Si la persona que te interesa sugiriera que una relación «platónica» le parece más atractiva, podrías sentir cierta decepción. El significado común del amor platónico, denominado así por el antiguo filósofo griego Platón, es el de una relación de gran afecto en la que el sexo está excluido. Sin embargo, el concepto de amor platónico abarca mucho más que la ausencia de pasión romántica o física.
El término proviene de los escritos de Platón sobre el amor en El Banquete, obra compuesta a principios del siglo IV a.C. La historia se desarrolla en una cena en Atenas que supuestamente tuvo lugar mucho antes, en el año 416 a.C., cuando un dramaturgo llamado Agatón ganó el primer premio por su tragedia.
Agatón organizó una fiesta (symposion en griego significa «beber juntos») en la que todos los asistentes se excedieron con la bebida. La noche siguiente, los participantes, incluido el filósofo Sócrates, decidieron que en lugar de beber, ofrecerían discursos en honor a Eros, el dios del amor (de cuyo nombre deriva el término «erótico»).
Durante la cena, el poeta cómico Aristófanes presenta una historia exagerada sobre el origen del amor:
En un tiempo remoto, los seres humanos eran dobles de lo que somos hoy, con cuatro brazos, cuatro piernas y dos rostros. Estos humanos dobles eran de tres tipos: hombre-hombre, mujer-mujer y hombre-mujer. Eran seres demasiado poderosos y representaban una amenaza para los dioses, por lo que Zeus decidió dividirlos en dos. Desde entonces, cada mitad busca desesperadamente a su otra mitad en un intento por completarse. Esto es lo que llamamos amor.
Más allá del humor, el relato de Aristófanes explica tanto la orientación sexual como la sensación de que los seres humanos pueden sentirse incompletos cuando están solos.
El Banquete ofrece una gran diversidad de reflexiones sobre el amor. Además de la narración de Aristófanes, Platón presenta cuatro discursos adicionales, seguidos de la intervención de Sócrates y una contribución final del extravagante Alcibíades, quien llega tarde y ebrio a la reunión.
Para los griegos antiguos, el amor tenía un carácter divino. Muchas de las intervenciones en El Banquete describen el amor como un dios (Eros) o una diosa (Afrodita). Otro aspecto culturalmente distintivo es que todos los participantes de la reunión son hombres, quienes asumen tácitamente que el amor debe considerarse en términos homoeróticos.
En la Atenas antigua, las relaciones heterosexuales rara vez se concebían con una dimensión intelectual. Las mujeres y niñas generalmente no recibían educación, por lo que la idea de un vínculo intelectual en una relación era algo reservado para el amor entre hombres. Sin embargo, las ideas de Platón no excluyen—como muestra el relato de Aristófanes—el amor entre los sexos o entre mujeres.
En la ciudad de Tebas, que rivalizaba con Atenas, existía una unidad militar conocida como la Banda Sagrada, compuesta por 150 parejas de amantes masculinos. El primer orador, el aristócrata Fedro, sostiene que un ejército formado por amantes sería invencible, ya que cada soldado querría demostrar su valentía ante su pareja.
Fedro da por sentado el amor sexual y argumenta que el amor «inspira a los amantes a actuar noblemente en asuntos de vida o muerte». El siguiente orador, Pausanias, distingue entre el amor verdadero y el deseo sexual, insistiendo en que este último debería reservarse para relaciones comprometidas.
Otros participantes presentan ideas más abstractas del amor, viéndolo como una fuerza de armonía universal o, como sostiene Agatón, como un estímulo para la creatividad artística. Sócrates, por su parte, afirma que revelará «la verdad sobre el amor». Relata que aprendió de Diotima (un personaje basado en la real Aspasia de Mileto) que el amor comienza con el deseo físico, pero puede evolucionar hacia formas superiores, como el amor por el conocimiento, la belleza y la verdad.
El discurso final lo da Alcibíades, un joven aristócrata famoso por su belleza, quien confiesa que intentó seducir a Sócrates sin éxito. Sócrates rechazó sus avances porque, según él, un verdadero amante debe preocuparse más por mejorar el alma de su amado a través de la filosofía que por buscar placer físico.
Cuando se comprende adecuadamente, el amor platónico no es la negación de la pasión, sino su transformación y elevación. Esto implica que no puede ser simplemente narcisista. El mito de Aristófanes, que describe la búsqueda de una mitad idéntica, es desafiado por la doctrina de Sócrates.
En última instancia, aprendemos que el propósito del amor no es completarnos, sino inspirarnos a crecer creativamente en relación con otra persona. El amor no debe guiarnos a buscar nuestro reflejo, sino a educarnos y ser educados mutuamente para alcanzar nuestra mejor versión.
Esto nos invita a pensar en las relaciones en términos de aspiraciones compartidas. Desde este punto de vista, el amor platónico significa enfocarse en lo que está más allá de la relación en sí, en los ideales que unen a quienes verdaderamente se aman.
En la práctica, podríamos concluir que la forma más elevada del amor es una asociación en la que dos personas se unen en una búsqueda creativa común. Este amor no carece de pasión, sino que canaliza la pasión hacia un propósito superior: comienza con el deseo físico, pero culmina en su trascendencia.
Amar platónicamente significa ver en otra persona no solo lo que es, sino lo que puede llegar a ser, y avanzar juntos hacia algo más grande de lo que cualquiera podría alcanzar en solitario.
Desde esta perspectiva, la búsqueda de nuestra «mitad perdida» propuesta por Aristófanes no puede ser la respuesta definitiva. Y aunque ninguna de las ideas expresadas en el diálogo nos ofrezca una verdad absoluta, el propósito de El Banquete es, sin duda, invitarnos a seguir reflexionando sobre el amor.
Este artículo ha sido publicado en The Conversation. Lee el artículo original aquí.