Beatriz Guerrero González-Valerio, Universidad CEU San Pablo
“La fotografía es una pequeña voz. Yo creo en ella. Si está bien concebida, a veces se deja oír” – W. Eugene Smith, París: Photopoche
Retratar injusticias no es algo nuevo. Desde los primeros años del siglo XX hasta el momento actual muchos fotógrafos se han preocupado por dejar su testimonio. Pero ¿se puede tratar de reformar, de enderezar el mundo a través de una fotografía?
Le sorprenderá saber la cantidad de fotógrafos que con sus imágenes han tratado de persuadir de la necesidad de cambiar la realidad que nos rodea. En estos casos la fotografía tiene intención de enmendar, de denunciar ciertas situaciones y de provocar respuestas.
Del mundo a la utopía
El término fotografía documental se refiere a las imágenes realizadas con la intención de reflejar el mundo, respetando los hechos y buscando la veracidad. Por tanto, la fotografía documental es una imagen que constata, que certifica un acontecimiento y que se basa en su capacidad para acercar la realidad. Esto no significa que la foto documental sea toda la verdad, ni la única posibilidad fotográfica. Así mismo, tiene que haber una difusión de esas imágenes, un público al que interpelar.
El documentalismo utópico es parte de la fotografía documental, pero va más lejos. Sus fotografías se toman con la intención de hacer constar algo, de mostrar la realidad, pero no solamente, sino que confían en la capacidad de convicción que puede tener una imagen, su capacidad de persuasión para mejorar el mundo.
¿Y por qué nos puede llegar tanto una fotografía? Por un lado, el componente mecánico de la fotografía (la cámara) hace que los hechos percibidos resulten más creíbles. Por otro lado, la fotografía se considera, socialmente, como más certera. El fotógrafo se orienta hacia la realidad, obteniendo una imagen que por su analogía con lo retratado va a ser sinónimo de veracidad. A esto se une la idea de que para poder tomar esa imagen el fotógrafo ha tenido que ser testigo presencial, ha tenido que estar allí.
Los inicios de la fotografía documental
La primeras imágenes realizadas con una cámara se obtuvieron hace casi dos siglos. Y ya desde sus inicios, la fotografía se debatió entre ser documental, acercándose a la realidad y representando los hechos, o artística, expresando sentimientos y fabricando las escenas. Es decir, la verdad o la belleza.
Sin embargo, la intención documental en la fotografía no surgirá hasta finales del siglo XIX y los primeros años del XX. Los inicios se sitúan en Nueva York, de la mano de Jacob August Riis (1849-1914) y de Lewis Hine (1874-1940). Ambos realizaron fotografías de temática social con la intención última de dar a conocer ciertas desigualdades para reformarlas. No debe pasarse por alto que en estos años el paso a una sociedad industrializada estaba generando grandes desigualdades.
En 1890 Jacob A. Riis, emigrante de origen danés, consciente de los límites de la palabra escrita para describir los hechos, comenzó a tomar fotografías mostrando la desprotección y condiciones de vida de los inmigrantes urbanos.
Unos años después publicaba en Nueva York Cómo vive la otra mitad. El libro tuvo una gran trascendencia y generó una reforma urbanística en las zonas menos favorecidas de la ciudad, como la construcción de patios de recreo o zonas ajardinadas.
A comienzos del siglo XX, Lewis Hine, el primer sociólogo que se hizo escuchar con una cámara, realizó fotografías de los inmigrantes que llegaban a la isla de Ellis, mostrando su adaptación a una nueva vida. No obstante, sus trabajos más importantes fueron sobre la explotación infantil en minas y fábricas textiles. Gracias a estas imágenes consiguió impulsar la Ley de protección laboral de menores.
Esta intención de reforma se mantendrá en la década de los años 30, también en EE. UU., a través de la Farm Security Administration –un conjunto de reformas y subsidios aprobados durante el gobierno de Roosevelt con el objetivo de paliar los daños de la crisis del 29–. Dentro de este programa se reclutó a una serie de fotógrafos para concienciar a los ciudadanos, mediante imágenes, de la necesidad de dichas ayudas. Destacan Dorothea Lange, Walker Evans o Margaret Bourke-White, entre otros.
Del documentalismo al fotoperiodismo
Tras la Segunda Guerra Mundial, la fotografía documental perdió algo de brío. Sin embargo, el fotoperiodismo asumió sus principios. Las revistas ilustradas, que estaban en pleno apogeo, fueron las que publicaron temas de interés humano.
Entre los fotógrafos de finales de siglo podemos destacar a Sebastião Salgado (Brasil, 1944). Su obra principal se ha centrado en mostrar el sufrimiento de seres humanos que atraviesan situaciones de exilio, emigración, modos de trabajo o la miseria de ciertas comunidades. Muestra al público occidental cómo es la vida en lugares a los que nuestros ojos no llegan. En la misma línea que los que iniciaron este campo podemos citar al español Gervasio Sánchez, con su proyecto de largo plazo Vidas minadas, o a James Nachtwey, con su trabajo en Afganistán.
A día de hoy podemos encontrar fotógrafos con la misma inquietud que buscan persuadir a sus contemporáneos para cambiar el mundo y movilizar conciencias. Además, ya está plenamente aceptado que el documentalismo puede presentar muchas posibilidades y que no es una fórmula cerrada.
Desde finales del siglo XX, el sentido de la palabra documental se ha ido modificando. Cada vez nos encontramos con una mayor diversidad de propuestas, si bien todas ellas coinciden en su confianza en la capacidad de comunicación de la fotografía.
Se puede afirmar que el documental con la idea de mejorar y estimular respuestas sigue vigente y funcionando. Sigue habiendo fotógrafos interesados en reformar y en persuadir a sus contemporáneos de la necesidad de enderezar el mundo. Fotógrafos para quienes la fotografía documental sigue siendo sinónimo de compromiso y reforma. En definitiva, que no han renunciado a la utopía.
No obstante, si hay un fotógrafo también debe haber un público que reconozca esas imágenes como documentos, que sea capaz de hacer una lectura documental, dando sentido a las imágenes y actuando en consecuencia.
Evidentemente, dependerá de cada persona y del momento vital en el que se encuentre. Asimismo, no todos nos veremos afectados de la misma manera. No obstante, al final, como individuos, si nos sentimos interpelados por estas fotografías y nos movemos, aunque sea un poco, podemos hacer mucho bien.
Beatriz Guerrero González-Valerio, Profesora de Fotografía y Estética, Universidad CEU San Pablo
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.