Paul Feyerabend y el anarquismo metodológico

diciembre 14, 2022
El filósofo Paul Feyerabend en Berkeley, por Grazia Borrini-Feyerabend. Wikimedia Commons
El filósofo Paul Feyerabend en Berkeley, por Grazia Borrini-Feyerabend. Wikimedia Commons

Hace «tan solo unas cuantas décadas» el enfoque neopositivista se erigió sobre la distinción entre los enunciados observacionales y los enunciados teóricos. Su motivación principal fue la consecución de un lenguaje aproblemático, neutro, al que poder traducir los postulados teóricos de una teoría científica —por ejemplo, como pretendía Carnap, a través de unas reglas de correspondencia—. La tesis de la carga teórica de la observación de Hanson comienza, sin embargo, a poner seriamente en entredicho esta pretensión neopositivista al aseverar que toda observación depende de conocimientos y creencias previos. Esta tesis estuvo en la base de las concepciones historicistas en las que se enmarca el filósofo Paul Feyerabend, quien está en «completo acuerdo» con Neurath al considerar la posibilidad de que «tanto las teorías como las observaciones pueden ser rechazadas».

La concepción coherentista de Neurath (frente a la fundacionalista) sostuvo que en el momento en que un enunciado observacional entra en contradicción con un sistema teórico, el científico tiene dos posibilidades: o bien rechazar el enunciado en cuestión, o bien modificar el sistema de tal modo que la aceptación del enunciado no sea un problema. No debemos, con todo, entender con esto que Neurath adelantó en cierto modo la tesis de la carga teórica de Hanson, sino que tanto en aquél como en este lo observacional se torna criticable. En cierta consonancia con este cuestionamiento propiciado por Hanson, Feyerabend defiende que esta distinción, en primer lugar, no es tan acentuada como se pensó durante algunas décadas y que, además, en ningún caso la observación está exenta de crítica. De hecho, Feyerabend cree que esta distinción «ha perdido definitivamente» su relevancia. Es esto así hasta el punto de que, en oposición a los procesos inductivos en virtud de los cuales las teorías son construidas en concordancia con la experiencia, Feyerabend propone la contrainducción.

Por contrainducción podemos entender aquel procedimiento consistente en «la introducción, elaboración y propagación de hipótesis que sean inconsistentes o con teorías bien establecidas o con hechos bien establecidos» (1975: 23). De lo que se trata, por ende, no es de medir el éxito de una teoría científica por su grado de correspondencia con los hechos observacionales, sino de precisamente buscar las cosquillas tanto a las teorías como a los hechos.

Respecto a las primeras, Feyerabend presenta el «principio de proliferación» (ya presente en J. S. Mill) consistente en la producción de teorías que sean inconsistentes «con el punto de vista comúnmente aceptado» (1975: 24), aun cuando, y quizás especialmente, estos estén «altamente confirmados». ¿Con qué fin? Con el de poder contrastar una teoría bien asentada con otra que sea inconsistente con ella. Tal y como acabamos de decir en el anterior párrafo, el punto de vista crítico no se sitúa exclusivamente en el campo teórico, sino también en el observacional.

De este modo, con la presentación de la contrainducción de hechos u observacional, Feyerabend pone el acento en el hecho de que ninguna teoría se corresponde con meridiana exactitud con los hechos del dominio del que se ocupa –habiendo entre las teorías y los hechos desacuerdos a nivel cualitativo y cuantitativo–. Tal y como sucede en el caso de la teoría, la contrainducción observacional consiste en pergeñar sistemas conceptuales que entren en conflicto con hechos que se consideran altamente confirmados y son, por ello, generalmente aceptados. El papel de la contrainducción, que es y debería ser, según el filósofo vienés, de un uso tan extendido como el proceder inductivo (por ejemplo), permite evaluar críticamente los supuestos (inclusive las interpretaciones naturales) que están soterrados en las teorías y hechos más aceptados. Por lo tanto, la contrainducción, lejos de ser un disparate, es un hecho en la historia de la ciencia. Un hecho legítimo sin el cual esta no habría podido desarrollarse.

Lo dicho hasta el momento nos sirve para consolidar lo ya mencionado en el primer párrafo: teoría y observación están indisolublemente amalgamados. Esto es patente en el aprendizaje, en cuyos albores dista de encontrarse aislada la observación. Del trabajo de Piaget, Feyerabend extrae en Contra el método el siguiente corolario: «Debe admitirse que cada etapa posee una clase de “base” observacional a la que uno pone especial atención y de la que uno recibe una multitud de sugerencias. Sin embargo, esta base a) cambia de etapa a etapa, y b) es parte del aparato conceptual de una etapa dada; no es su única fuente de interpretación» (1975: 127). Esta correlación entre observación y teoría (o informes de observación) –de la que convendría distinguir a las apariencias o impresiones: la salida del Sol fue percibida sensorialmente de la misma manera por Aristóteles y por Copérnico– nos conduce directamente a otra de sus ideas clave: la de las interpretaciones naturales.

