En días pasados, en un grupo de WhatsApp de la Comisión para el Estudio de la Historia de la Iglesia en América Latina (CEHILA), donde comparto espacio con otros profesores universitarios de la región, una antropóloga peruana me preguntó si Maduro era de izquierda. La interrogante me hizo detenerme y escribir esta pequeña reflexión que no pretende dar respuestas definitivas, sino más bien aportar ideas que puedan complementar las de otros lectores.
El transizquierdismo es un concepto que he creado para definir a las posiciones ideológicas que, arropadas de símbolos culturales tradicionales como la revolución, el cristianismo, el marxismo, el uso de lenguaje inclusivo y una actitud performática progresista en el espacio público, se adjudican la bandera de la izquierda. En realidad, su identidad es populista, totalitaria, autoritaria o dictatorial.
Cuando el 11 de septiembre de 1789, un grupo de delegados a la Asamblea Nacional en Francia se colocó durante una votación (por pura casualidad) a la izquierda del estrado, estaban posicionándose por restringir el poder absoluto del rey y elegían una monarquía limitada por el poder popular. No había allí partidos políticos organizados, sino tendencias.
«Ser de izquierda es posicionarse contra los poderes instituidos que se desentienden de la justicia social e impiden el ejercicio de derechos a las mayorías despojadas de ellos» (Hernández, 2023).
La Iglesia católica utiliza una frase que puede ayudar a ilustrar bien este ideal y es la opción preferencial por los pobres y los excluidos del poder. La Teología y Filosofía de la Liberación le dieron un cuerpo metodológico a esa premisa en el contexto de América Latina.
En una entrevista reciente el P. Arturo Sosa s.j., Superior General de la Compañía de Jesús, advirtió un rasgo importante que puede servir para ilustrar lo que considero transizquierdismo: el populismo.
Él definía que «en la medida en que los partidos o los líderes sociales se separan de la gente ordinaria, del pueblo, pierden la perspectiva y la capacidad de fortalecer una toma de posiciones democráticas, se vuelven populistas» (Pernús, 2024). Ese discurso vestido de «izquierda» se convierte en transizquierdismo cuando evidencia la separación entre el poder y la gente, cuando esa realidad es palpable como sucede en Venezuela o en mi país, Cuba, a la fuerza en el poder no le queda más remedio que reprimir, dominar y sustituir en su lenguaje al pueblo, cuando se llega a ese lugar político, es imposible entonces la democracia.
Ese discurso vestido de «izquierda» se convierte en transizquierdismo cuando evidencia la separación entre el poder y la gente, cuando esa realidad es palpable como sucede en Venezuela o en mi país, Cuba…
Maduro es un buen representante del transizquierdismo y abre un debate mucho más profundo en la región y el mundo sobre a qué llamamos izquierda. Los que hemos leído el texto la Otra Cara de la Pobreza del P. Jorge Cela s.j. aprendimos que ser indiferente ante un poder que avasalla a la ciudadanía, discrimina e impide el ejercicio de derechos económicos, políticos y sociales, viola preceptos básicos constitucionales, no es de izquierda, por mucho que lo presuman sus representantes. Da lo mismo que sean los poderes absolutos de un monarca, de un gobierno conservador, una dictadura militar o un partido único autoritario (capitalista, socialista o comunista).
En el transizquierdismo hay variedad de personajes que se han proclamado seguidores de formas de pensamiento vinculados a la izquierda y terminan ahogando todo atisbo de justicia social. No es coherente hacer una elección bajo la sombrilla de democrática para empoderar al pueblo y luego terminar reprimiendolo para salvar esa «elección».