La libertad moderna es un fetiche, un dios sin rostro al que adoramos sin cuestionar. Nos han enseñado que ser libre es no deberle nada a nadie, no depender de nadie, no cargar con lazos que puedan limitarnos. La libertad como autonomía absoluta, como posibilidad infinita, como el sagrado derecho a no estar atado a nada. ¿Tener una familia, una pareja, amigos? Mejor no. Tener vínculos es perder nuestra libertad, ceder partes de nuestro tiempo, nuestro ser, nuestra independencia. Nos dicen que eso es una pérdida. Nos venden la idea de que la plenitud está en el desapego, en la capacidad de irnos cuando queramos, en la posibilidad de vivir sin raíces. Pero ¿no es eso, en sí mismo, otra forma de vacío?
Los neofascistas ganan elecciones en nombre de la libertad. Los imperios se construyen sobre la promesa de una libertad total. Libre mercado, libertad de expresión, libre elección. La Santísima Trinidad. Nos dicen que la libertad es la piedra angular de la modernidad, la máxima aspiración del individuo ilustrado. Pero ¿qué clase de libertad es esta? ¿Libertad para qué? En el capitalismo tardío, la libertad no es más que un eslogan de mercado, un tic neurótico disfrazado de propósito oficial del ser humano. Libre competencia, libre comercio, libertad para consumir lo que queramos, para endeudarnos sin límites, para autoexplotarnos con entusiasmo.
Byung-Chul Han tenía razón cuando observó en La Sociedad del Cansancio (2015, p. 8): «Ya no vivimos en sociedades disciplinarias; somos prisioneros en la sociedad del rendimiento y su positivismo.» En esta sociedad narcisista, nada es imposible si lo deseas con suficiente fuerza. Este cambio, de la disciplina externa a la autoexplotación interna, revela la paradoja fundamental de nuestra libertad contemporánea.
No somos seres autónomos; nunca lo fuimos. Somos seres sociales, y negarlo solo nos condena a la soledad y el agotamiento.
¿Autoimposición? El nuevo dogma. Ya no necesitamos capataces porque nos azotamos con listas interminables de tareas, agendas sobresaturadas y la obligación implacable de monetizar hasta nuestro tiempo libre. Hacemos ejercicio, no porque disfrutemos del movimiento, sino porque debemos alcanzar la mejor versión de nosotros mismos. Leemos, no por placer, sino para sumar otro libro a nuestra lista de Goodreads. Aprendemos idiomas, no por curiosidad, sino porque pueden ser activos valiosos para nuestro perfil de LinkedIn. Todo debe ser útil. Todo debe generar valor. Convertimos nuestros hobbies en mercancías, nuestras habilidades en productos, nuestras vidas en mercaderías exhibidas en escaparates digitales con hashtags como #ViviendoMiMejorVida #CEODemiMismo #SoloBuenasVibraciones.
Creemos que somos libres porque evitamos relaciones de interdependencia, pero en realidad solo nos condenamos a la alienación. Somos seres sociales, pero nos comportamos como islas. Tememos a la comunidad. Después de todo, exige compromiso, porque amenaza nuestra fantasía libidinal de independencia total. Adorno y Horkheimer advirtieron en Dialéctica de la Ilustración que la razón moderna, en su obsesión por el dominio, nos ha llevado a una instrumentalización total de la vida. Todo debe servir a un propósito, todo debe ser medible y predecible, todo debe encajar en la maquinaria de la eficiencia (Horkheimer & Adorno, 2002/1944). La libertad es solo otro mecanismo de control. Nos dieron la ilusión de autonomía, pero solo nos hizo más dóciles, más maleables, más funcionales al sistema.
Huxley lo vio antes que nadie. En Un Mundo Feliz (Huxley, 1932/2006), la dictadura perfecta no necesita represión ni censura porque la gente está demasiado entretenida para darse cuenta de que ha sido esclavizada. Máquinas bombardeadas con distracciones, placeres inmediatos, un flujo constante de dopamina. El soma de hoy no es una pastilla, pero está en todas partes: en las redes sociales, alimentándonos con un torrente interminable de estímulos; en la cultura del bienestar, diciéndonos que la felicidad es solo cuestión de actitud; en la promesa de que el éxito depende únicamente de cuánto trabajemos. ¿No eres feliz? Sonríe. ¿No tienes éxito? Trabaja más duro. ¿Estás triste? Toma pastillas y vuelve al trabajo.
Han lo describe en La Expulsión de lo Distinto: Vivimos en una sociedad donde todo lo que no encaja en el molde de la productividad es descartado (Han, 2018, p.4). La debilidad, la quietud, la contemplación, la conexión con otros son vistas como fallas del sistema. Nos venden la imagen de la libertad como independencia, pero lo que realmente han hecho es fragmentarnos, despojarnos de todo lo que nos hace humanos. Nos hicieron creer que la felicidad consiste en estar solos, en no depender de nadie, en rendir cuentas solo ante nosotros mismos. Pero en esta búsqueda de autonomía total, solo nos hemos vuelto más aislados, más exhaustos.
La paradoja es brutal: cuanto más perseguimos la libertad, más pequeña se vuelve la jaula. Nos dicen que la libertad es lo opuesto a la dependencia, cuando en realidad, la verdadera libertad solo puede existir en comunidad, en el (re)conocimiento mutuo, en el tejido de relaciones que nos sostienen. No somos seres autónomos; nunca lo fuimos. Somos seres sociales, y negarlo solo nos condena a la soledad y el agotamiento. Entonces, ¿qué nos queda? Nos aferramos a la idea de la libertad como si fuera nuestro último refugio, pero quizá sea hora de redefinirla, no como la ausencia de vínculos, sino como la posibilidad de elegir qué nos ata. No como la eliminación de restricciones, sino como la capacidad de encontrar significado dentro de ellas. Quizá la verdadera libertad no consista en huir de todo lo que nos sujeta, sino en elegir nuestras propias cadenas.
Referencias
Han, B.-C. (2015). The Burnout Society (E. Butler, Trad.). Stanford University Press.
Han, B. (2018). The Expulsion of the Other: Society, Perception and Communication Today. (W. Hoban, Trans.). Cambridge: Polity Press.
Horkheimer, M., & Adorno, T. W. (2002). Dialectic of Enlightenment: Philosophical Fragments (G. Schmid Noerr, Ed.; E. Jephcott, Trans.). Stanford University Press. (Original work published 1944).
Huxley, A. (2006). Brave New World. Harper Perennial Modern Classics. (Original work published 1932).
Ningún hombre es una isla
por sí mismo.
Cada hombre es una pieza de un continente,
una parte del todo.
Si el mar se lleva una porción de tierra,
toda Europa queda disminuida,
como si fuera un promontorio,
o la casa de uno de tus amigos,
o la tuya propia.
La muerte de cualquiera me afecta,
porque me encuentro unido a toda la humanidad;
por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas;
doblan por ti.
John Donne