Travis Birds. Año X o la soledad en verso

abril 18, 2022

Confieso que llegué a escucharla por casualidad, como casi todos en esta vida. Escuchaba el último homenaje a Sabina, y entre tantos cantores y canciones de mejor y peor factura, salta ella, con la única canción original del disco. ¿Qué mejor homenaje para el maestro que reinventar uno de sus éxitos para ensalzar su ego? Ya lo había hecho Aute con “Pongamos que hablo de Joaquín”. Y Sabina le devolvió el favor cuando tuvo oportunidad.

La primera atracción vino aquí, con una canción irreverente y una voz melodiosa, íntima, pícara. Con la inocencia de desconocer que la composición del tema era trabajo de Benjamín Prado (amigo íntimo de Joaquín) me atreví a buscar toda la obra de esta madrileña. Ansiaba disfrutar de canciones con humor, con la cálida melancolía de los que se ríen de todo. Encontré otra cosa.

Fue una sorpresa grata.

Año X

El disco debut de esta cantautora, y el único que existe hasta el momento, está fechado con el año 2010. Un disco autoproducido, con confianza y fe en su propia música. En el año 2018 realizó una remasterización, ya con una discográfica, y es la versión que obtuve. Por esas fechas (2010), la joven cantautora empezaba su viaje en la música. Y su viaje personal. Se bautizó como Travis, para comenzar de cero, para dejar atrás su pasado y “empezar a ser valiente”. Ahora, el nombre que registra su carnet es una garantía para cuando necesite escapar. Ahora es Travis, y eso es lo único que importa.

La producción musical en cuestión es un canto íntimo. Agrupa diez canciones que atienden a una imagen mayor. Cada una es un pequeño mosaico de la vida, una prueba de sentimiento. Conforman un todo orgánico, como pinceladas del cuadro del mundo. El eje común es la soledad y sus variantes. Cada palabra cantada recuerda que: desde el nacimiento hasta la muerte, por más que parezca que vas acompañado, realizas solo este viaje que se llama vida.

Los temas se engarzan a partir de una sonoridad similar, de vivencias personales que se transmutan en personajes, pero que expían directamente el “corpus” de su creadora. La intérprete perpetúa su sello con su voz y sus palabras. Ninguna historia le es ajena, las comparte desde el centro de su pecho para entenderse.

Desde la canción inicial, “Eduardo”, asistimos al parto del ser. Tanto esta como “Elvis” comparten una temática similar: la validación de la personalidad a partir de la mirada pública. En el primer caso, el personaje se encuentra incómodo en su propio cuerpo. Toda la vida ha buscado patentarse por lo que debe ser, por lo que los demás esperan de él. El escudo que se antepone no soporta más, se resquebraja con la mirada, con un íntimo momento en el cuál un gatillazo le rebela que no puede seguir mintiéndose, que no puede continuar siendo infeliz.  A su vez, en “Elvis” la creación de la corporeidad se evidencia en la rudeza, en la impostura. Recuerda en su composición a Dylan, a la chica que se comportaba como una mujer, que amaba como una mujer, que vivía como una mujer; pero que se quebraba como una niña pequeña. En esta reinterpretación del mismo principio, ella se ve como un chico rudo, baila como un chico rudo, siente y juega como un chico rudo; pero en el silencio de la habitación, en su íntima soledad, se derrite por su único amor. Un poster del rey del rock and roll basta para perpetuar su abandono, para romper su máscara. Idealiza la idea del amor, se siente tan frágil como los demás bajo la coraza que ella misma crea. Tanto ella como Eduardo fingen ser lo que no son. Crean su masculinidad para no arriesgarse a ser ellos mismos, a no sentir como ellos mismos, a desechar su sexualidad. Están solos, en una boda o entre las cuatro paredes de un dormitorio.

Otra manera de asumir la soledad está en la entrega al otro, la supuesta entrega desmedida del amor. La pérdida de la esencia para perpetuarse en el ser que está delante. “Luces extrañas”, “Humo” y “Azul noche” narran este escape, esta desértica sintonía con el mundo. Es la recurrencia a la fuga del sí mismo, una constante en el disco. También es el miedo patentado a través del instinto, la excusa romántica. El otro es un pretexto, una luz extraña que parece existir, que se persigue. Y cuando termina solo queda el humo, la sensación de haber agarrado algo con la punta de los dedos. Un eco lejano de lo que fue una sinfonía. Estas tres canciones marcan la entrada a la noche oscura, al vagar solo por la ciudad. El fondo de las botellas. La nostalgia hierve en la sangre, en cada una de las palabras que llegan al oído. No hay nada más allá del sueño, de la fantasía y las esperanzas puestas en lo ajeno, del disimulo, la coartada para no asumir los riesgos.

Tres canciones definen el nuevo comienzo y posibilidad de desmarcarse de todo. Es parte del viaje de auto-aceptación. “Maggie 1983” es el puente entre la entrega y la vida nueva. La “muerte física” narrada es la oportunidad de una nueva iniciación. Una canción difusa, y que en realidad no tiene ninguna importancia si se escapa de uno, si se escapa del cuerpo físico o de la construcción de la sexualidad del mismo. Lo importante es escapar, levantar el polvo del camino. “La chica del tren” comporta la misma huida. Las dos creaciones mencionadas tienen las mismas notas personales: viajan de la tercera persona a la narración en primera persona del singular. Muestran la identificación del sujeto que se canta con la persona que compone, que cuenta la historia. “Thelma y Louise” cierran la etapa. Huyen con autoconciencia, escapan por voluntad propia porque ese es su destino, su marca negra. Se saben solas, a diferencia de las otras mujeres que componen estas soledades fragmentadas. Si en las primeras dos visiones de la fuga, los personajes escapan para comprenderse a sí mismos, en esta última canción, las dos mujeres escapan porque se comprenden, porque se aceptan en sí mismas. Los personajes fílmicos comprenden su situación, no necesitan excusas, se bastan para ser felices.

Como un halo de esperanza vienen “Alas” y “Creature of the Nigth”. Si antes era el escape el centro del desempeño, ahora es el encuentro. El encuentro por el otro es el reconocimiento ajeno que valida el amor propio, la sensación y la aprehensión de ver el valor de uno mismo a través de los ojos de la persona que está en frente. “Alas” tiene el regusto de la depresión, el sabor metálico de la desolación, del ya no queda nada. Y de pronto, un hilo de luz cuando levantas la cabeza y ves que alguien te mira. Esa sensación de grotesca felicidad que da el encuentro de dos soledades. La criatura nocturna trae esperanzas, es la asimilación de las penas pasadas, el deslinde de la posibilidad para entrar de lleno en el disfrute de la vida.  Trae a rastras el valor sucedáneo de la confianza ajena. Es un sueño de una noche de verano capaz de cambiar la vida. “Creature of the Nigth” sintetiza el pacto con los demonios. Marca la concreción del viaje, el descenso y ascenso del infierno, el despertar del sueño eterno. La apertura de las alas de la mariposa.

Año X es un disco para escuchar solos. Para recordar las experiencias propias. No es un disco de autoayuda, es una confesión. Las diez composiciones son las tristezas versadas de quien se autodefine como “una mezcla entre un niño, un señor muy serio, una tarada y un escarabajo”. Es la comunión de los extraños, de los marginados, de los solitarios. Son canciones sin otra pretensión que salir del alma, de buscar compañías en cualquier lado. Es un disco que vuelca el espíritu, que sobresalta. Un recordatorio constante de las ausencias, de la muerte. Y una esperanza de vida.

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