Foto por Peggy y Marco Lachmann-Anke
Tras la muerte de Stalin (1953), el bloque socialista estaba formado por una gran potencia (la Unión Soviética), sus países satélites en Europa Oriental, Corea de Norte y China, que se hallaba en proceso de consolidación del socialismo tras la conquista del poder de la mano de Mao (1949). Así pues, en los primeros compases de la Guerra Fría parecía que la balanza se decantaba a favor del bloque socialista. Sin embargo, las tensiones entre la Unión Soviética y China se fueron intensificando a lo largo de la década de 1950, hasta llegar a la ruptura definitiva entre ambos estados. En este artículo presentamos una síntesis de dichos acontecimientos, en la que se produjo un intenso debate ideológico pero también una lucha descarnada por la hegemonía y el poder en el bloque socialista.
A pesar de que las relaciones entre Stalin y Mao nunca fueron cordiales, el líder chino siempre mantuvo las formas en lo que se refiere al respeto hacia el político georgiano. Sin embargo, la llegada al poder de Kruschov supuso un cambio importante en las relaciones internacionales entre ambos países. En el plano meramente ideológico, China cuestionó el aperturismo de Kruschov.
Como es bien sabido, en 1956 se celebró el XX Congreso del PCUS, en el que se expuso el “Informe secreto” del nuevo líder soviético. A grandes rasgos, en el congreso –y en la ulterior política de Kruschov- se expuso la teoría de la «coexistencia pacífica» entre los dos bloques (percibido por USA como muestra de debilidad política soviética), la aceptación de las «vías autónomas» para alcanzar el socialismo y, sobre todo, la denuncia sobre la figura y el legado de Stalin, esencialmente sobre las purgas y el llamado “culto a la personalidad” del régimen estalinista. No hay que olvidar, sin embargo, que Kruschov había sido uno de los fieles discípulos de Stalin, lo que ha generado una amplia discusión historiográfica, a saber: hasta qué punto las críticas de Kruschov eran sinceras o bien respondían a su deseo de consolidarse en el poder.
El informe de Kruschov marcó el inicio de la desestalinización, con consecuencias importantes: revueltas en la RDA, Hungría y Polonia, que fueron reprimidas por el Ejército Rojo. Fue, sin duda, un momento de desconcierto, hasta el punto que el líder albanés Enver Hoxha criticó el legado de Stalin («Stalin había cometido algunos errores, y se había acabado distanciando de las masas obreras»). Por su parte, Mao abrió un período de autocrítica al sistema (la “campaña de las cien flores”: “permitir que cien flores florezcan y que cien escuelas de pensamiento compitan es la política de promover el progreso en las artes y de las ciencias y de una cultura socialista floreciente en nuestra tierra”), si bien después reprimió a los opositores.
Sea como fuere, tras ese debate ideológico se escondía también la lucha por el poder, por la hegemonía en el bloque socialista. China se veía con suficiente fuerza como para plantar cara al país que había protagonizado la Revolución de Octubre. En paralelo, en 1957, Kruschov volía a arremeter contra el legado de Stalin:
“Nuestro Partido criticó por iniciativa propia en el XX Congreso los errores de Stalin. Los criticó, en primer lugar, para enmendarlos, en segundo lugar, para que no volvieran a repetirse y, en tercer lugar, para no consentir un enfoque dogmático y libresco del marxismo-leninismo” (Kruschov, 1957, 32).
Por otra parte, en 1959 el XXI Congreso del PCUS volvió a insistir en la defensa de la vía pacífica para alcanzar el socialismo, mientras que China avalaba la vía de la insurrección armada: «estas personas contraponen la lucha en defensa de la paz mundial a la lucha revolucionaria de todos los pueblos» . Además, Kruschov planteaba el fin de la «dictadura del proletariado», prefería hablar del “estado de todo el pueblo» e incluso visitaba los Estados Unidos de América. En el ámbito europeo, Tito (Yugoslavia) también realizó una visita a Estados Unidos, lo que forzó a Hoxha (Albania) a reforzar su discurso estalinista y prochino. Una vez más, ideología y lucha por el poder se entrelazaban.
La tensión estalló definitivamente en 1960, cuando se convocó la Conferencia de Moscú de los 81 partidos comunistas. China y Albania se posicionaron en contra de las críticas a Stalin. Hoxha exigía al representante albanés “que la declaración de Moscú sea lo más fuerte posible, que contenga pólvora y no algodón», a lo que el líder soviético respondió con contundencia: “los albaneses son peores que animales”. La ruptura estaba ya servida, y se consolidó en 1961. Un año más tarde estallaría la crisis de los misiles entre Cuba, Unión Soviética y los Estados Unidos, pero China y Albania ya habían emprendido la ruta que les llevaría hacia las respectivas revoluciones culturales. Nadie podía imaginar que en 1972 Nixon visitaría a Mao, y que este acontecimiento generaría dos consecuencias: la crítica radical por parte de los soviéticos (que acusaban, entre otras cosas, al régimen chino de fomentar el culto a la personalidad) y una nueva ruptura, en este caso entre China y Albania. Pero eso ya es otra historia.
Bibliografía
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La historia contemporánea está viva en la memoria de muchos ciudadanos y es muy probable que conozcan bastantes de los hechos que se narran en el artículo del doctor Baró. Sin embargo, tal vez porque aporta detalles que no siempre aparecieron en los medios de comunicación en su momento, el apunte que dedica a la disidencia china y albanesa hacen desear una continuación a este artículo analizando las trayectorias de China y Albania. Especialmente de Albania, de la cuya realidad la opinión publicada parece desconocerlo casi todo.