Simone Weil y el «dejar de ser»

Simone Weil, en efecto, quien murió un agosto hace ya ochenta años a una edad temprana, hizo todo lo que esperamos que haga alguien que se compromete a fondo con los desfavorecidos, con el dolor del mundo
agosto 23, 2023
Simone Weil

The perfect sky is torn

Torn, Ednaswap

Aquellos que comprenden que la Filosofía es algo así como la búsqueda desgarrada y personal (no individual, sino personal) de la Verdad y la Justicia encontrarán pocos ejemplos en la historia de la disciplina de ese tipo de autores; sin embargo, no faltan entre los herejes de las religiones monoteístas o entre los revolucionarios políticos.

Se necesita mucho coraje para ser un hereje, un misionero, un revolucionario o un paladín al estilo de Quijote, y eso, reconozcámoslo, encaja poco con esa suerte de hombre observador y lector que suele ser el filósofo, alguien que, como el propio Thomas Hobbes reconoció, a menudo posee más arte y más miedo que Curro Romero. Sin embargo, hay al menos una excepción radiante y profunda que pasó por el campo minado del siglo XX como una gacela mística, breve y plena, desafiando con valentía la vida y sin rendir cuentas a nadie, ni siquiera a sus contemporáneos filosofantes.

Simone Weil, en efecto, quien murió un 24 de agosto hace ya ochenta años a una edad temprana, hizo todo lo que esperamos que haga alguien que se compromete a fondo con los desfavorecidos, con el dolor del mundo (Weltschmerz, según Schopenhauer) y con el verdadero sentido trágico de las existencias concretas. Logró expresar en palabras sencillas y enteramente propias reflexiones que no deben nada al pasado filosófico y que semejan una correspondencia íntima entre la pensadora y Dios.

En una carta a Maurice Schumann, Weil expresó:

El sufrimiento en todo el mundo me obsesiona y oprime mis facultades; la única forma en que puedo recuperarlas y superar la obsesión es entregándome de alguna forma al peligro y a la adversidad.

Como consecuencia de ello, aceptó trabajar como una mula en una fábrica de Renault, participó en la Guerra Civil Española, diseñó un plan para lanzarse ella misma con un grupo de enfermeras en paracaídas en el frente de la Segunda Guerra Mundial y, en general, se ganó por parte del General De Gaulle el epíteto patriarcal de «loca». Pero era completamente cierto; estaba loca, al menos tan loca como Alonso Quijano, pero en la realidad, no en una novela.

De hecho, un matrimonio que vivía en una granja y que aceptó a Weil como ayudante durante unos meses, los Belleville, dijeron exactamente lo mismo al ver que la fanática se implicaba en los trabajos del campo mucho más que ellos, además de querer saberlo todo y no parar de interrogarles. La pobre señora declaró más tarde: «Mi marido y yo pensábamos que se había vuelto loca de tanto estudiar».Principio del formulario

Weil fue toda su vida una aficionada constante, inquieta y apasionada sin anclaje. Si viviera hoy, en estos momentos estaría en Ucrania, en Siria o en un campo de refugiados, y si se le hubiera dado la oportunidad, habría sido capaz de hacer lo que esa santa (¿Catalina de Siena?) que se dice que se acostaba con los leprosos para aliviarles en su condena.

En sus Cuadernos, Weil escribió:

El método filosófico consiste en abordar problemas irresolubles aceptando que no tienen solución y después limitarse a contemplarlos, fijamente y sin descanso, año tras año, sin esperanza, pacientemente.

Se debe reconocer que con las grandes preguntas no hay realmente otra cosa que hacer más que reflexionar sobre ellas durante toda la vida sin esperar una resolución -no porque den lugar a posiciones antinómicas, como lo veía Kant, sino simplemente porque nos superan por completo.

El Universo, por así llamarlo, es en sí mismo como un kōan budista; no sabemos si acaso también lo es para sí… Simone Weil llegó tan lejos que confeccionó la única Teodicea que conozco en el siglo XX, y que se puede resumir en este pasaje sorprendente y contundente. Por mi parte, confieso que aún no lo he considerado lo suficiente (ni el libro al que pertenece); otros sí lo han hecho y desde aquí recomiendo todos esos esfuerzos sin reservas.

