Schopenhauer y la importancia del cuerpo en su filosofía

El autor de El mundo como voluntad y representación se girará hacia ese mundo “dado” por la sensibilidad. El mundo “dado” tiene un valor mucho más profundo y directo que las piruetas conceptuales y lingüísticas del esquematismo trascendental
noviembre 20, 2021
cuerpo dibujado
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Fragmento del artículo Schopenhauer y la importancia del cuerpo en su filosofía. Publicado en Dialektika: Revista De Investigación Filosófica Y Teoría Social, 3(8), 22-34. https://doi.org/10.51528/dk.vol3.id61 

Por Gabriel Torres Beregovenko

 

Las premisas epistemológicas

La historia del cuerpo desde el punto de vista filosófico, ha corrido con la lamentable subordinación tradicional de ser un elemento secundario. Desde Platón, pasando por la ideología cultural cristiana, el cuerpo tiene la marca física de la naturaleza; tal desprestigio le costará el juicio de ser solo un recipiente vacío e inocuo, totalmente pasivo, que acoge el rasgo activo del alma, el espíritu o el entendimiento. Su “pasividad” originó la habitual falta de asombro por su presencia; como un modesto intérprete en el escenario de la filosofía y la religión, fue limitado a ese molesto “recipiente carnal y mundano” que siempre necesitamos para existir. Frente a esta falta de tacto teórico, o tal vez miopía intelectual, Terry Eagleton parafrasea a Nietzsche escribiendo que “el cuerpo es el punto ciego de toda filosofía tradicional” (Eagleton, 2006, p. 305). La filosofía contemporánea de forma asimétrica ha tratado este curioso caso de ceguera teórica; Arthur Schopenhauer como aplicado lector de Spinoza le concederá al cuerpo una dignidad escasamente vista en la filosofía occidental. De forma gradual, el cuerpo, se ha liberado del cono de sombra impuesto por la filosofía tradicional. Schopenhauer fue un pionero en varios aspectos; por un lado, fue uno de los primeros intelectuales en estudiar y conectar la filosofía oriental con la occidental (Morenos Claros, 2014, p. 202); por otro lado, fue uno de los pocos filósofos en su época en comprender el carácter activo del cuerpo.

El sujeto cognoscente, desde el punto de vista de Schopenhauer, es un sujeto corporal; esta es una premisa elemental de su filosofía: “Así pues, el cuerpo es aquí para nosotros objeto inmediato, es decir, aquella representación que constituye el punto de partida del conocimiento del sujeto”(Schopenhauer, 2005a, p. 67). De este modo, el inicio de toda reflexión debe partir desde un principio inmanente. Frente al pensamiento teórico de la época y la filosofía especulativa general, Schopenhauer presenta una actitud opuesta a la forma especulativa de pensamiento. Los conceptos, las premisas y las nociones abstractas no pueden ser el punto de partida. Desde Sócrates, la historia de la filosofía ha modelado múltiples maniobras para encontrar un inicio seguro a toda aventura teórica. En el caso de Schopenhauer, siguiendo los pasos de Spinoza, asume cabalmente la tarea de mantenerse lejos de las grandes alturas trascendentales del idealismo alemán. Este “inicio seguro” del conocimiento presenta el viejo problema epistemológico-ontológico que Platón mencionó en su relato de la caverna. Platón presenta la clásica distinción entre el mundo de las sombras y el mundo real. Queda claro, para todo filósofo prudente, la necesidad de hacer un minucioso estudio de las premisas de todo conocimiento. Por tanto, los primeros pasos de toda teoría generalmente son los más creativos y peligrosos; no vaya ser que la filosofía tome al mundo de las sombras como lo real y lo verdadero permanezca oculto a los ojos del sujeto cognoscente.

Si retomamos el símil platónico de los hombres cautivos en la oscura caverna podemos acercarnos algo más a la visión schopenhaueriana de la realidad y la existencia expuesta en El mundo como voluntad y representación. Los prisioneros solo viven en el ámbito de sombras: es el universo de la representación (Schopenhauer considera que es nuestro cerebro el que nos hace ver el mundo tal y como lo vemos); pero dicho universo es falso en sí, solo está representado; es nuestro universo, pero también nuestra ficción, pues el mundo verdadero se sitúa fuera de la caverna (Morenos Claros, 2014, p. 236).

Esta problemática, según Schopenhauer, se ha presentado repetidamente a lo largo de toda la historia de la filosofía. Desde Platón, Descartes, Locke, Berkeley, Hume hasta el mismo Kant se han esgrimido argumentos y soluciones frente a este histórico problema teórico. No solo la filosofía occidental, sino también la sabiduría oriental, específicamente la hindú, exhibe esta problemática epistémica. La distinción entre el mundo real y de la ilusión es para Schopenhauer un problema universal en el conocimiento humano; esta problemática está presente siempre de una u otra forma en todas las épocas históricas, así como en las culturas más distantes y exóticas. El velo de Maya es una noción análoga a la caverna y las sombras de Platón, al igual que el problema onírico planteado por la duda cartesiana; donde el que sueña no puede distinguir el sueño del estado de vigilia. Según Schopenhauer, Kant fue quien presentó en su filosofía la forma más elaborada de este problema epistémico.

El autor de El mundo como voluntad y representación se girará hacia ese mundo “dado” por la sensibilidad. El mundo “dado” tiene un valor mucho más profundo y directo que las piruetas conceptuales y lingüísticas del esquematismo trascendental.

