Antonio Fernández Vicente, Universidad de Castilla-La Mancha
“¡Paren el mundo, que me quiero bajar!” Es una de las maravillosas frases que el genial dibujante Quino puso en boca de la niña filósofa Mafalda.
Quino se ha bajado definitivamente del mundo. Pero ese personaje inventado, ahora más real que cualquier otra cosa, le sobrevive. Mafalda no sólo supo retratar a la sociedad argentina de los años sesenta y setenta, como afirmó Umberto Eco, también fue el emblema de una manera de pensar, de un modo de vivir.
Mafalda sabia, graciosa y sencilla
Supo mostrarnos con ingenio tanto las miserias como las esperanzas del ser humano. Es la niña que denuncia las injusticias de un mundo desgobernado, donde abundan más los creadores de problemas que los buscadores de soluciones.
Para Mafalda, “lo malo es que la mujer en lugar de jugar un papel, ha jugado un trapo en la historia de la humanidad”. Y en sus ocurrencias, Mafalda cantaba con amor a la mujer, como hiciera John Lennon en Julia, dedicada a su madre.
La Mafalda crítica y mordaz reconoce el papel embrutecedor de los medios. Para ella, incluso desenchufada, la televisión nos tiene acostumbrados a frivolidades variopintas. Nos decía que “los diarios inventan la mitad de lo que dicen” y a eso se suma que no cuentan la mitad de lo que pasa. Para pensar cuando leemos cualquier noticia que nos relata un día de nuestra vida…
La sopa y los Beatles
Hay toda una filosofía de vida en las viñetas de Mafalda. Odia la sopa, tal vez una metáfora para el rechazo al militarismo de las dictaduras de América Latina. Se oponía a los doctrinarios charlatanes, que miran el mundo desde su estrecho y punzante punto de vista y proclaman sus clichés como dogmas absolutos:
“El problema de las mentes cerradas es que siempre tienen la boca abierta”.
Mafalda adoraba a los Beatles, que hoy se han convertido en la banda sonora de este homenaje a Quino, sus mundos de campos de fresas y su imaginación desbordante que abre rumbos:
“Lo ideal sería tener el corazón en la cabeza y el cerebro en el pecho. Así pensaríamos con amor y amaríamos con sabiduría”.
Imagino siempre a Mafalda en el cielo con diamantes, como la canción de los Beatles.
En lugar de las violencias y los mezquinos intereses, Mafalda rompe una lanza por la cultura, por todo cuanto hace que vivir sea un ejercicio de dignidad. Y a pesar de las conspiraciones contra la felicidad, la vida es linda; no es tan complicada como nos quieren hacer creer quienes todo lo enmarañan. Pero no es sencillo advertir la belleza de lo que nos rodea y abrir los ojos de par en par para apreciar los cielos abiertos. Hace falta un poco de buena prudencia y mirar, como Mafalda, a vuestro alrededor.
¡Qué triste y revelador que se impriman más billetes que libros! ¡Que la gente escuche más política que música! Si no tuviésemos tantos intereses interesados, si fuésemos más interesantes, ese algo que da sentido a todo para los Beatles vendría a poblar nuestras vidas.
Una niña en un mundo de adultos
Mafalda nunca quiso aceptar ese mundo de adultos que ridiculizaba desde la primera viñeta, aparecida en 1964, a la última de 1973, fecha en que Quino decidió dejar de dibujar a la niña irreverente. Y en ese transcurso, y a pesar de que hubiese nacido para promocionar un electrodoméstico, obviamente sin éxito, Mafalda logró cautivar a generaciones dispares. Su impulso revolucionario traspasó sus historietas.
La revolución de la lentitud
¡Qué ritmo de vida tan frenético. No nos deja respiro para siquiera vivir y emplear el tiempo en lo importante! La niña filósofa nos enseña a pensar sobre nuestro mundo, acerca de aquellos detalles de nuestras vidas que pasan desapercibidos.
Mafalda nos despierta y nos obliga a formular preguntas fundamentales, como ocurre en los buenos cuentos. ¿Se han planteado ustedes qué merece la pena en sus vidas? ¿Se han parado a sopesar si no es preferible la lentitud y parsimonia a la rutina diaria, tan repleta de cosas por hacer y por decir como vacía de sentido? ¿Por qué no dejarse iluminar por otros soles, como los de Mafalda y los Beatles?
Mafalda nos enseñaba a ser inconformistas, a ver el mundo desde los ojos de una niña que no lo esconde tras velos de optimismo ingenuo. No interesará a los adeptos a esa pseudo-filosofía de vida que pregona el happy flower. Porque no, todo no irá bien. Al menos por sí solo, únicamente con buenos propósitos, con intenciones que nunca se llevan a cabo, con principios sin final. El mundo es un desastre, admitámoslo.
Nuestra querida Mafalda descubre el mundo tal cual es: imperfecto y desordenado. Pero aún así nos invita a la carcajada que recorre el universo desde la mente abierta y lúcida de una niña de seis años. Nada cambiará nuestro mundo, pero expresar tales constataciones con ingenio y picardía ya implica girarlo un poco, esperemos que a mejor.
Contra ese mundo ridículo en el que, decía Mario Benedetti, hay que pedir permiso hasta para ser feliz, se alza Mafalda como si nada, con su eterno e incontestable arrojo:
“No ando despeinada sino que mis cabellos tienen libertad de expresión”.
Como sugerían los Beatles en Hey Jude: “Toma una canción triste y hazla mejor”. Es lo que Quino y Mafalda supieron hacer con el mundo con permiso de la realidad y a expensas de lo imposible.
Antonio Fernández Vicente, Profesor, es decir, hablar, escuchar y preguntar, Universidad de Castilla-La Mancha
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.