La necesidad irredimible, la precariedad, el sufrimiento, el peso aplastante, la miseria y el agotamiento del trabajo, la crueldad, la tortura, la muerte violencia, el miedo, el terror, las enfermedades, todo eso es el amor divino. Es Dios quien se aparta de nosotros para que lo podamos amar, porque si estuviéramos expuestos a la radiación directa de su amor, sin la protección directa del espacio, el tiempo y la materia, nos evaporaríamos como el agua bajo el sol; no habría suficiente “yo” en nosotros como para entregar nuestro “yo” por amor. La necesidad es la barrera entre Dios y nosotros que nos permite ser. Nos corresponde atravesar esa barrera para dejar de ser.

«Necesidad» en el sentido terrible de pasar necesidades, como los protagonistas de Pobre Gente o Recuerdos de la casa de los muertos de Dostoievski.

Hay mucho de Dostoievsky y algo de suicida en Simone Weil. Fue ese tipo de persona que no puede soportar que, dado que existe tanta desgracia en el mundo («malheur», término prácticamente intraducible, algo similar a «aflicción constante y opresiva»), ella misma quede al margen del horror. Algo que por aquel entonces también sintieron hombres nobles como Stefan Zweig y Henri Bergson.

Por eso digo que había algo de kamikaze en Simone Weil, como si hubiera deseado siempre «desfacer entuertos» o morir en el intento, sabiendo que lo segundo es enormemente más probable que lo primero.

Sócrates, si se observa detenidamente, también perteneció a esa corriente de individuos singulares a los que la injusticia en la tierra les resulta insoportable, y cuyos escrúpulos morales son tan agudos que se percibe en ellos cierta pulsión tanática irreductible. Es como si supieran que son una causa perdida y, por consiguiente, lo que más les conviene es retirarse, «dejar de ser», como un gesto de protesta trascendente. Algo similar a manifestar que «sabemos perfectamente que el malheur no tiene remedio, pero ya que no lo tiene, que mi muerte sea testimonio de que eso nunca será aceptado entre los seres humanos como normalización y validez moral».

Así, Weil escribió: «No me gusta la guerra, pero lo que siempre me ha parecido más horrible de la guerra son aquellos que se quedan en la retaguardia», actitud que la llevó a tomar postura contra el estalinismo: «Descartes decía que un reloj averiado no es ajeno a las leyes de los relojes, sino un mecanismo diferente que obedece a sus propias leyes; de igual forma, no debemos concebir el régimen estalinista como un Estado obrero averiado, sino como un mecanismo social diferente, definido por los engranajes que lo conforman y cuyo funcionamiento depende de esos mismos engranajes»), los nacionalismos («La nación es un hecho, y un hecho nunca es un absoluto»), el capitalismo («El dinero destruye las raíces en cualquier lugar en el que penetra y reemplaza cualquier motivación con el deseo de ganar. Prevalece sin esfuerzo sobre el resto de las motivaciones porque requiere mucha menos atención. Nada es más claro y simple que una cifra»), e incluso el colonialismo de su propia patria («No podemos afirmar ni pensar que hemos recibido de lo alto la misión de enseñar a vivir al Universo»).

Un amigo me dijo una vez que no hay nada peor que haber nacido inteligente y sensible al mismo tiempo: los golpes vendrán de todas partes, y si no, te los darás a ti mismo. Simone Weil era una de esas personas, pero también era una excelente filósofa que no escribía sobre nada que no hubiera experimentado personalmente y dotada de una empatía tan penetrante que podría considerarse contraria al más elemental sentido de la autoconservación.

Ochenta años después de su muerte inevitablemente prematura, como una Juana de Arco de la Filosofía en lengua francesa, todavía resuenan palabras como las siguientes, ingenuas como entonces, pero furiosas como entonces:

La lucha de los que obedecen contra los que mandan, dado que la forma de mandar implica la destrucción de la dignidad humana de quienes están abajo, es la más legítima, justificada y valiosa que existe en el mundo.

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  1. Ideas tan brillantes nos hacen ver que la Filosofía NO es una ciencia, ya que va mas allá de los limites humanamente lógicos de la ciencia, al basarse en «preguntas sin respuestas».

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