Fuera de aquí: esa es mi meta…
Franz Kafka
Después de todo, y a pesar de lo que he venido pensando los últimos diez años, España no es tan mal país para vivir. Apenas somos zona sísmica, por aquí no se pasean los huracanes, los ciclones ni lo tifones, pertenecemos a Europa, que, aunque se encuentre en un momento de incertidumbre y servidumbre, sigue siendo la cuna de todas las libertades que se reivindican por el planeta hoy, y encima hasta parece que le gustamos a James Rhodes, que anda buscando público para sus melodramáticos conciertos. El Imperio Mariano hace mucho que ha caído, sin dejar previsible descendencia en singladuras gallegas, de modo que hasta parece que pudiera ser verdad, que se puede volver a creer que España es un territorio mayoritariamente de izquierdas socialdemócratas pese a Mingorrubio y al complot Yunque que extiende sus tentáculos por las sombras. Es cierto que a nuestro actual presidente no le quiere nadie demasiado, no como a Don Flipe Glez. Márquez, por ejemplo, lo cual representa una laguna procedimental grave que habrá que subsanar con él o sin él y que, si no nos precipita del todo en un agujero de ilegitimidad, como se ha repetido tantas veces estos últimos años, no deja tampoco de cuestionar un tanto el sentido de este cambio, de esta higiene institucional y social a la que indudablemente nos dirigimos por unos cuantos días. Pero yo, al menos lo estoy pasando muy bien. El Nietzsche maduro decía que hay que afirmar casi cariñosamente las antítesis, y hay mucho de antítesis en que todos sepamos claramente que Perro (o Pretty) nos ha metido en este lío desde la más interesada de las estrategias, lo cual no quita -aquí la antítesis- para que su resultado sea un rearme moral y político real de la democracia española, al margen de su sucio origen -mucho más sucias son las maniobras del enemigo. Quién eche de menos un mundo en que sólo lo puro dé lugar a lo bueno, y sólo lo impuro a lo malo, que vuelva una y cien veces a la trilogía de El señor de los anillos en su versión cinematográfica.
Porque en el mundo real, Perro Sanxe y sus artimañas nos recuerdan a Fouché, Talleyrand, tal vez Kissinger, etc., pero en todo caso tipos tan hábiles que, con mayor o menor probidad política, consiguen salirse con la suya, lo cual, en nuestro caso, consiste en frenar los gobiernos de la carcunda al menos unos meses más. Gracias a él, al Perro, tenemos un lapso de tregua envidiable para sentir despejado el cielo y desconfiar con todas nuestras fuerzas del PSOE, sin duda, pero ya en otro ámbito, ya en otra tierra, como si por fin tuviéramos permiso para acallar aunque sólo sea por un ratito el suspiro de Kafka que se lee en epígrafe; parece, en efecto, que estamos relativamente “fuera” de aquella miserable basura, y esa era sobre todo y en gran parte nuestra “meta”… Ayer acudí a la única comunión del mes de abril a que me encontré obligado a asistir en mi vida familiar, pero ya fui con otro humor. Mi sobrino -y ahijado, o sobrijado, como dice un amigo-, se consagraba en no sé qué liturgias religiosas de esas que te franquean al paso a una existencia libre del influjo de la Iglesia Católica Española porque ya cumpliste con ella cuando aún no tenías la edad suficiente como para resistirte a esa rancia tentación de vestir de marinerito y recibir regalos. Estuvo, la ceremonia, llena de espíritus contritos, melancólicos de aquella etapa en que Cospedal y Sáez de Santamaría se disfrazaban de lorquianas señoras de Bernarda Alba con negras mantillas, pero el párroco de turno no dijo una palabra de política, quiero pensar que por que hasta las sotanas se dan cuenta de que hay otra fragancia en el aire, una fragancia muy cristiana de purificación y regeneracionismo que no es de ningún modo la anquilosada suya.
España ha sido de siempre un país de regeneracionismos fracasados -fracasados, muchas veces, precisamente, por la pertinaz tiranía de la Iglesia Católica-, pero los intentos han estado ahí, concitando el interés de las mentes más preclaras de cada época. Hay que regenerar, es preciso regenerarse, la vida es ese proceso peculiar que, a diferencia del ecosistema muerto de Júpiter, consiste en moverse para no petrificarse, y ya decían los viejos rokeros que el canto rodado no adquiere moho. Puede que Pedro Sánchez haya sido y siga siendo tan sólo la bola providencial de la mesa de billar que ha empujado a las demás casi de chiripa, pero el caso es que sus maquiavélicas y afortunadas jugadas[1] ciertamente han reconfigurado la partida desde hace ya un buen tiempo, y que nos hallamos en un momento tenso, sí, pero al menos maravillosamente limpio en apariencia. Puede que las auroras, como apuntaba Agustín García Calvo, no estén destinadas a durar, que no sean más que “auroras intermitentes” que asoman y se ocultan, vuelvan a asomarse y rápidamente corran a ocultarse bajo el manto de las tinieblas consabidas. Pues si es así, habrá que disfrutarlas lo poco que reluzcan, los instantes en que hagan transparente el aire. Por lo pronto, Pedrito ya lleva disfrutando, un tiempo largo, de un chalé mucho mejor que el que cercaban los ultras de los escraches a la familia de Pablo Iglesias e Irene Montero. El lunes nos contará Pedro, Pretty Sánchez, casi con toda seguridad, que se apunta a una cuestión de confianza, y por mi estupendo, porque creo, como Nietzsche, en el poder transformador de las antítesis. Cristo-Jesús murió como un malhechor en la cruz, víctima paradigmática de todas las víctimas posteriores, y sin embargo con su sacrificio dio lugar a una institución repugnante que se ha permitido los mayores crímenes que la humanidad ha conocido en nombre paradójicamente de la santísima Bondad[2]. Esperemos que esta vez suceda al revés, aunque sólo sea porque en España nos conocemos mejor que en ninguna parte el cuento, y estamos ya hartos de él, de ese cuento de santidad, y de los malditos hipócritas que lo abanderan…
Notas
[1] Tampoco tan diferente de Isabel Díaz Ayuso: más Chicago Girl que la Sirenita. – Humor extrañe (wordpress.com)
[2] Hace unos meses nos enteramos por una carta de Pio XII que la Iglesia estuvo enterada de la existencia de los campos de concentración nazis mucho antes del final de la guerra. No hay palabras para calificar eso…