Hay un poema sobre una mujer que grita. Un poema donde también hay espejitos, margaritas y un corcel. (Cosas que al final no sirven de mucho dentro del mismo). Hay un poema que se pregunta la locura de una mujer y se pregunta por qué tantos gritos cuando en las manos y ojos de ella ya se aprecia la muerte de todo, incluido los gritos. Hay un poema que se pregunta por varias mujeres. Tal vez cuatro o cinco. Tibias, rotas, equilibradas, que no son sino la estola descolorida y sin cruces de una única mujer que ha llegado tarde o demasiado temprano al cumpleaños de su propio miedo. El miedo que es al mismo tiempo la impotencia resentida de ver cómo el mundo en general fracasa en su espejo particular; porque el fracaso del mundo es el fracaso personal. Un poema que en sus últimos minutos nos enseña cómo sus versos deben caber en el hueco de la mano de un niño. Y así lo han confirmado algunos de sus lectores más atentos, entre ellos la escritora María Negroni. “Te acordás de esa mujer”, dice el poema con toda intención, como si nosotros no supiéramos del todo qué significa el recuerdo visceral de algo perdido en el camino, como si no supiéramos del todo qué es dormir en nuestras piedras. Un poema que nos toma por los pelos y nos levanta para que nos demos cuenta no sólo de la fragilidad del cuerpo sino de su superación. Ese poema pertenece a Susana Thénon.
Susana Thénon, pese a pertenecer a la generación de poetas que surgió en Buenos Aires en los años 60, poco o nada tiene que ver con ellos. De hecho, Thénon rompe con la idea que se ha construido en torno a las mujeres poetas de Argentina cuya máxima expresión fue su colaboradora y amiga Alejandra Pizarnik. Es decir, la poeta internada en hospitales, con problemas de depresión, bulímica, que usa pastillas y tiene tendencias suicidas. Esta imagen ha perdurado en el tiempo y en parte es responsable, aunque no totalmente, de que la obra de Thénon haya quedado en un segundo plano respecto a su coterránea. De hecho, la poesía de Thénon, contiene un humor particular, sarcasmos precisos que llegan al lector, aunque detrás de ese juego con el lenguaje se esconde siempre algún vacío, alguna nostalgia. Incluso en su propia vida no vemos drogas, hospitales, depresión o ganas de morir. Incluso dejó voluntariamente la literatura para dedicarse a tomar fotografías en un espacio de 12 años para retomarla luego con un libro yo diría extraterrestre en el universo poético: Distancias (1983). Pero, analizando la cuestión, eso es algo que caracteriza a la literatura latinoamericana. El halo de tristeza. ¿Dónde está el sarcasmo, el humor? ¿Será que nosotros los latinoamericanos no podemos salirnos de ese tipo de escritura? Probablemente no. Por ello la poeta argentina fue un caso excepcional en aquella época y lo sigue siendo en ésta.
Los versos de Thénon me gusta pensarlos como versos limítrofes. Como simples bordes de algo que no se sabe muy bien qué es. En sus poemas vemos la ausencia del rostro, de la corporalidad. Las palabras son satélites que orbitan alrededor del centro de las cosas.
Le interesa dibujar la máscara de un rostro y dejar que el lector ponga el rostro que hace falta. Y tal vez sea eso justamente el espíritu de la poesía, porque la poesía no explica nada ni tiene que brindarnos el porqué de la realidad. El principio de la pregunta es justo el trazo del límite que bordea el misterio no tan lejano a nosotros de lo cotidiano.
Por otra parte, si se puede hablar de una oscuridad en Susana Thénon estaríamos en presencia de una oscuridad tranquila. De sentarse a esperar el fin en un rincón de la casa después del amor, las fotografías a bailarinas y las comidas afuera. Por eso no encontramos en esta autora los versos de esa otra oscuridad plasmados por ejemplo en “Sala de psicopatología” de Pizarnik. Encontramos más bien ese toque irónico, humorístico que busca otro plano de lo serio y de las profundidades de la angustia. Un poema entre tantos:
la rueda se ha detenido se ha deteni
dos tres dos tres dos la rueda
se ha detenido roto por dentro
solo madera entran ojos
solo memoria cónico
solo memoria al cielo de cara no es posible
que arda ya más que arda más todavía que
arda solo eterna como si el viento (algo)
no arrojara sus migas sus ropas deshecho
ansiado cuerpo luz de la noche pájaros
homicidas bajo el puente se alejan fríos
(algo) cadenciosos mar
y silbó y dijo criatura barro
y dijo y rió trompa de vena
y rió apuntó carne temblada
y disparó bulto
zapatos
carne
aéreo (algo)
y sol (una mujer)
hachas de sol (ante la puerta con llave)
arañan la puerta (busca su llave) aclara
el pecho (dice en alta voz) el ojo (ábreme yo) la mano
(llama llama) el borde (no) del río (no) de sangre
(no) de sangre que huye hilo salvaje negro de pavor
entre el suelo y la puerta al encuentro de sus pasos
la rueda se ha detenido se ha deteni
dos tres dos tres dos la rueda
se ha detenido
A finales de los 80, poco antes de su muerte, la poeta publica su último libro, Ova completa, una de sus obras más recordadas y que resume su labor literaria iniciada desde los años 50. No obstante sugerimos la obra póstuma La morada imposible, volumen que reúne todos los libros de la autora, a cargo de la editorial independiente Corregidor y que han compilado A. Barrenechea y la mencionada Negroni.
Exquisito texto. Un acercamiento a la sensibilidad femenina de la poetiza sin rayar los estereotipos.