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La Sociedad Contemporánea: una sociedad moribunda

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Hay una cierta coincidencia en la bibliografía especializada en que la experiencia del morir no debe ser vista solamente desde la perspectiva individual, dándose una contradicción interesante entre el tratamiento cada vez más oculto de la muerte individual, debido al desarrollo científico-tecnológico y, por otra parte, sus manifestaciones discursivas culturales.

Se trata de un proceso represivo que en la misma medida que disimula al muerto, al enfermo, al loco, al anciano, al desvalido, promueve una cultura de masas dispuesta a encadenar al sujeto a situaciones enajenantes y opresivas.

Quizás un buen ejemplo de esa excesiva socialización de la muerte como discurso cultural, en contraposición a su apreciación individual, se pueda ver mejor a través de los zombis. Mientras ella sigue siendo un tema difícil de tratar, y no hay fórmulas que la hagan accesible, por el otro lado, se da en los últimos años una profusión histérica del fenómeno zombi.

Series sobre zombis, filmes sobre zombis, documentales y falsos documentales sobre zombis, marchas celebrando el día de los zombis, premios al mejor zombi, etc… La asiduidad del terror, la sangre, la carne corrompida, la violencia, el zombi en sí mismo, la vida de ultratumba, la vida que regresa y otras categorías socio-visuales hablan de una inclinación seudo-sádica de esta sociedad en la que vivimos, asimilable solamente a la obvia desproporción en el tratamiento abierto y sin tabús de la muerte.

Es como si hubiera que trasladar la muerte hacia la vida, para que ella pudiera ser considerada de alguna manera. Y ese traslado de la muerte a la vida solo puede tener un resultado complejo y difícil como lo es el zombi, que está entre la vida y la muerte, o que es el muerto que renuncia a partir hacia el otro lado. Como se ve, al final, el zombi y el traslado de la muerte hablan más de una determinada noción de vida y no de la muerte.

En nuestra cultura occidental, del Este al Oeste y de Norte a Sur, marcada por el consumo, todo parece ser únicamente en relación a la vida.

El producto anunciado consiste en «algo» que tiene que ver con una forma de vida más confortable, de tal manera que quien adquiera ese especial «producto del mercado» podrá olvidarse del problema de la muerte y vivir tranquilo en su deliciosa seguridad familiar.[i]

Veremos más adelante que ese discurso de la vida, en el fondo, parte de evadir la muerte como categoría existencial para convertirla en objeto científico puro y aséptico, pero sin valor alguno para nuestra existencia, precisamente por su irrealidad.

Edgar Morin habla de algo similar cuando relaciona la muerte con varios modos de socialización que se han vuelto predominantes en la vida contemporánea. Para él, la muerte se puede ver en la recurrencia de fenómenos tales como el nihilismo, las neurosis y la angustia.[ii]

Decir que la realidad es absurda y que no tiene sentido es ya un lugar común, pero a pesar de ello, es una manera efectiva de introducir el motivo recurrente de la cultura contemporánea: la muerte del hombre.

De ese juicio perturba aún más el hecho de que la humanidad se da cada vez más estrategias que niegan su propia esencia. Según esto último, somos expresión de una cultura banal que se muestra a sí misma desde códigos deshumanizados y maquinizados. Precisan Gilles Deleuze y Felix Guattari que:

Ya no existe ni hombre ni naturaleza, únicamente el proceso que los produce a uno dentro del otro y acopla las máquinas. En todas partes, máquinas productoras o deseantes, las máquinas esquizofrénicas, toda la vida genérica; yo y no-yo, exterior e interior ya no quieren decir nada.[iii]

Si creemos a la crítica filosófica contemporánea, se trata de una realidad virtual donde todo se exhibe en una serialización hedonista y como si fuera un gran montaje escenográfico, que pone en crisis la vida del hombre y los valores humanistas.

Cámaras de vigilancia, puntos de control, redes sociales, gobiernos que acceden a bases de datos, todos estos ejemplos son indicios de que hay un trazado sub-urbano sostenido por la mirada de una suerte de Gran Hermano. La cual, en su momento, parecía simplemente una obra de ciencia ficción, pero hoy es tan real como los puestos de McDonald o los conflictos bélicos «en cualquier oscuro rincón del mundo».

De esta forma, hay una extraña asociación entre el exhibicionismo del sujeto y el desarrollo de los grandes sistemas de vigilancia a nivel global. Una y otro se encuentran en esa delgada capa que nombramos «la cosa pública».

Esas son solo las cuestiones superficiales de la globalización. Lo que aquí se quiere resaltar, es la sospechosa identidad entre el sujeto y esa realidad «accesible a todos», «manipulable», «al alcance de las grandes masas» y «barata». Además, está la facilidad y el placer que ofrece la virtualización: no morir, el viejo sueño de la vida eterna, la omnipresencia, el poder y el placer sexual ilimitado.

¿Qué quiere decir esto? Que por mucho que se cuestione el carácter público o privado de la información, el carácter racista, machista, o desigual de nuestras sociedades, en realidad, casi nunca los debates llegan al fondo de la cuestión.

