Lo uno y lo múltiple, es sin duda la tensión entre dos lugares, un tiempo de concepción binaria que muchas veces hace que nuestro logocentrismo se piense en términos excluyentes. Participar en ambos barrios es la salida a no terminar en una dualidad que nos exija, finalmente, el apelar a la violencia. Debemos pensar y con ello, actuar en modo filosófico. Sin pecar de historicistas, tampoco podemos no hurgar en las huellas que dejaron los surcos de acciones y reacciones con las cuáles aún hoy nos enfrentamos.
Los llamados presocráticos, pretendieron definir cuál era el elemento sustancial, primordial o primigenio, por el cual habíamos devenido en humanos. Platón, no casualmente se instituye en el primer filósofo, entendido bajo todos los requisitos que hoy se le exigen a uno (academia incluida), dado que termina dando un corte a las diferentes explicaciones precedentes que se enfocaban en cada uno de los sustratos naturales o en todos (tierra, aire, agua, fuego) con su famosa teoría de las ideas. En la misma, citamos su diálogo La República, en el libro VI (507b2-9), al introducir la exposición de la naturaleza de la Idea del bien, Sócrates formula esta premisa:
Nosotros afirmamos que existen muchas cosas bellas y muchas cosas buenas y análogamente todas las otras y que las distinguimos en el discurso. (…) Y decimos, por otro lado, que existe lo bello en sí y lo bueno en sí, y de igual modo, en todas las cosas que entonces establecíamos como múltiples, declaramos que a cada una de ellas corresponde su idea que es única y que designamos «lo que es».
Aristóteles será quién, considerado además el iniciador del camino de la ciencia, por intermedio de una crítica o auto-refutación del propio Platón, establezca mediante el argumento del tercer hombre, la inoperatividad de la teoría de las ideas en el ámbito filosófico-ontológico. Por supuesto que la filosofía continuará desandando sus sinuosos senderos que serán tan intrincados como eternos, pero en nuestro caso, la referencia con el ámbito político, deberemos detenernos en este punto. No casualmente, lo que se conoció como democracia griega, un sistema directo, deliberativo, como participativo no precisó de la invención o la entidad o entelequia de los partidos políticos.
Las características señaladas, sobre todo la densidad poblacional hacían totalmente prescindente no sólo la cuestión partidaria, sino su razón de ser o de existir, hablamos de la cuestión de la representación o de la representatividad. Esta, desde aquel entonces hasta la revolución democrática (siempre hablamos desde lo occidental) que se diera siglos después, jacobinismo mediante, se gestó en Francia. Su gestación fue una reacción ante la Monarquía, para encauzar las diferentes posibilidades o caminos a tomar en el aforo, en la plaza, que debía ser cerrada. A partir de allí, el arco ideológico se dividió en izquierdas y derechas.
La plaza como concepto será central en la dinámica de la interacción del sujeto. En los bancos de tales lugares públicos se hacían las transacciones comerciales, los orígenes de la «banca». Siglos después seguirán siendo las plazas, los sitios en donde se hagan las revoluciones espontáneas, o las manifestaciones de un poder que excede al instituido o formal y que se asienta en un lugar en un momento dado. Lo fue en la puerta del sol de los indignados españoles como Maidán para los ucranianos luego, para citar dos ejemplos. Paradójicamente las plazas serán donde nacen y mueren las revoluciones en el caso de ser exitosas, dado que en tal congregación inesperada y populoso se encaminará un reordenamiento del sistema que «institucionalizará» la revolución que dejará de estar en ciernes (imaginaria) para plasmarse en el plano real.
Esta cuestión que parece redactada en forma pedagógica, somera, casi en clave de cuento infantil, podría ser extendida en comentarios, citas y argumentos, pero no dejaría de expresar conceptual y espiritualmente lo mismo.
El llamado para las ciencias humanas, es la alarma encendida de por qué aún seguimos, petrificados ante tal composición de lugar de siglos atrás, en donde lo representativo vio su nacimiento, desde lo nimio, vulgar o parroquial del lugar en donde estaban sentados los señores que decían ser representantes de otros que estaban afuera. Claro que resultaron creíbles, pues la violencia, por tales cuestiones, era extrema, y fundamentados en ese principio que la última ratio es la violencia, se apoltronaron como para fijar los rumbos con posiciones distintas que se caracterizaron de acuerdo al lugar con respecto al centro que ocupan unos y otros.
Desde aquel entonces, transcurrieron un sinfín de circunstancias que bien podrían adornar cientos de páginas para un tratado político que establezca sintéticamente lo siguiente.
Se ha buscado, desde ese poder creado, originado desde la política democrática, una multiplicación de la representatividad, que nos condujo al padecimiento actual del argumento del tercer hombre a nivel político. Tanta democracia nos vienen prometiendo desde aquel entonces, haciendo uso y abuso de que en la subdivisión de la subdivisión, en búsqueda de esa vitalidad esencial que nos daría la partícula elemental, que banalizaron, extendiendo a tal punto el significante de lo democrático, vía lo representativo que ya no significa nada.