La distinción kantiana entre el fenómeno y la cosa en sí expresa la forma más legítima de tratar este problema teórico. Con Kant la relación entre el sujeto de conocimiento y el objeto es intrínseca e inalienable; no puede haber un sujeto sin objeto, ni objeto sin sujeto, ambos se presuponen. Esta consideración implica que no podríamos pensar a ningún sujeto de conocimiento aislado y encapsulado, al igual que ningún objeto sin sujeto. En este mutuo enlace entre sujeto-objeto nace el problema epistémico que Schopenhauer encuentra en su teoría del conocimiento. Todo el mundo fenoménico, vale decir objetivo, no es más que una forma particular y específica de conocer por parte del sujeto.

¿Qué es conocimiento? Es ante todo y esencialmente representación. – ¿Qué es representación? – Un proceso fisiológico sumamente complicado que se desarrolla en el cerebro de un animal y del que resulta la conciencia de una imagen dentro del mismo. – Está claro que la relación de esa imagen con algo totalmente diferente del animal, en cuyo cerebro se encuentra aquella, solo puede ser de carácter mediato. -Ese es quizás el modo más simple y comprensible de descubrir el profundo abismo entre lo ideal y lo real (Schopenhauer, 2005b, p. 230).

El mundo fenoménico (objetivo), según Schopenhauer, tiene el componente de producción subjetiva, pero gracias a la distinción conceptual de la cosa en sí, podemos reconocer, al menos teóricamente, aquello que escapa a nuestra subjetividad. Aunque desde el punto de vista kantiano la cosa en sí queda en un plano incognoscible, esto es un avance que permite dirigir el pensamiento hacia las cosas en sí mismas, y no nuestras representaciones parciales de ellas.

Todas nuestras representaciones están condicionadas por la forma específica en que nuestro cerebro se relaciona con aquello que es representado. Según el modo en que nos relacionamos con la cosa en sí, así será la forma específica de nuestras representaciones. Según Schopenhauer, Kant no distinguió bien el conocimiento intuitivo y el abstracto. En la obra El mundo como voluntad y representación se menciona este conflicto en el esquema de pensamiento kantiano. Al no distinguir bien Kant entre estas formas de conocimiento, toda su precisión epistémica-ontológica se desvanece en una nebulosa de conceptos abstractos. Schopenhauer da preferencia al conocimiento intuitivo frente al abstracto, como una premisa directa y más fiable frente a los grandes discursos conceptuales del Idealismo alemán. El conocimiento intuitivo tiene un lugar privilegiado epistémicamente, es un conocimiento directo, sin mediaciones, que aparece de una forma más esencial que el abstracto. A causa del descuido kantiano por una comprensión más profunda de la distinción ente lo intuitivo y lo abstracto Schopenhauer escribe:

Es asombroso cómo Kant prosigue su camino sin vacilar, persiguiendo su simetría, ordenándolo todo de acuerdo con ella y sin tomar nunca en consideración por sí mismo ninguno de los objetos así tratados. Me explicaré: Después de haber examinado el conocimiento intuitivo solamente en la matemática, desprecia por completo todo el restante conocimiento intuitivo en el que se nos presenta el mundo y se atiene solo al pensamiento abstracto, pese a que este recibe todo su significado y valor del mundo intuitivo, que es infinitamente más significativo, universal y sustancial que la parte abstracta de nuestro conocimiento. Además -y este es un punto capital-, nunca ha distinguido claramente el conocimiento intuitivo y el abstracto; y justamente por ello, como veremos después, se enreda en irresolubles contradicciones consigo mismo. Después de haber despachado la totalidad del mundo sensible con las palabras que nada dicen «está dado», convierte, como se dijo, la tabla lógica de los juicios en piedra angular de su edificio. Pero aquí no reflexiona ni un instante sobre lo que en verdad tiene ante sí. Esas formas de los juicios son, en efecto, palabras y combinaciones de palabras. Mas se debería primero preguntar qué es lo que estas designan de manera inmediata: se hallaría que se trata de conceptos. La siguiente pregunta habría sido entonces por la esencia de los conceptos. De su respuesta se habría inferido qué relación tienen estos con las representaciones intuitivas sobre las que se asienta el mundo: ahí se separarían la intuición y la reflexión. Se tendría que haber investigado cómo llega a la conciencia no solo la intuición pura y formal a priori, sino también su contenido, la intuición empírica. Entonces se habría mostrado qué parte tiene aquí el entendimiento y también, en general, qué es el entendimiento y qué es, frente a él, la razón cuya crítica se escribe aquí. Es sumamente llamativo que no defina esta última de forma ordenada y suficiente ni una sola vez, sino que simplemente ofrezca explicaciones incompletas e incorrectas de ella ocasionalmente y según lo exija cada circunstancia (Schopenhauer, 2005a, p. 511).

Kant limitó su filosofía, el esquematismo trascendental es, según Schopenhauer, un intento forzado de lograr una armonía perfecta con los resultados de la estética trascendental. Schopenhauer afirma que, en la búsqueda de una simetría en su obra, Kant obvió premisas elementales que él mismo presentó como supuestos. El desinterés o la falta de precisión al valor de la intuición quedan en evidencia.

El autor de El mundo como voluntad y representación se girará hacia ese mundo “dado” por la sensibilidad. El mundo “dado” tiene un valor mucho más profundo y directo que las piruetas conceptuales y lingüísticas del esquematismo trascendental. El conocimiento inmediato; el “valor del mundo intuitivo, que es infinitamente más significativo, universal y sustancial que la parte abstracta de nuestro conocimiento” (Schopenhauer, 2005a, p. 511) En la búsqueda de una solución a la contradicción entre lo real y la representación, Schopenhauer se decantará por la intuición como punto clave del conocimiento. El conocimiento intuitivo es más cercano a la cosa en sí que las grandes especulaciones lógicas.