infravalora (…). Le caracteriza, además, un afán de reconocimiento desmedido”.

Resumiendo, hay dos caminos posibles. Ser como Rafael o como Miguel Ángel. Desear que los dioses descarguen su furia sobre quienes envidiamos o intentar hacer lo mismo que ellos, sin arruinarles la vida. Porque, aunque no lo crean, en el mundo hay lugar para todos.

“¿Y usted con cuál de los dos se identifica?”, volvió a preguntarme mi psicóloga. “Con Rafael”, mentí. “Yo también”, agregó ella con una sonrisa cómplice.

  Notas

  1. Capilla Sixtina: cómo la emblemática capilla del Vaticano se convirtió de nuevo en el escenario de la rivalidad entre los maestros Rafael y Miguel Ángel. https://www.bbc.com/mundo/noticias-51553752
  2. Revisando la envidia, Ángel Sánchez Bahillo, Revista del Centro Psicoanalítico de Madrid, Nº 36, 2019.
  3. ¿Por qué no se han escrito grandes obras sobre la envidia?, Ana Carrasco Conde, Filosofía & Co. https://www.filco.es/envidia/
  4. Cómo sentir envidia puede transformarnos, Gordon Marino, The New York Times, 10 de mayo de 2018.

Boletín DK