Tres películas del hoy fallecido señor Davies

Terence Davies era un gran director. Ha muerto bastante mayor, pero como es inglés, aquí apenas nos habíamos enterado de su existencia.
octubre 8, 2023
Guionista, cineasta, novelista y actor británico, Terence Davies
Guionista, cineasta, novelista y actor británico, Terence Davies

Una imagen miente más que mil palabras. A las masas le das una imagen impactante y ya no necesitan pensar más. Las imágenes son mudas, producen su efecto sin pasar por la lógica, van directas a la zona reptiliana del cerebro, si tal cosa existiera. Por eso es tan importante que existan personas que sean honestas y escrupulosas a la hora de fabricar y lanzar imágenes al mundo, porque las imágenes son como el Motor Inmóvil de Aristóteles: atraen sin ser atraídas por nada, movilizan emociones desde su estúpida quietud interior.

Terence Davies era un gran director. Ha muerto bastante mayor, pero como es inglés, aquí apenas nos habíamos enterado de su existencia. Y era un señor muy raro, que hace películas lentas, tristes, profundas y nada experimentales. O que son experimentales de un modo completamente opuesto a lo que entendemos como tales desde Bergman, Godard, Tarkovsky y compañía. Son experimentales de lo clásico, por decirlo así, son como el intento de darle otra vuelta de tuerca a temáticas y estéticas casi decimonónicas. 

La penúltima, The quiet passion, contaba la vida de Emily Dickinson, y estaba escrita por el propio Davies. ¿Quién puede tener la audacia de contar la vida de una agorafóbica, cuya existencia transcurrió enteramente hacia dentro de sí misma, y cuyas producciones poéticas son enigmáticas y espeluznantes, como un relámpago en la noche desierta? Pues Davies lo hizo, y bastante bien. Aparte del sabio uso de la cámara, de la fotografía y de la reconstrucción histórica, es que la fábula versaba acerca de la imposibilidad del amor y de la aceptación erótica de la muerte. Que vaya algún espectador que otro a una sala de cine a ver dos horas de poética de la muerte sin el aderezo de la retórica calvinista, parlanchina y nihilista de Ingmar Bergman, es un logro que sólo este hombre podría conseguir en el s. XXI, con fuerza pero también con delicadeza extremas.

Antes, había rematado Sunset song, el sueño cinematográfico de un relato basado en una novela escocesa del pasado siglo que tardó décadas en conseguir financiar. Esta película es como una historia de Thomas Hardy, pero sin fatalismo, o donde el fatalismo es ambiguo, porque Davies jugaba con el espectador y al final no supimos si la protagonista se miente a sí misma o no. Repito mi asombro anterior: ¿cómo se puede ser Thomas Hardy, del que nadie se acuerda, en el s. XXI, en una cinta bastaste naturalista, sin más música que la que interpretan los personajes, y cuya trama es una defensa del amor, la familia y la vida cotidiana? Pues lo es, con toda la pericia técnica que aporta al director más de un siglo de experiencia cinematográfica. Yo creo que James Ivory no se atrevería a tanto. Hasta Ivory es más luminoso, más alegre, acelera más el ritmo y trata de encandilar al espectador. En Sunset song la perspectiva es la de una mujer, como en The quiet passion, sólo que aquí la protagonista es vista desde dentro, aunque hable de sí misma en tercera persona, mientras que en The quiet passion ocurre al revés: vemos a Dickinson desde fuera, como la ven en cierta manera sus familiares, aunque ella no deja de imponerse y pronunciarse en primera persona.

En la ante-antepenúltima, The deep blue sea, de 2011, también el acento absoluto se puso sobre una sensibilidad y temperamento femeninos, pero aquí no puedo ser muy imparcial, porque Rachel Weisz me encanta en todos los sentidos. La época es ya casi la nuestra, años 50, pero la penumbra y la pena siguen siendo decimonónicas. Aunque el personaje de la Weisz es británico, su pena es casi lorquiana, terrible, lírica y misteriosa, y también de la hondura trágica del «Y sin embargo» de Conchita Piquer. 

Leo en Wikipedia que Terence Davies era abiertamente gay, y no me extraña. No sé por qué -quizá por evocarme una combinación improbable entre Henry James y Almodóvar, quizá porque notaba en todo un toque extraño a mí y fascinante-, lo supe desde la primera película. Ha sido un verdadero placer, señor Davies.

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