La traducibilidad se gestó de la siguiente manera. La democracia pasó a significar representatividad (la legitimidad que se daba entre los representantes y los representados, validado en el fondo por la razón primigenia que alguna vez, como en las revoluciones, la gente en petición de sus derechos que creían más urgentes o prioritarios que los otros, se hizo lugar mediante la fuerza o violencia) y la representatividad partidos políticos.
En un paréntesis de esta historia, que como las mejores, las más alambicadas, por supuesto que no fue lineal o progresiva. Ciertos representantes de la primera revolución, precisaron hacer otra, en Rusia, para consagrar el golpe de gracia al sistema dinástico del poder, introduciendo una reforma muy peculiar. El establecimiento del partido único. Bajo la formulación marxista, que académicamente aún genera tantos adeptos como detractores pero que le granjean una notoria como inusitada continuidad en el mantenimiento de tal formulación política, tenemos algo radical para expresar al respecto.
Independientemente de sus postulaciones en el campo filosófico, social y económico, o en la ciencia misma que se ha creado a partir del mito marxista, y sin que pretendamos, en un rapto de homo academicus, a decir de Bordieu, explicitar o mucho menos refutar algo desde la marxiología, simplemente diremos, que la formulación del planteo del partido único no estaba equivocada en su planteo mismo, sino en la aplicación o en la aplicabilidad que le dieron sus adeptos.
Para ser aún más claros. La anarquía conceptual en que nos ha enredado esta penalidad de estar sometidos al resultante del argumento del tercer hombre, este vendaval ad infinitum en que nos multiplican los partidos (que en verdad no expresan nada diferente, obviamente), nos multiplican las elecciones (en donde tampoco en verdad terminamos eligiendo nada que pueda elegir nada, obviamente) a expensas de hacernos creer que esta multiplicación de lo representativo (como solución plantean últimamente democracias semi directas, o directas, en donde están de moda los plebiscitos o referéndums) es en definitiva el camino para encontrar la partícula elemental de lo democrático, no es más que un laberinto político, de donde debemos salir lo antes posible, antes que perezcamos de inanición o enloquezcamos ante tanta confusión.
Phillipp Mainländer, postulaba que la muerte de Dios había generado la fragmentación, la multiplicación, la diseminación de la energía existencial, o lo “nuestro” como fenómeno, que inercialmente pretendía retornar a la conformación de ese uno, de esa totalidad, y por la que, esa fuerza inmanejable, actuaría como condicionante, como regidora de nuestras posibilidades de libertad o de elección, generando con ello, sensaciones limitantes, cuando no angustiantes de lo humano de allí que diera como nombre a su filosofía como de la redención.
Nosotros creemos y consideramos que además de redimirnos, debemos reducir la extensividad del significante de lo democrático y para ello, acotar la poliarquía partitocrática.
Lo hemos afirmado, y lo seguiremos sosteniendo, que no puede constituirse como experiencia válida lo acontecido por ciertos países comunistas en determinado períodos de su historia. Para ponerlos en términos concretos y fácticos, no es la presente una respuesta a los problemas políticos que pudiera tener Cuba, que debe tener otros asuntos a resolver, de otras consideraciones y menos aún China, dado que en ambas naciones no rige una «politeia» que pudiera haber permitido lo que en la mayoría de los lugares se banalizó o se balcanizo y subdividió hasta difuminar el sentido mismo de lo democrático.
El necesitar regresar, reducirnos o volver hacia nuestros pasos, es lo que hace necesario y vital este planteo, de que las comunidades que nunca hemos tenido un solo partido, tras estas orgías de la multiplicación, que diseminan y difuminan la representatividad y con ello lo democrático, tengamos un único paraguas institucional para debatirnos en elecciones.
En términos reales, nuestra apuesta es siempre por lo conceptual. Es decir, creemos y estamos convencidos que para el ciudadano actual, nada le sería más sencillo, como para reconstruir cierta empatía con lo político (que lo vincula indiscerniblemente con lo representativo y lo democrático) que el patrimonio de la representación esté en manos de una única vía, sea esta con mayor o menor participación del estado (que sí lo tendrá que regular, claro está). Esta cuestión metodológica que dejamos abierta, bien podría derivar en la no necesidad de partidos, y que las candidaturas se resuelvan, casi individualmente, estableciendo métodos razonables para ello o en la constitución de un partido único que contemple, como condición necesaria y suficiente, elecciones internas en donde todos los que piensen de la manera que lo hagan, tengan garantizada la posibilidad de participar.
Escindir este elemento nocivo de lo político y por ende de lo democrático, será sin duda un paso adelante, por más que la inercia conservadora de mantenernos donde estamos nos diga lo contrario.
Terminar con la multiplicidad, que además ya cumplió más de dos siglos de buena faena, de lo representativo y constreñirla, o ceñirla en un camino más adecuado, tiene que ver con trabajar humanamente por los derechos políticos de no diseminarnos en réplicas de lo que en verdad no tendría sentido, o sí lo tuvo ya cesó tal período, de subdivisión como la representatividad democrática, que refleja nuestro sentir democrático.