Se probó el odio, y los países venían cada año a menos. Cansados de odio inútil (…), se empieza, como sin saberlo, a probar el amor.
Nuestra América, José Martí
El odio triunfa en sociedades miedosas, espantadizas y dolidas, el miedo en sociedades inmaduras. El poder corrompe cuando su responsabilidad absoluta la lleva solo un hombre sobre sus hombros pequeños y se corrompe quien vive situaciones límites, quien es menos, mucho menos, que sus circunstancias, quien no alcanza a domarlas, quien no sabe dónde le han guardado las riendas, quien no se entera que las riendas existen o quien está seguro de que otro hombre se las esconde. Y los vecinos poderosos hacen más daño cuando tienen vecinos vulnerables. El estado constante de fragilidad de unos enaltece la fuerza creciente y aplastante de otros. Hablar de malos y buenos, de nobles de corazón y desalmados de espíritu es un riesgo que se paga caro.
Los pueblos han de tener una picota para quien les azuza a odios inútiles; y otra para quien no les dice a tiempo la verdad.
Asusta ser víctima una vez, más asusta creer que se ha nacido víctima y que siempre se lo será. Peor es creer en un poder odioso, un poder irremediable y malvado que mueve y moverá, para siempre, por miles de millones de años, las cabezas de los humildes como marionetas; seres desprovistos de la elegancia del razonamiento porque hablan y se mueven de maneras vulgares. «Los que no tienen fe en su tierra son hombres de siete meses». Asusta creer que la historia y el orden universal conspira en vuestra contra y que solo queda construir orgullo y pompas de jabón donde hay carencias y escasez; y denunciar, denunciar mucho a los culpables (hay muchos culpables) para que el mundo se entere de lo injusto que son los poderes que nos trascienden, para que se entere de nuestro lamento y para que el llanto y la queja resuene en el Tártaro más profundo. A muchos les parecerá heroísmo. «Y como el heroísmo en la paz es más escaso -dice Martí- porque es menos glorioso que el de la guerra; como al hombre le es más fácil morir con honra que pensar con orden; como gobernar con los sentimientos exaltados y unánimes es más hacedero que dirigir, después de la pelea, los pensamientos diversos (…) entró a padecer América, y padece».
Nuestra América, el ensayo martiano, es una historia cruda y dolorosa, de un ser asustadizo y peleonero, que gusta de ser altivo pero peca por ingenuo. Martí dice que tiene pecho de atleta, las manos de petimetre (señorito) y frente de niño. A los hombres asustados y furiosos, cree Martí, se les tiene piedad, que no es lo mismo que lástima, y más que piedad, confianza con cautela y responsabilidad. Se les estudia, se les piensa, se les comprende. «Pensar es servir». «Conocer es resolver». Porque los hombres asustados son peligrosos, son vulnerables, son corruptibles, ceden sus espacios porque no los ven.
Se ha de tener fe en lo mejor del hombre y desconfiar de lo peor de él. Hay que dar ocasión a lo mejor para que se revele y prevalezca sobre lo peor. Si no, lo peor prevalece.
Y esta actitud Martí la recomienda para unos y para otros, para amigos y para crueles, para los humildes de alpargatas, silenciosos; para los señoritos de pulseras, soberbios; y para el caudillo hábil que espera, en su lógica, una prueba de altivez y virilidad de las dolorosas Repúblicas Americanas; para ver si merece la pena reconocerlas y respetarlas o aprovecharse y drenar al moribundo.
Nuestra América es un texto antiimperialista, lo es. Pero el antiimperialismo no es un distintivo o una medalla. No se conquista esa gloria una vez y se nos queda grabada en la frente para siempre. Es un estar atento, un conocer bien y profundo, un actualizarse y es un resolver juiciosamente. Estados Unidos es un vecino poderoso y es más peligroso porque ha descubierto a América Latina su talón de Aquiles. No es un amo tonto el que tenemos, es un amo perspicaz que tira la red porque sabe que la presa está expuesta. Que tiene intereses y que va a por ellos. Un «pueblo emprendedor y pujante que la desconoce y la desdeña. Y como los pueblos viriles, (…) aman, y solo aman, a los pueblos viriles», exigen una prueba de altivez a un pueblo dañado y complejo, que ha llegado tarde a la batalla de cometas en el cielo. Martí teme, en 1891, que por la tradición de conquista de Estados Unidos y el interés de un caudillo hábil, América Latina no llegue a tiempo a esa prueba de altivez que estos le ponen, que debe ser una altivez continua y discreta.
«Lo que quede de aldea en América ha de despertar». No son tiempos para acostarse con el pañuelo a la cabeza, para creer que el mundo entero es nuestra aldea, para estar más interesado en quedar de alcalde que en enseñar y aprender a gobernarse, o gastar nuestro tiempo mortificando al rival que nos quitó la novia o para solo pensar en la forma en que nos crecerán los ahorros. (Tener en cuenta que Martí dice ahorros, no prosperidad, no riquezas) Son tiempos de estar atentos, de resolver y de servir. No de ser esclavos, sino de ser auténticos, de ser responsables de nosotros mismos. En conclusiones no son tiempos para disputas tontas, tenemos un problema real: somos un pueblo vulnerable y doliente, dividido, asustadizo y petulante, nos dedicamos a odios inútiles, no nos conocemos, no sabemos cómo gobernarnos y tenemos un vecino que cuando nos descubra así de vulnerables no tendrá la piedad que nosotros no sabemos tener entre nosotros.
