La construcción de la homosexualidad en el discurso revolucionario
La Revolución Cubana, como todo proceso creativo es crisol, a su vez, tanto de la luz como del horror. Y el tratamiento a las minorías homosexuales, en especial opuestas al proceso, ocupa la segunda y más oscura porción de ese momento histórico. Una revolución, al menos las clásicas, es un proceso eminentemente violento. Violencia y músculo han de ir de la mano. De ahí que la revolución sea cosa de «machos», de hombres varoniles que forjen el futuro con sudor. No cabe en la revolución «flojera» alguna, aquel o aquella que en sus manos no pueda blandir la espada o el fusil es un revolucionario, si algo, de segunda. Por ello, aunque muchos de estos procesos buscan ser inclusivos, suelen existir sexualidades y corporalidades que son excluidas explícita o implícitamente.
Si bien el espectro de la homosexualidad es amplio e igual de válido, no deja de ser encasillado en lugares comunes o estereotipos. De ahí que exista, por una parte, el viril homosexual espartano; y por otra, el homosexual versallesco, decadentemente wildeano y «blandengue». Pero a Fidel Castro, su educación jesuita le enseñó que un hombre debía ser arriesgado, sacrificado y esforzado, puesto que ellos no criaban blandengues (Betto, 1987, p. 131). Mucho años después, en el otoño de su vida, cargaría la culpa de la funesta política de los primeros años de revolución hacia los homosexuales. En efecto, él y sus acólitos cargaban con prejuicios machistas «heredados del capitalismo», y que fueron borrados alcanzado cierto nivel de educación.
Las Unidades Militares de Apoyo a la Producción (UMAP) fueron creadas a tal efecto. Las UMAP, cuya historia ha sido trabajada extensamente, era campos de trabajo y reducación para todos aquellos sectores opuestos al nuevo gobierno. Acá entraba un conjunto variado de personas, desde opositores políticos hasta homosexuales. Respecto a estos últimos, un usuario en Facebook recientemente compartió un documento con el título Plan a ejecutar en relación a los homosexuales[1] y que describe como la naciente revolución (esto acontece desde 1965 hasta 1968) proponía lidiar con la enfermedad del homosexualismo y su proyección contrarrevolucionaria.
Si bien el proyecto revolucionario fue, en principio inclusivo, y personas de cualquier orientación sexual o credo participaron en su construcción, el asedio norteamericano y la política de plaza sitiada permitieron, conscientemente o no, una correlación en el imaginario revolucionario entre homosexual y opositor. En un discurso de 1963, Castro amplía la correlación para incluir también la vagancia. El discurso, que como muchos otros es una joya polisémica a cuyo análisis no se hace justicia acá; comienza estableciendo una relación entre vagancia, rezago burgués, contrarrevolución y homosexualidad. En efecto, insiste en la necesidad de una incorporación masiva a la producción, que se entiende como incompatible con la vagancia (lógico) y con ciertas «tendencias feminoides» (ideológico, proyectivo y machista).
El estereotipo de homosexual vago tiene larga data, pues lo podemos encontrar en las criticas al Versalles de Luis XIV, pero sobre todo en la crítica victoriana al dandismo de Beau Brummell y posteriormente Oscar Wilde. De ser una revolución capitalista, por supuesto, hubiera existido también el estereotipo de comunista vago, pero no ocurre por razones lógicas.
Si bien no existe en sí una acusación directa de vagancia, en la medida que existe negación a participar en el proceso político, ocurre la muy particular y grosera identificación entre Cuba y Revolución, la cual implica que todo contrarrevolucionario es vago (una idea que, de hecho, sigue siendo utilizada por el Estado). Por otro lado, la adhesión a paradigmas culturales extranjeros también conlleva a acusaciones de vagancia y homosexualidad. Por ello la acusación en el propio discurso de que ciertas tendencias «elvispreslianas» (que más «macho» no pudo ser) llevan a la realización de «shows feminoides».
Por todo ello, el naciente gobierno encuentra necesario crear, en el marco de la UMAP, un «centro modelo de reeducación» cuyo objetivo era curar (literalmente) la homosexualidad y convertir a vagos desafectos en revolucionarios modelos.
Protocolos para curar a un homosexual
El documento[2] en cuestión es semántica e ideológicamente interesantísimo en lo que no dice, y profundamente llano y didáctico en lo que sí dice, tal como se puede esperar de un documento militar. El objetivo primario era organizar a los homosexuales previamente detectados para colocarlos en tres categorías: Aquellos cuyas familias eran revolucionarias, los homosexuales sin pedigrí revolucionario ni deseos de emigrar, y una tercera categoría para aquellos semejantes a los segundos, pero con deseos de emigrar.
Lo primero que se nota al leer acá, es que la familia revolucionaria tiene prioridad moral por encima del homosexual. En ninguna parte del documento se puede encontrar algo que afirme que ser homosexual y revolucionario sea compatible. No obstante, el solo peso de la gens revolucionaria es más que suficiente para que los antídotos machos del patriarca puedan sanar al hijo descarriado[3]. Pero si eres homosexual contrarrevolucionario, puedes tener dos opciones: o cargar con el peso de la podredumbre moral de tu enfermedad, o marchar al exilio.
