Por Katie Pickles, Professor of History, University of Canterbury
En la última semana de la campaña de las elecciones presidenciales de Estados Unidos, existe una posibilidad real de que una mujer llegue al cargo más alto. Pero, ¿por qué ha tardado tanto en suceder, y tiene Kamala Harris lo que se necesita para hacer historia?
Mi investigación examina a mujeres destacadas en la historia y cómo, colectivamente, representan el cambio de estatus de las mujeres en la sociedad. En particular, he investigado los temas y patrones históricos que explican el ascenso de las primeras mujeres líderes electas.
En general, se asume que las mujeres en la política son una minoría, que emergen desde una posición de desventaja. Cuando tienen éxito, se las considera excepciones en un sistema masculino previamente vedado.
Sin embargo, debido a las complejidades de género, raza, clase y cultura, no es tan sencillo, como muestra la discusión sobre la identidad birracial de Harris.
En mi investigación, he identificado tres grandes grupos de mujeres que han logrado ser líderes electas de sus países desde que Sirimavo Bandaranaike de Ceilán (ahora Sri Lanka) se convirtió en la primera primera ministra mujer del mundo en 1960.
¿Encaja Kamala Harris en alguno de estos grupos? Y, de ser así, basándonos en el patrón hasta ahora, ¿tiene lo necesario para llegar a ser presidenta? ¿O significa ser una superpotencia global que Estados Unidos exige una nueva forma de liderazgo femenino?
Nacida para gobernar
Este primer grupo llegó al poder principalmente debido a antiguas tradiciones hereditarias o dinásticas, más que a través de nuevos sistemas democráticos.
Bandaranaike era conocida como la “viuda gentil” de Solomon Bandaranaike, el cuarto primer ministro de Ceilán, quien fue asesinado en 1959. Tras ella surgió un grupo de mujeres líderes dinásticas, incluidas tres que sucedieron a padres asesinados: Indira Gandhi (India), Benazir Bhutto (Pakistán) y Park Geun-hye (Corea del Sur).
Otras tres en este grupo –Corazón Aquino (Filipinas), Violeta Chamorro (Nicaragua) y Khaleda Zia (Bangladés)– sucedieron a sus esposos asesinados en el cargo.
Estas mujeres llegaron al poder para regenerar dinastías familiares y construyeron imágenes basadas en figuras maternas tradicionales, ofreciendo liberación al “dar a luz” a naciones recién descolonizadas. En palabras de su biógrafo, Bandaranaike era “el símbolo, la figura necesaria; la chispa para encender la llama”.
Tuvieron que pasar hasta 2016 para que Tsai Ing-wen en Taiwán se convirtiera en la primera mujer líder de Asia que no provenía de una familia política.
La importancia de la dinastía familiar explica la aparente paradoja de líderes femeninas en países con extremas desigualdades de género, clase y etnia, siendo naciones islámicas de las primeras en elegir mujeres.
Si bien pertenecer a una familia política de élite ofrece beneficios, lo contrario podría ser ventajoso para Kamala Harris: no pertenecer a una dinastía puede ser una ventaja en una nación que se enorgullece de ser una mezcla de iguales y de esfuerzo propio.
Claro está, en EE. UU. han surgido dinastías políticas como los Bush y los Kennedy. Pero la derrota de Hillary Clinton ante Donald Trump en 2016 se debió probablemente, en parte, al rechazo de los votantes a una dinastía Clinton. Ser hija de inmigrantes de India y Jamaica podría beneficiar a Harris en esta ocasión.
‘Hombres honorarios’ conservadores
Existe un segundo grupo de mujeres políticamente conservadoras, mayormente occidentales y blancas. Algunas, como Golda Meir (Israel) y Margaret Thatcher (Reino Unido), fueron electas.
Pero otras –Kim Campbell (Canadá), Jenny Shipley (Nueva Zelanda), Theresa May y Liz Truss (Reino Unido)– fueron elegidas por sus partidos durante un mandato. Esto puede reflejar la resistencia de los votantes conservadores a aceptar el cambio y votar por mujeres.
Estas mujeres aspiran a ser iguales a los hombres, alcanzar la cima como “hombres honorarios”, listas para demostrar su fortaleza. Margaret Thatcher se presentó como la “dama de hierro” y subió su popularidad durante la Guerra de las Malvinas en 1982. Golda Meir podía ser vista como la abuela cariñosa que preparaba sopa de pollo, o como “la madre dominante que gobernaba con mano de hierro”, como la describió luego el presidente israelí Chaim Herzog.
Harris no encaja en este grupo. Si fuera republicana, tal vez podría presentarse como una tía o madrastra cariñosa que defiende el derecho a portar armas. Pero al atraer al lado progresista de la sociedad estadounidense, no ajustarse al molde conservador podría ser una ventaja.
Agentes de cambio social
Un tercer grupo de mujeres líderes es de tendencia izquierdista y resiste activamente los roles restrictivos de género y maternales. Aunque la gran mayoría de mujeres líderes mundiales han tenido hijos, este grupo incluye a varias que no los han tenido.
A diferencia de los dos primeros grupos, estas mujeres cuestionan a menudo las estructuras de poder dominantes y masculinas y buscan reformas en el sistema político. Generalmente, es más difícil para estas mujeres ser elegidas.
Estar altamente educadas y tener carreras en la academia o el servicio público es común en este grupo. Por ejemplo, Gro Harlem Brundtland (Noruega) se formó como médica, Mary McAleese (Irlanda) como abogada y académica, y Angela Merkel (Alemania) tiene un doctorado en química cuántica.
Estas mujeres intentan construir nuevas formas de liderazgo. Alientan a más mujeres a unirse a ellas en el poder y desafían el sexismo, la homofobia y el racismo. Más generalmente, trabajan para transformar la gobernanza global, promoviendo el pluralismo, la tolerancia y la bondad.
Desde que Elizabeth Domitien fue elegida primera ministra de la República Centroafricana en 1975, más líderes de este tipo han surgido, como Vigdis Finnbogadóttir (Islandia), Mary Robinson (Irlanda), Sylvie Kinigi (Burundi), Michelle Bachelet (Chile), Helen Clark y Jacinda Ardern (Nueva Zelanda), Julia Gillard (Australia), y Tarja Halonen y Sanna Marin (Finlandia).
El desafío de Harris
Kamala Harris encaja más claramente en este grupo. Es altamente educada y experimentada en el servicio público. Y no ha tenido hijos, a diferencia de muchas en los otros dos grupos.
Por eso ha sido calificada como “mujer soltera sin hijos”, lo que subraya quizás su mayor obstáculo: la cultura masculina dominante en una superpotencia militar.
No es sorprendente que potencias militares rivales como Rusia y China aún no hayan elegido una líder mujer. Puede ser que ser una agente de cambio social y tener el dedo sobre el botón nuclear requiera una nueva forma de liderazgo femenino, quizás una mujer guerrera de la nueva era.
Solo queda por ver si Estados Unidos, el mundo y la propia Harris están listos para ese papel.
Este artículo ha sido publicado por The Conversation en inglés. Para leer el orginal siga el siguiente enlace.