Las interpretaciones naturales se encuentran en la raíz de las observaciones y de los informes observacionales. ¿Qué son las interpretaciones naturales? Aun con la vaguedad con la que Feyerabend se expresa, podemos entender lo siguiente: las interpretaciones naturales son las ideas o conceptos («ideas abstractas e incluso metafísicas» (1975: 102) que se topan abisalmente establecidas en la misma raigambre de nuestras concepciones del mundo, siendo confundidas con la realidad. Estas se conforman de diversos modos a lo largo de la vida de los sujetos condicionando acríticamente tanto las percepciones como los conceptos.

El procedimiento contrainductivo se presenta, así, como el medio que posibilita el descubrimiento de estos «ingredientes ideológicos». Fueron muy diferentes las opiniones que mantuvieron autores de diversa índole en lo concerniente a las mismas: si para Kant son “presuposiciones «a priori»”, para Francis Bacon son «prejuicios» a eliminar (1975: 61); aunque, cabe añadir, esta última posibilidad fue rechazada tajantemente por Feyerabend, para quien una supuesta eliminación de las interpretaciones naturales conllevaría la eliminación de «la capacidad de pensar y percibir» (1975: 65).

Feyerabend coincide con Galileo al determinar que una suerte de «discusión crítica» debería decidir qué interpretaciones han de ser eliminadas o conservadas. Tanto para Galileo como para Feyerabend, la necesidad de las interpretaciones no se pone en duda. Que estas son un hecho histórico lo muestra Feyerabend apelando al modo en que el propio Galileo sustituyó cierta interpretación natural que se topaba en el trasfondo de la doctrina copernicana por una diferente. Así, cuestionando, previo análisis del lenguaje observacional, ciertas interpretaciones naturales precedentes, Galileo inventó un nuevo lenguaje de observación con sus propios ingredientes metafísicos que supo imponer mediante métodos propagandísticos. Valga esta nueva idea pilar del anarquismo metodológico de Feyerabend como muestra de la profunda imbricación y dependencia que media entre teoría y observación.

Entre las consecuencias que se derivan de todo lo dicho hasta el momento se destaca, primeramente, la imposibilidad de alcanzar un lenguaje neutro al modo en que pretendían los neopositivistas, paradigmáticamente Carnap. Asimismo, de esto último se desprende la idea de la inconmensurabilidad ya presente en Thomas Kuhn y su obra La estructura de las revoluciones científicas. Huelga decir que esto sucede dado que, una vez desechada la posibilidad de un lenguaje al que traducir las diferentes teorías científicas, y al hallarse estas, las teorías, en planos absolutamente distintos tanto a nivel lingüístico-conceptual, axiológico, metodológico o perceptivo, la posibilidad de una traducción o compatibilidad entre ellas es nula. Otras consecuencias son la imposibilidad de los experimentum crucis que muevan la balanza en favor de una de dos hipótesis enfrentadas (en vista de que esta determinación siempre estará contaminada por una interpretación concreta) o también de la reducción interteórica (no hay una continuidad conceptual entre dos teorías).

El viraje suministrado por el anarquismo metodológico de Feyerabend fue tan radical que, en las antípodas del enfoque neopositivista, la observación dista mucho de hallarse en un estatus privilegiado. La misma posibilidad de una ciencia sin experiencia queda abierta en vista de la inutilidad de las sensaciones en el proceso de entendimiento. Es importante, con todo, no confundir esta ciencia sin experiencia con una especie de contradictio in terminis con lo dicho. La correlación teoría/observación se mantiene hasta tal punto que la eliminación del conocimiento teórico dejaría por resultado una «persona completamente desorientada e incapaz de hace la acción más simple». Por ello, esta distinción es ella misma una trivialidad irrelevante en ciencia.

Acorde con este anarquismo, la distinción teórica/observacional no es más que una artificialidad fruto quizás de cierta confusión de carácter psicológico que ha de ser abandonada. Nada goza en la empresa científica de la seguridad acrítica que se intentó otorgar a lo observacional. Ello no ha de ser oteado como algo negativo, ni mucho menos, sino todo lo contrario. Precisamente, es la libertad crítica que pretende proporcionar el procedimiento contra inductivo la salvaguarda de que el dogmatismo no tenga lugar en el desarrollo científico (no hay nada estable en él). Esto es así tanto a nivel descriptivo como normativo: así es como se han producido de facto los desarrollos científicos y así es como se han de producir.

Referencias

FEYERABEND, P. K. (1975) Contra el método: esquema de una teoría anarquista del conocimiento, Barcelona, Ariel.