Foto por Abdullah Öğük
«La principal característica del Mahometismo involucra esto –que en su existencia factual nada puede devenir inmóvil, sino que la totalidad está destinada a expandirse, en sí misma, en actividad y vida en la indeterminada extensión del mundo, de manera que la adoración al Único permanece como el solo lazo a través del cual el todo es capaz de unificarse».
G.W.F. Hegel
El primer problema que surge al encontrarnos con el Islam es nuestra incapacidad (como occidentales) de tolerar una religión como la fuerza ideológica fundamental de una sociedad. En este sentido, la visión segmentada de las esferas de actividad del hombre y la religiosidad se nos presentan como una forma más de la individualidad, asignándole así una connotación privada. Pero este es resultado del arduo proceso deconstructivo de la modernidad, proceso que no ha tenido lugar todavía en Medio Oriente, sitio de expansión y maduración del Islam.
La Modernidad logró conquistas territoriales, pero no transformó realmente al espíritu de sus moradores. En estos escenarios discurre una condición espacial, temporal y lingüística diferente –mientras occidente vive en 2020, los musulmanes están en el año 1442 de la Hijra[1]. Las relaciones sociales que aquí se desarrollan tienen su propia linealidad temporal. El mundo árabe mora, de hecho, en otra dimensión histórica, donde la religión (din) no ha perdido su papel preponderante, siendo todavía la máxima figura de cohesión interna de estas sociedades y no sólo en su dimensión ideológica sino también en la práctica.
Acontecimientos que parecen haber sido superados para occidente siguen vivos en este escenario; de hecho, la volatilidad de la Zona de Medio Oriente se debe a que en su microclima, los efectos de la Segunda Guerra Mundial y de la Guerra Fría todavía no desaparecen; y aun cuando las potencias occidentales ignoran el asunto, los pobladores de la región experimentan la cuestión de forma tristemente diferente. Y no se trata solo de una condición psicosocial: muchas de las armas y de los grupos terroristas activos en Medio Oriente fueron formados por uno y otro bando durante la Guerra Fría para defender intereses fuertemente mediatizados y complejos, matizados por posturas de «derecha» o «izquierda», alternadas con el Shiísmo o Sunnismo[2].
Fuera de las convulsiones propias del mundo árabe, podemos constatar de muchas maneras cómo en las concepciones más ortodoxas todos los aspectos de la sociedad y la vida del musulmán giran en torno al Islam. El derecho, la ciencia, la política, la economía, etc., todas pueden encontrar un fundamento sólido en los textos coránicos.
A través del estatus de creyente se entra a formar parte de un riguroso entramado ético, que en su forma más tradicional puede llegar a asfixiar a algunos occidentales, mientras que para los musulmanes se trata de «el camino fácil»[3]. Los convertidos a esta religión portan como un blasón los valores de esta forma de vida espiritual.
El mundo islámico tradicional, no vivió el giro moderno. Nunca fue interés de los colonizadores europeos el desarrollo económico de estas regiones, sólo su explotación y dominación por los medios o alianzas necesarias. Nunca Oriente pudo sentir de los delegados de Occidente otra cosa que dominación; sin una base socioeconómica, ni tan siquiera lingüística en común, la forma del extranjero invasor se clavó en los imaginarios de tal manera que en países como la República Islámica de Irán, a Estados Unidos se le identifica como el Shaitan.[4]
La actitud política asumida por los gobiernos de las principales potencias de occidente tampoco ha intentado subsanar esta construcción doblemente deformada, sino que han optado por una guerra mediática —entre otros métodos todavía más cuestionables desde el derecho internacional público—: la segregación y la condena han sido sus respuestas. Esta actitud, en un principio político, con el tiempo ha mutado en formas más generales. Las conciencias occidentales han ido construyendo una imagen del Islam que identificó esta ideología con los problemas circunstanciales a ella; de esta forma, el Islam: el Gran Otro, se transformó inconscientemente en el problema.
Es por ello que el Islam aparece como una peligrosa sombra en el horizonte de Occidente. En Medio Oriente, lo occidental ha cobrado una connotación similar. Esta percepción no nos ha de extrañar, pues de nuestro mundo sólo parecen llegar las balas, las condenas, y las blasfemias, sea a través de la radiodifusión o de las «intervenciones humanitarias». Asistimos así, a un mecánico juego de roles, en el cual una cultura acusa a otra, y cuyas tensiones en incremento terminan por alimentar las fuerzas de los ideólogos más oportunistas.