No llegar a la raíz y quedarnos en lo banal, implica que a su vez evitemos reconocer como premisa que la sociedad moderna se ha construido sobre la muerte que se da a sí misma. Es una sociedad moribunda en el sentido de no querer verse a sí misma.

En correspondencia con lo anterior, hay que considerar la violencia bajo sus disímiles formas de expresión como la otra gran característica del panorama contemporáneo. La negación de los límites del otro, la anulación de la diferencia y las disímiles creencias dogmáticas en la política; las no despreciables crisis económicas, los diferentes conflictos globales, y el peligro inminente de la destrucción masiva de la humanidad en un instante. Se trata de todo eso y más.

De esta manera, si se observan detenidamente los procesos más importantes del siglo veinte y lo que va de veintiuno, en la base siguen coexistiendo paradojas insalvables que giran en torno al estatus del individuo en función de su autonomía. Ante la profusión de propuestas, se abren cada vez más las puertas al relativismo valorativo, un rasgo que se acreciente en la misma medida en que la información se multiplica.

Nos preguntamos entonces, ¿de qué sujeto hablamos? Baudrillard responde con una concepción novedosa: el sujeto fractal.

…Extraño Narciso resulta: no sueña ya con su imagen ideal sino con una fórmula de reproducción genética hasta el infinito. Semejanza indefinida del individuo a sí mismo ya que se resuelve en sus elementos simples. Desmultiplicado por doquier, presente en todas las pantallas, pero en todas partes fiel a su propia fórmula, a su propio modelo.[iv]

¿Seremos máquinas u hombres? Máquinas, responde Virilio cuando también se aventura a describir la ciudad del futuro: «en ese ultramundo sin relieve y sin continentes, todo es posible. Creado por la máquina para otras máquinas, “ese mundo está poblado por seres sin piel ni carne a los que llaman avatares”».[v] Este, es otro tipo de muerte.

La ciudad, continúa Virilio, es un laberinto en el que se pierden los hombres. Las calles que suben y bajan, giran, se bifurcan; ministerios, edificios, e instituciones que dicen poco y que con su grandeza sepultan al individuo que los realiza. Las arterias fundamentales se entrecruzan en una confusión que mezcla cuerpos con gritos, humo con estanterías de mercancías, y señales que aparentemente guían nuestros pasos hacia disímiles objetivos. Es la confusión objetivada en el pavimento.

Sea como sea, la evidencia que nos acompaña hoy, está relacionada con la doble condición que se ha explicado anteriormente. Por un lado, el sujeto banalizado, si se quiere, desustancializado; y por el otro, traumatizado por la violencia. Todo ese conjunto de prácticas gira en torno a nuestro problema, la muerte, solo que aún —hay que reconocerlo— de una manera muy abstracta e imprecisa.

Si ella, como experiencia individual, está asociada a la pérdida de realidad que nos sume en angustia, desde el punto de vista de nuestras sociedades contemporáneas es algo que va mucho más allá, y ha sido descrito en la bibliografía filosófica la mayoría de las veces como crisis de sentido, desde nuestro punto de vista, como banalización y violencia.

Sobre esta evidencia de crisis es sobre la que nos hemos propuesto explorar la relación con la muerte desde otro punto de vista.

Pareciera que la libertad y autonomía del hombre en los días que corren solo puede ser asociada con su autodestrucción, su banalización, la ejecución de la violencia contra sí mismo, y la dogmatización de la vida que le rodea. Pareciera que la única manera de asociar muerte y libertad es bajo el derecho a matar o a vivir cómodamente en el interior de una cierta caverna platónica.

Sin embargo, cuando nos hemos confiado a la tarea de examinar la relación entre libertad y muerte, ha sido precisamente para intentar ver más allá de las amargas esperanzas del hombre contemporáneo. Hay que ir al más acá de ese más allá que representa la muerte, enfrentarla, dominarla. Y quién sabe, quizás solo así sean posible una libertad y una humanidad diferente.

 

REFERENCIAS

 

[i] Bentué, Antonio. Muerte y búsqueda de inmortalidad. Ediciones Universidad Católica de Chile. Chile. 2002. p.22.

[ii] Ver Edgar Morin. «La crisis contemporánea y la “crisis de la muerte”». En El hombre y la muerte. Editorial Kairós. Barcelona. 1970.

[iii] Deleuze, G., & Guattari, F. El Antiedipo, Capitalismo y esquizofrenia. Barral Editores, S.A. Barcelona. 1974. p. 12.

[iv] Baudrillard, J. et al. Videoculturas de fin de siglo. Ediciones Cátedra. Madrid. 1990. p. 27.

[v] Virilio, Paul. Ciudad Pánico. El afuera comienza aquí. Libros del Zorzal. Buenos Aires. 2006. p. 136.

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  1. El problema de la muerte es, en efecto, crucial. El asunto de la banalización de la muerte: la comercialización de la violencia y su aspecto cada vez más «carnavalesco» merece toda nuestra atención. Arocha nos brinda una aproximación a esos asuntos no sólo interesante sino también profunda y que mueve al debate.

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