¿Cómo organizar al homosexual? Los amables señores de la UMAP tenían tres categorías: pasivos, activos o activo-pasivos, y aquellos con actividades homosexuales y heterosexuales. Entiéndase esta clasificación de manera distinta a la actual. En un hermoso y católico gesto, se consideran pasivos aquellos homosexuales que no realizan al acto, a esos deseantes pecadores virtuales. Los activos, son aquellos que se entregan directamente al vicio a tiempo completo o por temporadas. Por demás, el documento afirma que están más allá de toda reeducación aquellos que tienen «mala conformación sexual» (mejor no saber que significa tal cosa).
La selección, que se hacia con la ayuda de estudiantes de cuarto y quinto año de psicología (se debe recordar hasta la década de los 90, el mundo lo consideraba como enfermedad mental), debía organizar a los homosexuales en tres compañías sobre la base de sus «características ideológico-políticas»: un batallón A, con aquellos «afines o vinculados a la revolución». Nótese las palabras usadas, ello no implica la posibilidad de ser sexo divergente y revolucionario, puesto que afinidad o vinculación no implica pertenencia. Y además batallones B y C para los opositores en dependencia de si buscaban o no el exilio. Pero lo interesante acá es que tanto los que deseaban el exilio como los del primer batallón era considerados como «transitorios», ya que, ya fuera por reeducación o emigración, se trataba de problemas con solución.. Por nivel de dificultad, entonces: 1. Expulsión; 2. Reeducación; y 3. Sin solución.
Sólo los integrantes del batallón A entraban al centro de reducación. Acá vendrían a parar también, y esto es interesante, tanto soldados exteriores que han «cometido actos homosexuales» pero su pasado (nunca el presente) o su familia (la gens de la oveja descarriada) los vinculan con la revolución; como soldados del servicio militar regular que fueron vinculados al proceso «por su conducta anterior» (no presente) o su familia revolucionaria. Como se ve, ante esta narrativa es imposible considerar a un homosexual como revolucionario, lo cual no implica que no pueda reincorporarse a la sociedad.
Por ello, el centro modelo se comprometía a seis meses de «rehabilitación social» en actividades productivas y «disciplina militar». Dos años de pedagógica actividad agrícola. Y otros seis meses finales de rehabilitación. El objetivo era formar un sujeto que lograra en primer lugar, «borrar todo comportamiento amanerado o antisocial». Se agradece acá la disyunción que concibe un amanerado no antisocial. Lo segundo, «desarrollar su conciencia político-social para que en nada contravenga a los planes de prevención de la homosexualidad (en particular en lo concerniente a menores)». En tercer lugar, orientar al homosexual de un conjunto de profesiones en los que se encuentra vetado. Y el cuarto punto, y más interesante «detectar casos de posible cura para remitirlos a los organismos competentes».
El centro, además, tenía interés científico, porque permitía estudiar el fenómeno de la homosexualidad. Así como un interés educativo, pues los padres podían llevar a menores de edad a observar las consecuencias de futuras desviaciones.
Por supuesto, y es una practica actual contra opositores. El documento recomienda liberar de tales tribulaciones a aquellos homosexuales que deseen salir del país. Los que no desean irse, serán observados en busca de cambios de opinión que permitan su reeducación. Respecto a qué hacer con aquellos que se niegan, el documento guarda silencio.
Breves conclusiones
Analizar el problema de la homosexualidad en Cuba en la década del sesenta no puede obviar la situación internacional: en ambos lados del mundo bipolar el homosexual era tratado como persona de segunda. Ni por asomo, puede ocurrir que se hipertrofien estos horrores en Cuba sin entender el contexto. El problema principal, a diferencia de otros sistemas políticos, es que la Revolución se vendió como un proyecto inclusivo, y en la práctica probó ser una bestia fratricida que ha separado familias al equiparar a Cuba, como nación, con el Socialismo como fenómeno transitorio. Tal es así, que dicha extrapolación se proyecta incluso en la oposición que se alegra cuando pierde un deportista cubano, o con la miseria general a la que el pueblo es sometido.
Si bien existen en el presente políticas de igualdad para la comunidad sexo diversa, es imposible decir si dichas políticas buscan igualdad real o satisfacer las exigencias de la ONU sobre derechos humanos. Mas triste aún, es cerrar la posibilidad del homosexual revolucionario a vivir la utopía. Numerosas figuras de la cultura fueron cubiertas de olvido por su preferencia sexual. Y a todo ello, el perdón de un líder no borra la afrenta. Porque más allá de proyecciones, todo un país fue un habilitador de políticas homofóbicas y, por tanto, debe cargar la cruz de la vergüenza.
Instamos, como cientistas sociales, a la desclasificación de más documentos de este tipo. El proceso de sanación debe pasar por el viacrucis de la culpa y el reconocimiento de errores pasados, así como por la promesa de soluciones presentes y futuras.
Referencia
Betto, F. (1987). Fidel y la religión: Conversaciones con Frei Beto. Oficina de publicaciones del Consejo de Estado.
Notas
[1] Este documento es solo uno de varios archivos entregados al periodista José Raúl Gallego. Para consultar todos los documentos, puede descargarlos en el siguiente enlace: https://bit.ly/3yDfTH0
[2] Puede ser consultado en la siguiente dirección electrónica: https://bit.ly/4ckZzZr
[3] No hay mención de lesbianismo en el documento puesto que solo los hombres eran sometidos a servicio militar obligatorio.