«Sería posible describir todo científicamente, pero no tendría sentido; carecería de significado el que usted describiera a la sinfonía de Beethoven como una variación de la presión de la onda auditiva».
Albert Einstein
Abordar los aspectos filosóficos de la ciencia actual parece algo cada vez más inusual. Las razones para este comportamiento van desde la falta de interés, hasta la falsa creencia de que en cuestiones filosóficas, ya en la ciencia moderna no hay nada que discutir. Muchos dirán incluso que el método científico tiene tal contundencia que no deja margen para cuestionamientos filosóficos de la ciencia o en la ciencia, lo cual lleva a pensar más en un efecto Dunning Kruger que, por el contrario, a convencer de tal afirmación. Lo cierto es que existe muchísimo sobre lo cual discursar al respecto y no solo para el filósofo de la ciencia, que por pura pasión se aventura en tales encomiendas, sino para el propio científico y para cualquiera que desee adoptar el pensamiento científico como forma de pensar.
Cualquiera que se atreva a dar una breve incursión en los objetos de estudio de la filosofía de la ciencia notará, sin necesidad de mayor perspicacia, que esta cobra una relevancia renovada debido a lo que ya pudiera llamarse la última gran revolución: la tecnológica.
La filosofía de la ciencia posee dos objetos fundamentales de estudio; por un lado estudia el conocimiento científico y por otro la práctica científica, reconociendo desde este justo instante que la ciencia no es una mera acumulación de conocimiento, sino que además es una práctica, un quehacer, una forma de pensar, una metodología.
Con el objetivo de conservar- aunque ligeramente por las características del texto- esa deseada peculiaridad del filósofo que es la precisión en el lenguaje, sería bueno definir, antes de continuar, estos dos objetos.
Para el discurso en cuestión, el conocimiento científico puede ser visto como un conjunto de saberes en constante expansión y que puede ser caracterizado fundamentalmente por ser racional, verificable y reproducible además de claro y preciso [1]. Este se sustenta en evidencias y se recoge muchas veces en teorías que se relacionan, por lo que no es un conjunto inconexo de saberes, sino un entramado que no solo crece aumentado su cantidad sino la conectividad entre estos. Tal conocimiento se obtiene mediante el estudio riguroso y metódico del objeto del cual se quiere extraer, entendiéndose en este contexto por objeto como la categoría más amplia que pueda englobar todo aquello de donde se pueda sacar dicho conocimiento ya sea, incluso, él mismo. Dicho conjunto de saberes, por sus características, es uno de los más deseados y aceptados por la sociedad actual. Sin embargo según el filósofo de la ciencia Paul Feyerabend, restringir el conocimiento valido al conocimiento científico únicamente no es efectivo, pues se adquiere a través de nuestra racionalidad la cual se supedita en muchas ocasiones a nuestro etnocentrismo, resultando por tanto coherente sin necesidad de ser válida del todo [2].
Por otro lado, la práctica científica es un entramado de métodos, actitudes, políticas, acciones entre otros que aún no se encuentran bien definido y que muchos en el intento de explicarlo terminan reduciéndolo a la única y exclusiva implementación del método científico como maquinaria generadora de verdades científicas. Esta, sin embargo, es mucho más que el propio método científico conteniéndolo en su núcleo, pero no limitándose a él ni compartiendo su rigidez, sino que es dinámico y flexible y va adaptándose según la comprensión y el avance de la ciencia que desde ella misma emerge. Siendo reduccionistas, pudiera verse como una máquina de construcción de la cual salen las piezas que conforman su propia armazón. Tal naturaleza recoge un gran peligro, el hecho de que las verdades que emerjan en el futuro dependerán en gran medida de las que fueron aceptadas en el pasado, por lo que constantemente las piezas de esta máquina han de estar bajo su propio examen, pero esto es tema para más de un artículo y por tanto de momento se dejará en el tintero. Un diagrama que recoge bastante bien la práctica científica en la actualidad es el mostrado en la figura 1. Sin embargo, esta es solo un intento más de resumirla a sus diferentes partes. Una visión más holística de la práctica científica puede ser encontrada en los trabajos de Javier Echeverría [3].
