Ovejas Disfrazadas de Lobo

junio 13, 2020
ensayo generación contemporánea

Foto por Oladimeji Odunsi

Me parece estar inmerso en la obra They Live (1988), dirigida por John Carpenter. En ella, el protagonista encuentra unas gafas que le permiten descubrir los mensajes subliminales que nos inoculan: “ningún pensamiento independiente, consume, compra, cásate y reprodúcete, mira televisión, mantente dormido”. La única diferencia con mi contexto es que no tengo gafas que ofrecer a mis compañeros.

Nadir Samá Limonta

 

Mi generación está acomodada en la conformidad egoísta y egocéntrica. Pareciera que somos incapaces de pensar nada útil. La identidad individual es tan frágil y artificial que la única forma de afirmarla es el enfrentamiento a lo (aparentemente) opuesto. Divididos en “bandos” llamamos originalidad a ser la copia de la copia de una mala imitación. Con la consciencia mellada, somos fantasmas de carne y hueso que ocupamos las calles la ciudad.

Pareciera que todo lo vivimos invertido. Llamamos libertad a la esclavitud a los vicios, independencia a la desobediencia, valentía a la cobardía, y mientras más insustanciales más orgullosos.

Creemos que no hay que preocuparse de nada. Aun peor: de manera muy sutil nos inculcamos ideas, valores, modales que alimentan la apatía. No nos preocupamos en plantearnos las preguntas correctas, sino en buscar una justificación a nuestra forma de ser y pensar. Nos enclaustramos en nuestra parcela de la fría y vacía sociedad contemporánea.

¿Y por qué? ¿cuál podría ser la causa para esta deficiente identidad? ¿Por qué se acata un futuro con tanto cinismo? Es un tema por tratar urgentemente y bastante complicado. Al parecer el mundo ya no quiere más líderes, solo seguidores. En vez de formar pastores, se crían ovejas.

Me parece estar inmerso en la obra They Live (1988), dirigida por John Carpenter. En ella, el protagonista encuentra unas gafas que le permiten descubrir los mensajes subliminales que nos inoculan: “ningún pensamiento independiente, consume, compra, cásate y reprodúcete, mira televisión, mantente dormido”. La única diferencia con mi contexto es que no tengo gafas que ofrecer a mis compañeros.

Es habitual que a las generaciones anteriores les disguste que la juventud piense y se replantee el orden del mundo, que pongamos en duda sus afirmaciones y creencias. A pesar de que se vende la idea de que las nuevas generaciones son el futuro, prevalecen a veces los recelos como en la conocida frase “la juventud está perdida”.

Mi generación no se formula preguntas: ¿Quiénes somos? ¿A dónde vamos? ¿Por qué somos así? ¿Seremos diferentes en dependencia de nuestra clase social? ¿Sera la edad? ¿Es porque somos malcriados? ¿Es porque nuestro planeta está al borde del caos total? Nos presentamos como si realmente no fuéramos lo suficiente buenos para nada; para una novia, para la escuela, para adentrarnos en la sociedad moderna. Ciertamente es imputable a nuestra generación el exceso de tinieblas.

Pero, por otra parte, tampoco veo un genuino interés de las generaciones que nos anteceden de inculcárnoslo. Dudar se ha vuelto peligroso. Si la verdad entraña algo negativo o desagradable es tachada de tóxica y desechada. En el mundo contemporáneo no se cultiva el criterio sino la opinión sin importar cuan absurda, dañina o ridícula sea. Todo empieza y termina en calificativos y evaluaciones. No es extraño que todo lo demos por hecho, como si fuese una sumatoria; te gusta la ropa negra, el cabello suelto, eres emo; los skates, skater; los videos juegos, gamer, y así sucesivamente.

Pero es también válido recordar que las bases que sostienen este, el imperio de lo superfluo y lo sofisticado, no las hicimos nosotros: son heredadas. Por lo tanto, tampoco es de extrañar que mi generación cultive un gran cinismo frente a una sociedad tan contradictoria e incoherente como la que legaron nuestros padres y abuelos.

Hacen lo que sea para apaciguarnos y adormecernos; nos mantienen entretenidos con un mundo de realidad virtual basado y forjado en televisión, internet, educación, etc… Y los que logran levantar, aunque sea por un segundo la cabeza, descubrimos el caos que es nuestra verdadera realidad y que vamos camino a la autodestrucción con los ojos cerrados y una sonrisa en los labios. A los que tratan de abrir los ojos al resto de la sociedad los acusan de inconformistas y locos, y como tales apartados y condenados.

¿Sera, entonces, que nos sentimos como simples mortales que no pueden crear nada porque ya todo ha sido creado por los deificados prohombres que nos anteceden, y estamos aquí solo por figuración para perpetuar sus hechos y creencias? Desprovistos de autoconciencia crítica y dependientes de todo sistema y vicio se va forjando un mundo sin esperanzas, ni sueños y -mucho peor- sin creatividad.

Los pensadores de mi generación, a quienes tratan de asfixiar en medio de la masa de mentes inertes, no les queda más que ocultarse; pero en su silenciosa supervivencia no cesan, sino que observan y esperan; aunque crean que están extintos, seguimos ocultos entre los rebaños de ovejas. Con esto me refiero a que seguimos conformando parte de esta sociedad, lo que, sin participar del culto a las etiquetas. Aprendemos a seguir el baile de máscaras, pero no nos dejamos arrastrar por él.

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