Sigmund Freud sobre Dios
Metamorphosis of Narcissus, 1937. By Salvador Dalí (1904-1989)

Sigmund Freud: Las relaciones sexuales de Dios

Memorias de religión, homosexualidad y locura
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La inmensa obra de Sigmund Freud esta poblada de innumerables y escandalosos casos de locura en mayor o menor grado, así como polémicas han sido sus evaluaciones de dichos casos. Con este artículo se pretende inaugurar una serie de artículos que abarcará los casos más curiosos y trascendentes del historial del psicoanálisis. Ante lo cual, se imaginará el lector lo difícil que seria definir por cuál empezar en circunstancias normales. No obstante, para mi siempre estuvo claro: el primer caso que quisiera contar sería el del jurisprudente alemán Daniel Paul Schreber, que en su locura prefería ser violado por Dios que aceptar su propia homosexualidad.

Homosexualidad y cristianismo son dos conceptos que han tenido una relación tensa desde la invención del segundo. Pero pocos estarían en desacuerdo que dicha relación alcanza uno de sus picos de mayor tensión en la moralista Europa decimonónica, momento en que trascurre la génesis y desarrollo de la locura de nuestro peculiar Doctor Schreber.

Freud nunca conoce a Schreber, pero el caso se hace famoso por las “Memorias de un enfermo nervioso” que el propio paciente escribe en 1903. Por otra parte, su diagnóstico era “dementia paranoide” o “dementia praecox”, lo que pocos años después se conocería como esquizofrenia paranoide. Ello es importante porque Freud no trataba con este tipo de pacientes, pues no hay trasferencia, y sin trasferencia no hay cura psicoanalítica. O sea, este tipo de pacientes no revela su neurosis “sentados en el diván”, mas bien tienen una suerte de diálogo consigo mismo que solo puede ser psicoanalizable de manera alegórica. Si la memoria no me falla, años mas tarde Melanie Klein diría que sí se pueden tratar, pero lo que importa ahora es que el caso llega a Freud por mera curiosidad y fascinación por la riqueza en detalles de la locura del paciente.

Del talento y sagacidad de Schreber todos sus conocidos coincidían. Por ello descolló en la política alemana desde temprana edad. Entre 1885 y 1885 tuvo que ser recluido por “exceso de esfuerzo mental” y signos de severa hipocondría. Lo atiende y diagnostica el prestigioso psiquiatra y anatomista Paul Flechsig; y es dado de alta al plazo de un año. Luego pasa unos ocho años de normalidad y exitosa carrera política. Para 1893 es designado presidente del Tribunal Superior de Sajonia, y antes de ocupar el cargo entra en un rápido declive de sus facultades mentales.

Antes de caer enfermo, relataría años mas tarde que por ese año rondaba en su cabeza un sueño muy curioso, a saber: “la representación de lo hermosísimo que es sin duda ser una mujer sometida al acoplamiento” (Freud, 1976, p. 14). Lo que provoca al lector extrañamiento, en tanto una crisis de hipocondría no justifica un pensamiento homosexual de tal naturaleza en alguien que no se sentía como tal: Schreber pensó lo mismo, y rápidamente desechó tales pensamientos de su conciencia.

Como dije, para 1893 cae en una grave enfermedad mental que lo tendría recluido unos nueve años. Recluido por una grave crisis de insomnio, poco a poco fue desarrollando una hipocondría severa matizada por un sentimiento de corrupción y muerte de su propio cuerpo, que solo estaba justificada por un fin sagrado. Pero con el paso de los meses el delirio comienza a escalar y a adquirir matices místicos y religiosos, en la medida en que mantenía un diálogo directo con Dios. Paralelamente a esto, comienza a desarrollar una marcada aversión por el Dr. Flechsig, increpándolo y calificándolo como “almicida”, como “asesino de almas”.

Schreber, como muchos otros, desarrollaba todo tipo de perturbaciones psíquicas y motoras que yo clasifico acá de manera acientífica como “locura”. No obstante, para 1895 se comienza a cristalizar una nueva personalidad mucho más tranquila, en donde vuelve a aflorar su natural inteligencia y educación ilustrada. Pero a esa personalidad había sumado un conjunto de paranoias que convivían en perfecta armonía con su anterior personalidad. Por todo ello, hacia 1902 comienza un proceso de apelación en corte para lograr su propia emancipación. Para lograrlo refiere dos argumentos centrales: Primero, que sus delirios son compatibles con la religión e imposibles de refutar por la ciencia. Y, segundo, que son inocuos para los demás.

La corte falla a su favor, y (como escribiría después en sus memorias autobiográficas) se lanzó al mundo a cumplir su misión, pues “Se considera llamado a redimir el mundo y devolverle la bienaventuranza perdida. Pero cree que sólo lo conseguirá luego de ser mudado de hombre en mujer” (Freud, 1976, p. 17).  En ello consiste el núcleo central de la locura de Schreber, un impulso mesiánico a salvar el mundo a través de su trasfiguración en mujer.

