“He preguntado al hombre que me lustra los zapatos si no tenía miedo de sí mismo. Me miró sorprendido. Vi reflejado en su cara el desconcierto. Por fin, parece que para ser cortés conmigo, me respondió: «Yo no sé lo que es el miedo…» Bendije en mi interior a ese ser que está libre del mal que mina mi vida día a día. Tendré que decirlo de una vez: mi torcedor es el miedo. Miedo que tiene su origen en un sentimiento de culpa. ¿Por qué pienso constantemente que debo pagar algo malo que he hecho? Esto me ha llevado a rastrear en mi familia. Ningún crimen que tenga que pagar los hijos de los hijos; por el contrario, gente sencilla, de moral cristiana. Entonces, ¿por qué esta sensación de culpabilidad? Sin embargo, hay un precedente en esta familia incomplicada. Esta culpa le juega a un hermano de mi padre una pasada trágica. Una noche su inefable culpabilidad se hace tan obsesiva que el desdichado termina por encerrarse en un cuarto de hotel, se amuralla, por así decirlo, y como un niño se pone a gritar que el juez vendrá a llevárselo.”
Virgilio Piñera (El enemigo)
Audaz es aquel que llega a conocerse a sí mismo y aceptarse como tal. Nietzsche y Virgilio Piñera cultivaron este arte que por momentos puede ser obsesivo; así como por instantes posamos frente a nosotros mismos mirando al espejo y esperamos respuestas ocultas mientras nos inunda el silencio de nuestras muecas corporales. Aquel lector de Nietzsche o Virgilio no solo se pondrá de frente a sus propios demonios, sino descubrirá también una crítica a la subjetividad humana, algo que puede ser olvidado en estos días de promesas sociales y narcisismo colectivo.
Nuestro vanidoso sentido común, cuando habla de humanidad, siempre piensa en esos “altos valores” colectivos que pudieran describir más a un autómata moral que a un hombre común. Así, cuando pensamos en lo humano en nosotros, por el acto placentero de acicalarnos como gatos, nos gusta sacar de nosotros mismos un oasis de buena voluntad y dicha; de modo que en el momento que nos vemos de frente al espejo, como individuo o como sociedad, caemos en la vanidad de pensar que lo humano en nosotros solo son las cosas moralmente buenas mientras escondemos la suciedad bajo la alfombra.
La literatura de Virgilio Piñera igual que Nietzsche muchas veces nos pone de frente a nosotros mismo, así de forma irónica se realiza una crítica a la sociedad contemporánea; cuando el protagonista del relato Unos cuantos niños, de Virgilio, declara ser un hombre de bien, fiel a los valores y las costumbres del estado, mientras de paso realiza un “desliz” de canibalismo;
“[…] Soy un hombre de su casa, un empleado del Estado que cumple sus deberes. No vivo en lugares apartados, no frecuento gente de mal vivir, pago mis impuestos, nunca me he visto en líos con la justicia; en una palabra, soy un buen ciudadano. Pero me gustan los niños. Para comérmelos [sic]. Me gusta la carne de niño como a otro le gusta chupar huesecillos de becada”(Piñera, 2011, p. 244).
De esta forma Virgilio Piñera igual que Nietzsche revela ese autoengaño que muchas sociedades e ideologías padecen; vociferar sobre grandes valores ideológicos mientras disimulamos los verdaderos motivos de nuestras acciones.
En sentido filosófico, “nuestra moral” y sus pretensiones cristalinas son totalmente operativas a nuestras necesidades y deseos; con ello de un modo u otro la represión o la incentivación de ciertas conductas cumplen un objetivo práctico en nuestra vida social; aun cuando no podemos reconocerlo, nuestra subjetividad siempre empaña o racionaliza nuestros actos, incluso los más perversos. No se trata para Nietzsche de una relación transparente entre nuestras ideas y nuestra conducta, para ello debemos en primer lugar vivir sin culpa ni miedo de expresarnos a nosotros mismos como sujeto; se opera de forma diferente, la subjetividad “interviene” en la realidad en función de las prácticas corporales del sujeto. En Nietzsche no hablamos de un “sujeto de conocimiento puro”, sino del “cuerpo viviente” como la condición de posibilidad de una subjetividad moral, epistémica, artística e ideológica. Vale decir; la subjetividad y sus pretensiones maniobran en el contexto vital que las reclama. El sujeto centrado desde la razón es desplazado por la historia del sujeto corporal y su deseo.
Nietzsche y Virgilio Piñera en el peligroso arte de la evasión
La subjetividad solo tiene una función pragmática, el modo en que necesito comportarme con respecto a la vida. Funciona como una especie de práctica de la vitalidad. El propósito de la conciencia es volcarse a legitimar un impulso ciego, una fuerza que se entrega a un desborde incontrolado. Esto puede ser entendido como una justificación de aquello “inconsciente” que atrapa al sujeto en una actividad externa a él, que le supera epistemológicamente.