Esta coyuntura cultural, tal y como expresa Ferrán Izquierdo Brichs[5], hace muy difícil utilizar las herramientas teóricas creadas por los politólogos occidentales para referirse al Islam, lo cual es un criterio compartido por la mayor parte de los islamólogos, quienes denuncian que categorías como fundamentalismo islámico están viciadas ab initio de un partidismo implícito.
No contemplar la distancia histórico-temporal existente entre el mundo Islámico, y, por ende, la diferente base ético-religiosa de sus habitantes con respecto a la modernidad occidental, implica que juzgamos al «otro» a través de nuestros propios valores, y no de acuerdo a su lógica interna: juzgar nuestro pecho por el ajeno siempre conduce a errores.
Los medios de comunicación son reflejo claro de la incapacidad de diferenciar el mundo islámico del occidental. Casi cualquier hecho, institución o conducta vinculada de alguna manera al Islam resulta calificada de fundamentalista. Los atavismos tradicionales del musulmán, sus costumbres y sus concepciones están en un nivel similar al que se encuentra el terrorismo. Cualquier cosa es denunciable como violación de los derechos, existiendo una especial atención sobre el caso de los derechos de la mujer, así como un insistente criterio de que la mujer es absolutamente discriminada en esta cultura.
Occidente suele mirar un espejo torcido: el único Islam que reconoce es el que ha inventado. O sea, no más que nuestros valores proyectados sobre un mundo de sombras y distorsiones. Cuando esta falsa imagen interactúa con la genuina, reacciona contrariada y la niega. El mundo islámico solo recibe, por casi cualquier vía el reproche de su credo y sus costumbres, y de más está decir que reaccionan de forma parecida a como lo hace nuestra cultura: alimentando, primero en sus corazones y luego en sus palabras, doctrinas de oposición y radicalismo llamadas a proteger sus formas de pensamiento de influencias externas nocivas[6].
La consecuencia inmediata de todo este entramado de negación e ignorancia es, por una parte, la des-humanización hacia el musulmán; por otra, el olvido de la impronta del Islam en el desarrollo de toda la cultura occidental. El Oeste debe mucho. Oriente fue nuestro primer maestro civilizador, pasando luego a conformar la figura de protector del conocimiento que sin reparos expandió en Occidente.
La historia, aunque a veces tergiversada deja huellas indelebles en el desarrollo de las sociedades. Entender el mundo islámico —más que un saludable ejercicio de diálogo y comprensión— puede ser la llave para un mejor entendimiento y reconocimiento. Incorporar herramientas de comprensión de un mundo tan contrapuesto y a la vez fundido con el nuestro, puede ser el alter ego que se refleja una y otra vez en el espejo que nos muestra quienes somos como cultura.
Notas
[1] Este término hace referencia a la peregrinación del Profeta de Meca a Medina, momento a partir del cual se comienza a contar el calendario islámico.
[2] Muestra de ello es que algunos de los grupos más recientemente formados como el Estado Islámico de Iraq y el Levante tienen «misteriosas» relaciones con la CIA, al igual que Al-Qaeda.
[3] Esta expresión encuentra su respaldo en varios preceptos del Corán, y forma parte del mensaje fundamental del Islam; su esencia ética (din) es facilitar la vida de los musulmanes.
[4] Es la figura del «Diablo» en el Islam.
[5] «El análisis de la relación entre religión y política en el mundo musulmán nos presenta un primer problema metodológico difícil de salvar. El objeto de estudio es tan distinto del occidental que, en muy pocas ocasiones, por no decir ninguna, se pueden utilizar los instrumentos y los conceptos creados por los politólogos europeos o americanos». Izquierdo Brichs, Ferrán, Política e islamismo: una aproximación a las distintas teorías del Islam político. Recuperado de http://www.novaafrica.net, consultado en Marzo de 2016, p 22.
[6] Entre estas doctrinas se encuentra una fuertemente extendida conocida como «salafismo», término que proviene de pureza, y que designa corrientes de pensamiento (fundamentalmente dentro del sunnismo) que propugnan una purificación del Islam y una vuelta a los orígenes.