Entremos en detalles de este peculiar delirio. Para 1899 otro doctor relataba que para el paciente su carácter mesiánico estaba dado porque su propia locura, sus “nervios desequilibrados” (entiéndase acá en un sentido fisiológico), atrajeron a Dios para conferirle a él una misión que muchas veces se resistía ser expresada por el lenguaje mortal, pero que se resume de esta manera: Era necesario que se convirtiera en mujer, a pesar de sus reticencias es un “tener que ser” de necesidad universal e ineludible, a pesar de sus reticencia. No obstante, la vida ultraterrena y bienaventuranza de todos los mortales dependían de su decisión, pues sería imposible de no convertirse en mujer.

Como un martirizado y alemán Prometeo, relataba que por muchos años tuvo que sufrir la constante destrucción y regeneración de sus órganos internos, pero lo resistía estoicamente pues era inmortal en tanto fuera varón. No obstante, y con el paso del tiempo, comenzó en él a preponderar la mujer. En una lenta conversión que demoraría décadas e incluso siglos, por lo que ninguno de sus coterráneos la podría presenciar (sustrayendo así, en su demencia, la posibilidad de un censor moral que le juzgue). Pero, aunque el proceso no es completo, ya habían migrado a su cuerpo “masivos nervios femeninos”, por los cuales, y por “fecundación directa”, nacerían hombres nuevos: solo entonces moriría y alcanzaría el cielo.

Ahora bien, para Freud se pueden identificar dos focos delirantes:  el papel redentor y la mudanza en mujer. El primero es bastante arquetípico, pero rara vez se acompaña del segundo. Si consideramos el carácter misógino en general del cristianismo, la experiencia religiosa mesiánica se vería bastante disminuida por una experiencia de emasculación. El caso de Schreber es bien distinto, pues se hace evidente que el sentimiento de emasculación es el verdadero pulsionador, que se rechaza en una primera etapa (etapa de martirio) y se acepta en una segunda etapa de redención (etapa mesiánica). A decir de Freud, el caso se podría resumir superficialmente como “…un delirio de persecución sexual (que) se trasformó en el paciente, con posterioridad, en el delirio religioso de grandeza. E inicialmente hacía el papel de perseguidor el médico que lo trataba, profesor Flechsig; más tarde Dios mismo ocupó ese lugar.” (Freud, 1976, p. 19)

Sobre esta base, se hace evidente una conclusión inicial de que el paciente justifica sus deseos homosexuales con una misión de carácter redentor del género humano, y sólo así sería aceptada. Ello lo confirma más adelante en sus “Memorias”, cuando afirma que principios de su segunda enfermedad tenía la percepción de que el alma del Dr. Flechsig deseaba violarlo y trastocarlo en mujer, pero tales actos, en los cuales estaba complotado con el mismísimo Dios, resultaron en vano, pues eran “contrarios al orden del universo”, que al final triunfa por sobre Dios[1]. No obstante, y mientras avanza la enfermedad, considera que puede existir un futuro en que la emasculación sea un fin “acorde al orden del universo”.

Por ello hacia 1895 su paranoia evoluciona de una fase de martirio a una etapa mesiánica, de tal forma que: “… en lo sucesivo se me hizo conciente como cosa indubitable que el orden del universo, me agrade o no personalmente, pide imperiosamente la emasculación, y que entonces, por motivos de razón, no me resta sino avenirme a la idea de la mudanza en una mujer. La ulterior consecuencia de la emasculación sólo podría ser, desde luego, una fecundación por rayos divinos con el fin de crear hombres nuevos.” (Freud, 1976, p. 20)

Y queda así configurada la locura del jurisprudente Daniel Paul Schreber: a prima facie, un reprimido deseo homosexual que, ante la homofóbica moral decimonónica, es mucho más censurable que una paranoia mesiánica. O, en otras palabras: vivía en una sociedad tan homofóbica que prefería ser violado por Dios a confesar su atracción homosexual por el Dr. Flechsig. Para su mente febril, todo ello tenía sentido; pero se hace evidente que, como muchos homosexuales de su época (véase el caso de Wilhelm Plüschow, así como la novela “El exiliado de Capri” de Roger Peyrefitte) era mucho más sencillo una escapada a la isla de Capri, que ser reconocido como el mesías violado por Dios.

Evidentemente, poco o nada me interesa a mi una visión simplificada del caso, pues el acervo simbólico de los delirios de Schreber el mucho más rico que un mero diagnóstico de homosexualidad reprimida. En este primer momento solo intento una exposición del caso, pero de resultar de interés del público, procederé en segunda parte a exponer las múltiples interpretaciones del caso, comenzando con la de Freud y continuando con otras menos reduccionistas. Pues se hace evidente que, si conversamos con Dios y él responde, le podemos llamar fe; pero que, si conversamos con Dios, y este no responde, sería cuanto menos irresponsable reducirlo a esquizofrenia.

 

Referencias

Freud, S. (1976). Obras Completas (2 ed. Vol. 12). Buenos Aires: Amorrortu.

[1] Nótese aquí como el paciente escinde el orden del universo y Dios, una situación muy similar la podemos encontrar en “Respuesta a Job” de Carl G. Jung. Por regla general coinciden en que al ser Dios increpado se tiende a separar en la divinidad omnipotencia y omnisciencia, confiriendo al hombre que juzga una actitud de superioridad moral sobre Dios.