Los rendimientos de la filosofía de la historia en Schiller

La historia tiene que convertirse así en la primera herramienta con la que el ser humano se ubica en el mundo en tanto que ésta testimonia los atributos de la humanidad
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El sentido de la historia

La historia contiene el mundo moral en tanto que el hombre y su actividad en el mundo portan el potencial correlato de la historia. Porque en la vivencia del hombre está la historia como una sombra que acecha y que lo incluye, haciendo que ésta sea la narración conjunta de la humanidad, o mejor dicho, la forma de explicitar la esencia social y moral del hombre. Schiller se aferra a esta idea diciendo que la historia nos habla a todos, porque la confluencia entre los acontecimientos que surgen en el mundo tiene un sentido de ser, o sea, la historia tiene el sentido de formarnos como hombres, en tanto que es la herramienta primera de que el hombre dispone para ubicarse en el mundo. De algún modo, es el rastro que uno ve tras de sí. La «casa del ser» que mencionaba Heidegger refiriéndose al lenguaje puede ser aplicada a la historia en tanto en cuanto es el recopilatorio de la exhibición vital de los seres humanos.

Schiller nos habla de un tipo concreto de profesional que habita principalmente en las humanidades, un sabio a sueldo. Este sabio a sueldo, el cual es descrito como un guardián o custodio de la historia y de la filosofía, impide el avance de la humanidad debido a que no permite que haya un cuestionamiento del correlato que él vende. Aquí podemos encontrar una crítica dirigida al providencialismo o a los principios filosóficos basados en el naturalismo.

Para Schiller este tipo de individuo se contrapone a aquel que ha emprendido el camino del saber con mente filosófica, es decir por un compromiso y amor incondicional al saber. El sabio a sueldo exige siempre un reconocimiento para sí, por regentar eso que en términos sociológicos sería la superestructura social, conformada por unos valores y unas percepciones concretas de la realidad.

Schiller tiene presente a la escolástica como metáfora de ese poder inmóvil que no permite cuestionamientos. Y es que precisamente estos sabios temen constantemente que su objeto de estudio esté abierto a ampliaciones, porque su pretensión es la de cerrar la historia, lo cual es una postura que siempre deja entrever cierta disposición totalitaria. El sabio a sueldo representa el inmovilismo porque no está abierto a la idea de aceptar que su trabajo puede estar mal hecho, como sí lo hacen otros profesionales.

«Se siente ajeno, apartado del entorno de las cosas, porque no se ha preocupado de conectar su actividad del conjunto del mundo. El jurista retira sus preocupaciones de la ciencia del derecho tan pronto como el brillo de una cultura mejor ilumina sus deficiencias, en lugar de intentar ser un nuevo creador de esta y tratar de completar esta carencia con sus capacidades personales» (Schiller, 1991, p.4)

Podemos decir que el sabio a sueldo quiere mantener su oficio en una esfera cerrada que no se compenetre con otras actividades, por eso dice Schiller que no se conecta con el mundo y por eso no permite el avance de éste, porque el progreso está en la interacción y en la cooperación entre los distintos saberes. La importancia del espíritu filosófico está en admitir el poder de todas las mentes trabajando juntas para echar al sabio a sueldo.

La importancia del espíritu filosófico está en admitir el poder de todas las mentes trabajando juntas para echar al sabio a sueldo.

Historia como reconocimiento de lo humano

A partir de aquí Schiller se centra más concretamente en lo que él puede apreciar en la historia, y la conclusión es que lo que uno aprecia es la fragilidad, la debilidad, el ser susceptible a las contingencias. En sus viajes él presenció el aspecto de las tribus y las conclusiones fueron esclarecedoras, negativamente, puesto que, bajo su perspectiva de hombre anclado en un momento histórico desarrollado, solamente puede ver calamidad allí donde hay sociedades que continúan siendo reminiscencias de tiempos primitivos. Por eso cobra sentido ese principio de que la historia contiene la moral, porque se entiende la moralidad como reencuentro con la humanidad, como comprensión y a la vez reconciliación de la naturaleza humana. Por eso la historia tiene que ir emparentada necesariamente con la filosofía, porque según Schiller, ésta nos da el espíritu filosófico desde el que desplegar un hábito de cuestionamiento y un amor por la adquisición de conocimiento. Ya que con este espíritu uno saca de la historia la lección sobre nuestra condición, a saber, nuestras fragilidades y limitaciones. Y es que justamente ese reconocimiento hace que nunca se abandone el hábito de revisar los principios en los que se asientan las sociedades y de no tomar nunca nada por sentado. Porque la revisión de la historia es lo que permite el mejoramiento de las condiciones de existencia que permitan ese desarrollo intelectual que nos hace seguir mejorando. La historia tiene que convertirse así en la primera herramienta con la que el ser humano se ubica en el mundo en tanto que ésta testimonia los atributos de la humanidad.

La historia tiene que convertirse así en la primera herramienta con la que el ser humano se ubica en el mundo en tanto que ésta testimonia los atributos de la humanidad.

