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¿Para qué sirve un filósofo contemporáneo?

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«Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo»

Karl Marx

En el lugar donde el marxismo clásico trató de lapidar con una férrea crítica al sistema capitalista, el neoliberalismo globalizado retoñó colocando en situación quejumbrosa el alcance e impacto de dicha teoría. En el punto donde se supone el post-colonialismo arraigó los cimientos de una filosofía autóctona latinoamericana, no existe más que el espíritu de la decepción ante la imagen de una reverencia vulgar al pensamiento europeo. Las promesas que hiciera antaño el estructuralismo ante la nefasta imagen social de la postguerra, persisten como irrisorias e incumplidas. Nunca se ha sentido tan activo el clímax confuso de la filosofía; ¿una analogía ferviente?, solo cuando Hegel proclamó su fin y, por otro lado, Francis Fukuyama vaticinó el descenso de la Historia. Solo entonces se empieza a sospechar que algo marcha mal: es el escepticismo actual y futuro de la humanidad acerca de la misión del filosofar.

Es comprensible el momento deplorable de indiferencia que ha sufrido y sufre en la actualidad la filosofía, y que ha puesto en jaque su marcha segura como actitud ante el mundo. Tal asunto no es tema desconocido que quite el sueño, sino que refiere a una lucha pretérita irresoluta y persistente. Echando una ojeada más detenida, el filosofar y el sujeto de su accionar, más bien han llegado a una encrucijada en que varios factores externos vinculados a una incapacidad interna le han provocada una paraplejía. Lo más prominente es que aun en esas circunstancias su esencia se conserva intacta convirtiendo esta situación en un declive honroso.

No importa que época histórica acontezca, la filosofía se encarga de sacar de la caverna, de irritar lo cotidiano y, en consecuencia, sus modos de actuación están consignados a ello. Por tanto, permite una libertad que no ofrecen las ciencias humanas, las cuales dependen de la epistemología para autolegitimarse. En este sentido la filosofía da un paso atrás y dice: la ciencia es una institución humana, lo cual quiere decir que dependen del momento histórico para asumir argumentos de validez, y eso permite al filósofo salirse de los marcos regulatorios y trabajar abiertamente, fuera de todo panorama delimitado manejando el conocimiento a su antojo y necesidad.

Esta libertad del filosofar viene dada por la duda y la crítica como herramientas de un sujeto que denotan una actitud ante el conocimiento desde un espectro de autodisciplina. Es así como el filósofo pone en práctica el conócete a ti mismo para establecer una comunicación con el otro y con la realidad desde la ruptura de presupuestos establecidos.

El filósofo: entre lo real, lo fenomenológico y lo contemporáneo

Por su parte el denominado filósofo (contemporáneo por su situación histórica), ya no es el orador griego que dialogaba en la plaza pública con el fin último de ser escuchado y transmitir saberes. La fenomenología como una práctica reciente y decodificadora ha venido a reescribir esa misión posibilitando distinguir el nóumeno del fenómeno, o sea, presentando al hecho y a su interpretación como entes individuales, lo cual pone en relevancia el encuentro con el mundo.

Entonces, como viene aconteciendo desde antaño, la filosofía deja de ser una disciplina teórica para ser una disciplina práctica. En concreto sucede que la teoría deja de ser una profecía autocumplida, rechazando así la lógica de las Ciencias Sociales, incluso cuando estas últimas se muestran experimentales. El filósofo contemporáneo entrenado en la duda y en la crítica, posee una ventaja creativa, una ventaja de la innovación, lo cual no significa que se haga más competente en una u otra disciplina; sino que es poseedor de herramientas cognitivas más agudas mediante las cuales lograr desentrañar la comunidad semántica sobre la que se asientan las múltiples disciplinas y contrastarla de la manera más práctica posible.

De esta manera, el filósofo contemporáneo inmerso en las coyunturas globales ha asumido como una de sus prácticas más distinguidas el análisis de la esfera política y de los procesos asociados a ella. Pero no es un fenómeno que se manifieste como un elemento aislado y en solitario. Aparejado a ello se encuentra el ascenso del mundo hipertecnológico, la catalización del estado del arte, y la alienación psicosocial de los individuos desde su propia apropiación de la realidad. Todo esto conduce inevitablemente a advertir que la solución del asunto radicaría en apegarse más al estilo de trabajo de Slavoj Zizek, argumento que es válido, pero no es suficiente.

Elemento de peso y sugestivo que atañe a esta cuestión acerca de la misión y utilidad, radica en distinguir las diferencias incuestionables que existen entre un filósofo contemporáneo y un licenciado en Filosofía. En el caso del primero se refiere a un sujeto del filosofar que tiene un grupo de competencias a la hora de plantear preguntas acerca de su realidad adyacente; y en el caso específico del segundo, se trata de un sujeto que posee un grupo de conocimientos académicos acerca de la historia del pensamiento. A simple vista pareciera una cuestión sin gran trascendencia, sin embargo, el propio ámbito profesional va delineando la proyección de cada sujeto, estableciendo que, pese a sus divergencias, cada uno pueda permutar y establecerse en el contexto del otro.

Ahora bien, ¿Cuál es el cometido principal de la filosofía en estos tiempos de incertidumbre?

Pregunta reiterativa a todo lo largo de la Historia, sin embargo, la función del filósofo contemporáneo va a depender de la necesidad que le plantee su realidad social o de la demanda de su mercado. Es así que debería ser capaz de presentar una visión del caos de nuestra realidad que permita que las semióticas individuales de un grupo amplio de personas se conecten y le den sentido a la vida de una forma dialógica y productiva; esto es la cuestión educativa de la filosofía, hacer de ella un modo objetual de mirar la existencia de cada individuo asumiendo a la práctica como la medida de la verdad. Es así como en el mundo contemporáneo, el filósofo termina por ser un ideólogo que brinda una suerte de pertenencia, de tranquilidad a la hora de relacionarse con la realidad, pero que además cultiva el sentido y la preocupación por la identidad.

De esta manera se pone en el punto de mira nuevamente a la filosofía como movilizadora de la experiencia del usuario. Se destaca así de qué manera que cada quien, como usuario de la vida, adquiere facilidades para comprenderla y hacerla práctica, o sea, para hallar valor al caos de la contemporaneidad. Esto supone una regresión vintage al movimiento helenístico, estoico y epicúreo, sin que esto represente el encuentro con su sentido primigenio, sino que se trata de regresar con toda la experiencia que el individuo tiene en el presente, lo cual implica que se haga fenomenología inevitablemente.

En palabras de Horkheimer: «Hoy la filosofía ya no discute acerca de dioses, pero la situación del mundo no es menos crítica». Quizás la fenomenología, ese estudio científico legado directo de Husserl pero que en verdad supone una regresión a Kant, haya venido a salvar y reivindicar la misión del filósofo en el mundo actual. No obstante, las bases firmes acerca de la existencia, no las posee el filósofo contemporáneo, sino que las induce en cada individuo/sujeto en pos de lograr una receptibilidad y una autoconfiguración por parte este último. Comprender los tiempos difíciles que transcurren hace del sapere aude, el lenguaje único del día a día.

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  1. Gran contextualización con forme a los incesantes argumentos sociales que sin medir tiran las personas del común.
    Es un alivio en una sociedad simplista leer tan buenos, aportes sobre filosofía. Un grano de motivación más para alcanzar tan complejo propósito.

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