Nuestra América es un texto antiimperialista, lo es. Pero el antiimperialismo no es un distintivo o una medalla. No se conquista esa gloria una vez y se nos queda grabada en la frente para siempre. Es un estar atento, un conocer bien y profundo, un actualizarse y es un resolver juiciosamente.
Es una fiera, es un tigre, el de afuera. Estados Unidos es el tigre de afuera. Que pudiera ser otro país, en general son los intereses de expansión y dominio de una élite que tiene más poder y se encuentra con una presa descampada. La aprovechará. Pero la figura del tigre en el texto Nuestra América tiene un hermano gemelo: «El tigre de adentro se entra por la hendija, y el tigre de afuera».
Dice Martí que «el general sujeta en la marcha la caballería al paso de los infantes». No hay poder de unos pocos sin la vulnerabilidad de muchos. Y la hendija es para Martí la República, «y si la república no abre los brazos a todos y adelanta con todos, muere la república». El todos incluye a los que no han aprendido a gobernarse, a la madre enferma, a los corruptibles por vulnerables, por poco autodescubiertos, a los soberbios. Esos deben aprender a gobernarse para que no tengan que ir a pelear luchas ajenas y terminen empuñando las armas contra su propia gente.
Al indio no se puede dejar mudo, no puede preferir el monte más que el lugar donde debe hacer política, al negro no se le puede dejar solo y desconocido entre las olas y las fieras, al campesino, el creador, no se le puede dejar ciego de indignación para que luego arremeta contra su criatura. Que vengan al mundo en alpargatas, desarrapados y vulgares no puede ser justificación para sacarlos del ejercicio del poder y de la política, que es el ejercicio de las armas del juicio. «El genio hubiera estado en hermanar, con la caridad del corazón y con el atrevimiento de los fundadores, la vincha y la toga» pero, en su lugar, dice Martí, «nos quedó el pudor, y el general, y el letrado, y el prensado». «Debemos andar en cuadro apretado». Los que se enseñan los puños porque quieren los dos la misma tierra, los que no se conocen, deben darse prisa a conocerse.
Por esa antipatía de aldea, esa susceptibilidad que detecta el tigre de afuera, es que Martí llama a la creación de la Universidad Americana, para conocer la verdad, para que no salgan los jóvenes al mundo sin herramientas y terminen dirigiendo un pueblo que no conocen. «Porque allí donde los cultos no aprenden el arte del gobierno, en pueblos compuestos de elementos cultos e incultos, los incultos gobernaran por su hábito de agredir y resolver las dudas con su mano». Por eso, la oda ha de sustituirse por el estudio de los factores reales del país porque la verdad que no se expone «crece en la negligencia, y derriba lo que se levanta sin ella». Cometemos un error si desatendemos a esos que calificamos de ignorantes en un gobierno que tiene por base la razón, «la razón de todos en las cosas de todos, y no la razón universitaria de unos sobre la razón campestre de otros».
Hay que hacer causa común con los oprimidos porque es la única forma de afianzar el sistema opuesto al sistema de los opresores. El tigre, el de adentro y el de afuera, debe morir solo, con las zarpas al aire. Con armonía serena y lectura crítica cree Martí que la América se salvará. Sin odios tontos. La salvación está en crear, en criticarse. Los economistas deben estudiar la dificultad en sus orígenes. Los oradores ser sobrios. La independencia amenazada no debe ser justificación para acendrar el carácter viril, ni la guerra rapaz justificación para alimentar la soldadesca que luego nos devorará.
La salvación está en crear, en criticarse. Los economistas deben estudiar la dificultad en sus orígenes. Los oradores ser sobrios. La independencia amenazada no debe ser justificación para acendrar el carácter viril, ni la guerra rapaz justificación para alimentar la soldadesca que luego nos devorará.
El deber de América es conocerse y mostrarse por lo que es, el peligro mayor que corre es el desdén de un vecino que no pueda conocerla porque ella no pueda mostrarse. Sin embargo, no ha de suponerse «por antipatía de aldea, una maldad ingénita, natural y fatal al pueblo rubio del continente». «Ni se ha de esconder los datos patentes del problema que puede resolverse, para la paz de los siglos, con el estudio oportuno y la unión tácita y urgente del alma continental». Es más efectivo y saludable conocer el origen de los problemas que se agravan en la relación, que alimentarlo y perpetuarlo.
Nuestra América no es un texto antimperialista y ya. Es un texto crudo que desde la piedad y los deseos de hacer y resolver nos llama aldeanos vanidosos y petulantes, engreídos que renegamos de la poca elegancia de los elementos más humildes y los acusamos de ignorantes. Que le perdemos la fe a nuestra madre por enferma y como creemos que es bruta para gobernarse, sembramos odio y terminamos cediendo los espacios que nos corresponden. Aun así, vivimos de ella, pero la escondemos, la desterramos, la dejamos desprovista de reconocimiento, de espacios, de derechos y de Patria. Servir justo y bien a los otros es la mejor forma de ser libres y ello no debería ser una contradicción con nuestros intereses individuales, sino una forma de realizarlos.
Martí no fue un hombre de odios ni de consignas, ni un antiimperialista y ya; fue un hombre de servicio porque entendió que el servicio no era una humillación ni una labor denigrante, ni un sinónimo de perder la virilidad o de ser esclavos, el servicio al otro exige conocimiento, serenidad y constancia en el espacio que es la política, ese espacio que nos incumbe a todos y que por el bien de todos no debemos negárselo a los demás.