Lo siento, pero todo encaja

enero 26, 2025
Trump
Saló o los 120 días de Sodoma (1975) de Pasolini.

«Yo quisiera ser civilizado como los animales.»

Roberto Carlos

Dólar Trump (como lo llaman en Hora Veintipico) no es más que la guinda de un pastel que lleva al menos quince años cocinándose. El cocinero antes era Steve Bannon, en la clandestinidad, pero ahora le va a pasar los trastos a Elon Musk, bajo los focos. Musk tuvo abuelos filonazis por vía materna, y es un tipo cuyo mayor sueño es que él y tres más con una legión de esclavos colonicen un pedrusco rojo jodidamente lejano en el que ni Matt Damon podría cultivar ni siquiera mala hierba -que nos engañaron bien en la película. Porque véase como se han ido desarrollando las cosas hasta la conyuntura actual. Musk lleva un tiempo hablando del transhumanismo, que es su religión favorita, una religión de archirrico que quiere superpoderes y que no se quiere morir, como John Travolta y Tom Cruise con la Cienciología.

Ese transhumano anhelado será blanco y en botella, como porfían los grupos supremacistas a los que ampara Trump. Será blanco porque en el curso de los futuros estragos del cambio climático serán las demás etnias y regiones del globo las que peor lo pasarán, de manera que habrá que ir considerándolos infrahumanos, untermenschen. El primer paso para conseguirlo es estigmatizar la inmigración, como ya se está haciendo en la Unión Europea y ahora se va a activar en Estados Unidos. Por eso había que colocar a Georgia Meloni al mando de Italia, para espantar a los cayucos (recuérdese los campos de concentración de la serie Years and years…), así como a Viktor Orbán a cargo de Hungría para obstruir decisiones inconvenientes de algunos países europeos renuentes. 

Luego están las distopías, en series, películas y los telediarios, para ir educando a las poblaciones acerca de lo inevitable del reinado de la injusticia en el mundo y de la ley de la selva. De esta manera, cuando las cosas se vayan poniendo feas para la mayoría, al menos no nos comerán los zombis, ni un virus maligno como en The Last of Us (2023). Lo del virus suena mucho mejor, porque en caso de revuelta o insurrección civil siempre se puede tocar la alarma de Pavlov de la COVID, que fue real, pero también muy útil, y todos corriendo a casa. De no ser así, ayer leímos que los arsenales nucleares se están ampliando, no reduciendo. A la juventud, todavía levantisca en los sesenta y setenta, o desencantada y «emo» en los ochenta o noventa, se la mantiene en buena forma a base de discursos de odio vertidos por las redes suciales (la chavalada no ve la televisión ni escucha la radio, con que no tiene más sentido de comunidad que el que proporciona el idioma, los memes y el fútbol), el flow administrado por los videojuegos (la ultraderecha de todos los países acude a los grandes eventos de videojuegos a sembrar votos), el buen rollo y las ganas de follar que te entran con el regueton-to (no vaya a ser que la música popular vuelva a ser vocera de insatisfacción y denuncia), y, por supuesto, la asistencia diaria de ellos, ella y elles a los gimnasios, esas galerías de espejos que te recuerdan a cada instante por quien merece uno esforzarse en esta vida y hacia quien volcar todo tu amor, bro. Y por si el coaching físico no es suficiente, tenemos también el reciente glow up del estoicismo antiguo, que hace las veces para la mente o el ánimo de lo que es el gym para la autoestima corporal. 

El remate de todo es el plan Stargate de la administración Trump para invertir una cantidad obscena de muchimillones en la Inteligencia Artificial, el arma de control de poblaciones definitiva, antes de que lo haga China, y para sobrepujar ampliamente a esta. Lo siento, pero todo encaja. El mundo convertido en algo así como la villa italiana donde los jerarcas nazis se pegan el festín de poder más cruento de sus vidas, como en Saló o los 120 días de Sodoma (1975) de Pasolini.

(Se me olvidaba señalar que esa implementación de la IA supondría un gasto diario en energía igual al de toda España. Como dijera H. L. Mencken: «Cae la cabeza del rey, y la tiranía se vuelve libertad. El cambio parece abismal. Luego, pedazo a pedazo, la cara de la libertad se endurece, y poco a poco se vuelve la misma vieja cara de la tiranía. Después, otro ciclo, y luego otro más…»)

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