En cada pequeña intercepción, en cada pequeño punto o proceso de este diagrama, la filosofía juega un papel fundamental, no solo dándole forma y describiéndolo en sí mismo, sino proveyendo de forma a cada una de sus partes para que su articulación resulte lo más orgánica posible.
Nótese como en cada una de las diferentes partes del esquema ha venido a destacar explícita o implícitamente la tecnología. Por poner un ejemplo lo más práctico posible, pensemos en el concepto de ordenador como máquina de cómputo, en la actualidad es altamente improbable que exista un científico que no tenga acceso a uno. Veamos cómo afecta este concepto y su concepción al esquema. Al entrar al flujo, inmediatamente, aumenta el conjunto de todas las ideas que puedan ser investigadas científicamente (Cibernética). A su vez trae nuevas herramientas a los conjuntos investigación y análisis (modelaciones computacionales, programas de cómputo dedicados a la estadística y análisis de big-data) trayendo consigo incluso cambios en el criterio de lo que se considera información cierta.
La ciencia hoy es un proceso más vivo que nunca, con mayor dinamismo, que recoge un sinnúmero de ámbitos de la sociedad moderna, que responde a intereses políticos y económicos, que genera debates y confrontaciones éticas y religiosas.
Por otro lado, el ordenador no solo cambia los paradigmas de educación que posteriormente influyen en el científico que desarrolla gran parte de los procesos, sino que aumenta la velocidad del flujo a través del esquema [1]. Se puede pensar en el Internet y cómo ha cambiado el intercambio de información. Uno de los problemas de la ciencia, en su vieja concepción, era la comunicación entre los científicos que trabajaban en el mismo campo. Este intercambio solo ocurría mediante cartas, publicaciones en revistas o eventos, los cuales se encontraban, todos ellos, sujetos a la condición temporal de su naturaleza. Estos procesos en la actualidad y gracias al Internet ocurren en tiempos despreciables para la investigación, sin embargo a pesar de que las nuevas tecnologías han dado solución a viejos problemas no han sido menos los nuevos desafíos que han planteado.
Ahora bien, dado el gran flujo de información que diariamente sale a la luz, se ha vuelto más difícil poder seleccionar la necesaria y correcta de la que no. Casi de cualquier tema que busquemos en Internet el número de páginas dedicado a dar información acerca de ese tema es inmenso y el orden en que la encontramos no cumple ningún criterio de calidad por lo general. Las divisiones del conocimiento en pequeñas parcelas llamadas especializaciones, aparejado al desenfrenado auge de lo que pudiera llamarse “mercado de las publicaciones’’ sin revisión crítica, ha devenido en uno de los mayores desafíos de nuestros tiempos. Ahora existe mayor acceso a la información, pero se sigue teniendo el mismo grado de ignorancia, pues para el ciego, en cuestiones de colores todo es y no es a la vez.
La ciencia ya no puede ser vista como un proceso independiente, como la tarea de un científico que pasa horas en su laboratorio y que concreta resultados en un gran descubrimiento. La ciencia hoy es un proceso más vivo que nunca, con mayor dinamismo, que recoge un sinnúmero de ámbitos de la sociedad moderna, que responde a intereses políticos y económicos, que genera debates y confrontaciones éticas y religiosas.
Es por ello que ahora, más que nunca quizás en la historia, es demandado un examen crítico y constante sobre eso que nos atrevemos a llamar ciencia y que en su expansión necesaria e inevitable hace cada vez menos perceptible su silueta.
Notas
1. Ramírez, G. ¿Qué es la ciencia?
2. Feyerabend, P. (1993) (en Español). Contra el Método. Barcelona: Planeta De-Agostini S. A.
3. Echeverría, J. (2008). Propuestas para una filosofía de las prácticas científicas. En J. M.
4. Echeverría, J. (1995). Filosofía de la ciencia. Madrid: Akal.