El periodista Scott Horton en un artículo llamado What Is, and To What End Do We Study History? dice que Schiller en cierto modo ridiculiza la idea de Rousseau acerca del hombre en estado de naturaleza, porque lo que él observa en la historia es lo penoso que ha sido el hombre y el proceso por el que ha tenido que pasar, es decir, cuando éramos víctimas de los azares del destino. Pero cuando hemos tenido un margen de observación, cuando hemos reconocido la historia como el conjunto de las vivencias humanas y hemos extraído de ahí una moral ha sido cuando nos hemos convertido en civilización y hemos podido adueñarnos de las condiciones materiales de la existencia y mejorarlas, dándonos leyes y códigos éticos. Por eso, dice Horton, la visión de la naturaleza humana en Schiller puede tener similitud con la de Hobbes. Y a propósito de esto, ciertamente el salto cualitativo es evidente en tanto que ahora en la sociedad europea podemos seguir teniendo conflictos, pero sin pasar la línea de la barbarie, tal y como señala Schiller. Porque ciertamente, los conflictos bélicos entre naciones no han cesado realmente, pero las líneas rojas van aumentando progresivamente en tanto que hay un avance paralelo de todas las disciplinas humanas y, en definitiva, un conocimiento mayor sobre nosotros mismos.

Schiller dice que la forma de explicar el proceso de cómo hemos pasado a ser unos salvajes habitantes de cuevas a hombres civilizados es imposible de explicar, justamente por esta interrelación inevitable entre todos los hechos del mundo que componen la trama de la historia, que evidentemente no se pueden conocer todos. No se pueden conocer porque no se puede conocer de forma particular todas las vivencias de los hombres, toda la suma de cotidianidades que han contribuido a la historia y que a su vez hacen que la cotidianidad de un hombre tenga detrás la herencia o el legado de lo anteriormente vivido.

«Pero ¿hubieran concebido Grecia un Tucídides, un Platón, un Aristóteles, y Roma un Horacio, un Cicerón, un Virgilio y un Livio, si ambos estados no se hubieran elevado a la altura del bienestar político que de hecho alcanzaron? En una palabra, ¿si no hubiera precedido toda su historia? (…) Incluso en las atenciones más cotidianas de la vida cívica no podemos evitar ser los deudores de siglos pasados» (Schiller, 1991, p.12).

¿Como ha de manejarse el historiador? Teniendo por objetivo elevar el estatus de la historia por medio del entendimiento filosófico, y es por eso por lo que tiene que haber un criterio para trabajar claro y definido, de tal manera que la historia no quede en una simple recolección de fragmentos sueltos. Aquí entra, por tanto, el elemento «artificial» de la racionalidad que conecta las ideas y los hechos de tal modo que crea un sistema. La historia es precisamente eso, un sistema.

«De esta forma nuestra Historia Universal no sería otra cosa que un agregado de fragmentos y no merecería nunca la categoría de ciencia. Aquí le llega la ayuda del entendimiento filosófico, y al encadenar estos fragmentos a través de elementos de unión artificiales, eleva el agregado a sistema, a un conjunto conectado racionalmente. Su validez reside en la uniformidad y unidad inalterable de las leyes naturales y del espíritu humano, cuya unidad es la causa de que acontecimientos de la más lejana antigüedad, bajo la conjuración de circunstancias similares del exterior, vuelvan en los tiempos más recientes; y causa de que de los últimos fenómenos que se encuentran en el círculo de nuestra observación pueda extraerse una conclusión de forma retroactiva y pueda ser arrojada un poco de luz sobre aquellos fenómenos que se pierden en tiempos sin historia» (Schiller, 1991, p.15).

Es especialmente importante este último fragmento para entender cómo desde la historia se ha de pretender la construcción de un relato acerca de aquellas etapas en las cuales no hay muchos datos, de tal manera que se busque la interacción entre nuestra época y las otras para extraer conclusiones lo más racionales posibles, y que hagan así un relato histórico plausible y creíble. Ese espíritu filosófico que ha estado mencionando Schiller expresa un afán antropológico, es decir, como si la finalidad del ser humano fuera echar la mirada hacia sí y no solamente hacia lo externo.

No obstante, el objetivo siempre debe ser extraer una enseñanza de la historia, es decir, transferirle a ésta un sentido teleológico. El contemplar la historia con ese espíritu filosófico nos confiere la noción de contingencia y también de legado, que de algún modo se identifica como la única forma de inmortalidad, y es por eso por lo que el aprendizaje de la historia de los pueblos incita a influir en el mundo para dejar una marca de la que se hable en el futuro. Todo ese mapa inmenso del que uno dispone cuando se encuentra en el mundo a fin de orientarse un poco acerca de lo que hace frente en la existencia y acerca del sentido de nuestra condición contribuye a querer ampliar ese sendero de acontecimientos y de vivencias compartidas.

Richard Rorty en su obra Contingencia, ironía y solidaridad (1991) dice que el ser humano tiene que esquivar la tentación de caer en la localidad o en la semejanza más próxima para hacer funcionar su moralidad, sino que debe expandirla hacia toda la humanidad en general, por el mero hecho de serlo, y ese nuevo sentir amplificado se consigue por medio de un conocimiento de la historia no restringida únicamente al lugar de nacimiento o residencia. Porque la actitud filosófica tiene que implicar conocer mundo y conocer culturas para poder aprehender la contingencia a partir de la cual uno puede escapar de las llamadas del inmovilismo y mantener una actitud crítica que tenga siempre la aspiración de mejorar continuamente las sociedades.

 

Referencias

Rorty, Richard (1991). Contingencia, ironía y solidaridad. Paidós Básica.

Schiller, Friedrich (1991). Escritos sobre filosofía de la historia. Universidad de Murcia.