El entendimiento y los conceptos, desde Nietzsche, es una forma de configuración provisional del mundo, un esquema que posibilita la relativa consistencia de la vida. La vida, siempre crea sus mecanismos de soporte, de función especializada que permita un hábitat. El interés pre-reflexivo está en la vida antes del momento de la conciencia y la autoconciencia, este interés inconsciente es aquello que mueve a la subjetividad. La autoconciencia filosófica llega al hombre preñada de prejuicios comprometidos e interesados. La nebulosa espiritual llega a Nietzsche después que el hombre ha interiorizado su praxis vital, la necesidad de prácticas teóricas emerge como artilugio humano hacia la vida. El encumbrado aire del intelecto es un ocultamiento de una lucha interna, de un intento de dominio y de conservación. El pensamiento es una malicia, una estrategia de aquellos que peligran por su debilidad. En Nietzsche tenemos el juicio de que todo pensamiento es guerra (Eagleton, 2001, p. 209). Todo conocimiento es una estrategia de auto-engaño, un aliciente frente a la vida, un intento de estabilizar lo caótico de la realidad. El conocimiento oculta detrás de sí la lucha, la dominación, la violencia, el dominio y el choque de intereses enfrentados. La razón y la subjetividad es una táctica de lucha. En nuestros valores más nobles y puros, hay escondido una bajeza, una enemistad sucia que sostiene sintomáticamente el valor adorado. Los valores clásicos tenían implícitamente un olvido por la inmanencia. Lo trascendental fracturaba la vida en un “más allá”, que incomodaba a Nietzsche. Él se comprometió en su crítica a tomar posición en un “más acá” de la vida humana. Los instintos vitales condicionan nuestra subjetividad.
La subjetividad no es el producto de la contemplación espiritual, es el arma artificiosa de una voluntad ciega que impone su táctica. Bajo esta una postura de “la razón como arma ingeniosa” Nietzsche afirma “el gusano pisado se retuerce. Esa es su sabiduría. Haciendo esto disminuyen las probabilidades de volver a ser pisado. En el idioma de la moral, esto se llama humildad”(Nietzsche, 1962, p. 401).
La ironía es destructiva, puro martillazo al estilo Nietzsche, el débil se inventa sentido, se construye el ídolo, y con ello su subjetividad, esa es su estrategia, su forma de combate. El animal vivo impulsa su estrategia, su picardía, la conciencia moral es una estratagema, una herramienta del cuerpo viviente, una seguridad inventada para que su existencia sea placentera. El caos de la vida es terrible, sin embargo, el animal viviente monta su ilusión, al igual que una araña y su tela, y allí se sostiene en relativa estabilidad. De igual forma, Virgilio Piñera juega con la ironía de soñar con nuestros refugios, nuestras ilusiones más dolorosas y al mismo tiempo acogedoras, semejante estrategia podemos leerla en el relato Natación.
“He aprendido a nadar en seco. Resulta más ventajoso que hacerlo en el agua. No hay temor a hundirse pues uno ya está hundido de antemano. También se evita que tengan que pescarnos a la luz de un farol o en la claridad deslumbrante de un hermoso día. Por último, la ausencia de agua evitará que nos hinchemos”(Piñera, 2011, p. 153).
“Nadar en seco” así como lo dice Virgilio, puede ser un escape, una evasión frente a la vida y al mismo tiempo es el goce de una ilusión perversa que alivia y desconsuela al mismo tiempo. Este peligroso arte de la evasión, de manipularse al punto de escapar de nosotros mismos es una táctica de vida, un hábitat en sí mismo de nuestra propia subjetividad; Sócrates del mismo modo escapó del dolor de la muerte, racionalizando el acto, convirtiéndolo en un experimento lógico lleno de argumentos donde la muerte no debe ser temida. Para Nietzsche, igual para Virgilio Piñera, la subjetividad tiene el poder de convertir las derrotas en victorias, así, por ejemplo, el cristianismo convierte el dolor en gloria, el sacrificio en bendición y la muerte en salvación. La subjetividad humana tiene la habilidad de invertir los valores, de encubrir las desgracias y con ello anestesiar nuestra vida del dolor. El filósofo, al igual que el sacerdote, es un profesional de la decadencia, un estratega destinado a una doctrina sobre el olvido de la vida. Defensor de los débiles, condena al cuerpo, a la virilidad, a la carne, al humano. La vida humana pasa por irreal, ficticia, y, por otro lado, la moral, el concepto y las ilusiones pasan por lo verdadero.
Sócrates, el filósofo por excelencia, es un hombre enfermo. Un oportunista de la dialéctica, un hombre feo, vicioso, de la más baja clase, que necesita de su discurso dialéctico para ser alguien. Su instrumento “la dialéctica” lo hace persona, lo hace alguien digno de admirar, si este animal enfermo no hubiera desarrollado tales habilidades; nunca hubiera sido más que una existencia miserable. La vida pone su praxis, la filosofía solo fue un alentador discursillo de un oportunista que no hubiera sido nada, sino fuera por su teatro. Sócrates fue un payaso que logró que lo tomaran en serio (Nietzsche, 1962, p. 404).
La inversión de lo real, es un juego de máscaras que oculta el móvil, oculta la posición y los intereses “reales” de quien produce el conocimiento. La crítica a la subjetividad es en sí misma una transmutación de los valores. El mundo humano comienza a transfigurarse bajo la intención directa de excitar una guerra no solo epistémica, sino ontológica del hombre. Por ello, la subjetividad para Nietzsche y Virgilio Piñera se presenta como una estrategia, una maniobra de la vida y de algo mucho más importante que nuestra mentalidad, vale decir nuestro cuerpo. El cuerpo es ese punto de partida olvidado, son las coordenadas reales de nuestros valores, nuestro dolor y nuestra existencia.
Bibliografía
Abbagnano, N. (2004). Historia de la filosofía. La Habana: Editorial Félix Varela.
Atlas Universal de Filosofía. (2006). Barcelona: Editorial Océano.
Deleuze, G. ( 2013). Nietzsche y la filosofía. Barcelona: Anagrama.
Eagleton, T. (2001). La idea de cultura. Buenos Aires: Editorial Paidós.
Eagleton, T. (2006). La Estética como ideologia. Madrid: Editorial Trotta.
Mann, T. (2000). Schopenhauer, Nietzsche, Freud. Madrid: Alianza Editorial.
Nietzsche, F. (1962). Obras completas: Tomo IV. Buenos Aires: Editorial Aguilar.
Piñera, V. (2011). Cuentos Completos. La Habana: Editorial Letras Cubanas.