En 2017, el filósofo escocés William MacAskill creó el término «largoplacismo» para describir la idea de que «influir positivamente en el futuro a largo plazo es una prioridad moral clave de nuestro tiempo». La etiqueta se popularizó entre filósofos afines y miembros del movimiento «altruismo efectivo», que se propone utilizar la evidencia y la razón para determinar cómo los individuos pueden ayudar mejor al mundo.
En los últimos meses la noción ha saltado de los debates filosóficos a los titulares. En agosto, MacAskill publicó un libro sobre sus ideas, acompañado de una gran cobertura mediática y el apoyo de figuras como Elon Musk. En noviembre, una empresa creada por Sam Bankman-Fried, uno de los principales financiadores del movimiento, se hundió de forma espectacular.
Worth reading. This is a close match for my philosophy. https://t.co/cWEM6QBobY
— Elon Musk (@elonmusk) August 2, 2022
Los críticos afirman que el largoplacismo se basa en predicciones irrealizables sobre el futuro, se enfrasca en especulaciones sobre apocalipsis robóticos y ataques de asteroides, depende de visiones morales equivocadas y, en definitiva, no presta la debida atención a las necesidades actuales.
Pero sería un error descartarlo sin más. El término plantea problemas filosóficos peliagudos, y aunque no estemos de acuerdo con algunas de las respuestas, no podemos ignorar las interrogantes.
¿Por qué tanto alboroto?
No hay novedad alguna en constatar que la sociedad moderna influye enormemente en las perspectivas de las generaciones futuras. Los ecologistas y los pacifistas llevan mucho tiempo insistiendo en ello y en la importancia de utilizar nuestro poder de forma responsable.
En particular, la «justicia intergeneracional» se ha convertido en una expresión familiar, sobre todo en relación con el cambio climático.
Visto así, el largoplacismo puede parecernos un término sacado del sentido común. Entonces, ¿a qué se debe el revuelo y la rápida adopción de este término? ¿Su novedad radica simplemente en la audaz especulación sobre el futuro de la tecnología -como la biotecnología y la inteligencia artificial– y sus implicaciones para el futuro de la humanidad?
El término plantea problemas filosóficos peliagudos, y aunque no estemos de acuerdo con algunas de las respuestas, no podemos ignorar las interrogantes.
Por ejemplo, MacAskill reconoce que no estamos haciendo lo suficiente ante la amenaza del cambio climático, pero señala otras posibles fuentes futuras de miseria o de la extinción humana que podrían ser incluso peores. ¿Qué tal un régimen tiránico posibilitado por una Inteligencia Artificial del que no haya escapatoria? ¿O un agente patógeno modificado que acabe con la humanidad?
Son escenarios posibles, pero también existe un peligro real en dejarse llevar por emocionantes historias de ciencia ficción. En este sentido, el movimiento se expone a la crítica en la medida en que persigue titulares con predicciones superfluas sobre amenazas futuras desconocidas.
Además, las predicciones que realmente importan son las que se refieren a si podemos cambiar la probabilidad de cualquier amenaza futura y cómo podemos hacerlo. ¿Qué tipo de acciones protegerían mejor a la humanidad?
El largoplacismo, como el altruismo eficaz en general, ha sido criticado por su orientación hacia la acción filantrópica directa -proyectos orientados a resultados concretos- para salvar a la humanidad de males específicos. Es bastante plausible que estrategias menos directas como la construcción de la solidaridad y el fortalecimiento de instituciones compartidas, sean mejores formas de preparar al mundo para responder a futuros retos, por sorprendentes que estos resulten.
Optimizando el futuro
En cualquier caso, el largoplacismo ofrece ideas interesantes y profundas. Podría decirse que su novedad no radica en la forma en que pueda orientar nuestras decisiones particulares, sino en cómo nos hace reflexionar sobre el razonamiento que hay detrás de ellas.
Uno de los principios básicos del altruismo eficaz es que, independientemente del esfuerzo que hagamos para promover el «bien general» -o beneficiar a los demás desde un punto de vista imparcial-, debemos intentar optimizar nuestras acciones: debemos intentar hacer el mayor bien posible con nuestro esfuerzo. Según esta fórmula, puede que la mayoría de nosotros seamos menos altruistas de lo que pensábamos.
Por ejemplo, supongamos que usted trabaja como voluntario en una organización benéfica local que ayuda a personas sin hogar y cree que lo hace por el «bien común». Sin embargo, si le resultara más fácil alcanzar ese fin uniéndose a una campaña diferente, o bien está cometiendo un error estratégico o bien sus motivaciones son más complejas. Para bien o para mal, puede que usted sea menos imparcial y esté más comprometido de lo que pensaba en sus relaciones específicas con los habitantes de esa comunidad.
En este contexto, imparcialidad significa considerar que el bienestar de todas las personas merece la misma promoción. Al principio, el altruismo eficaz se preocupaba por lo que esto exige en el sentido espacial: la misma preocupación por el bienestar de las personas en cualquier parte del mundo.
El largoplacismo, por su parte, extiende este pensamiento a lo que la imparcialidad exige en el sentido temporal: la misma preocupación por el bienestar de las personas dondequiera que se encuentren en el tiempo. Si nos preocupamos por el bienestar de los no nacidos en un futuro distante, no podemos descartar tampoco posibles amenazas para la humanidad, sobre todo porque puede haber un número realmente asombroso de personas en el futuro.
¿Cómo debemos pensar en las generaciones futuras y en las decisiones éticas arriesgadas?
Centrarse explícitamente en el bienestar de las futuras generaciones plantea cuestiones difíciles que suelen pasarse por alto en los debates tradicionales sobre el altruismo y la justicia intergeneracional.
Por ejemplo: ¿es acaso mejor una historia mundial que contenga más vidas con bienestar positivo, en igualdad de condiciones? Si la respuesta es afirmativa, es evidente que aumenta la necesidad de evitar la extinción humana.
Sin embargo, algunos filósofos insisten en que la respuesta debe ser negativa: más vidas con bienestar positivo no es mejor. Hay quien sugiere que, una vez que nos damos cuenta de ello, nos percatamos de que el largoplacismo es demasiado exagerado o superfluo.
Pero las implicaciones de esta postura moral son menos simples e intuitivas de lo que desearían sus defensores. Y la extinción prematura del ser humano no es la única preocupación del largoplacismo.
La especulación sobre el futuro también suscita la reflexión sobre cómo debe responder un altruista a la incertidumbre.
Por ejemplo, ¿qué es mejor, hacer algo que tiene un 1% de probabilidades de beneficiar a un billón de personas en el futuro o hacer algo que seguramente beneficiará a mil millones de personas hoy? (El «valor de la expectativa» del número de personas a las que ayudará la acción especulativa es el 1% de un billón, es decir, 10.000 millones, por lo que podría pesar más que los mil millones de personas a las que se ayudará hoy).
Para muchos, esto puede parecer jugar con la vida de las personas, y no es una buena idea. Pero ¿qué ocurre con apuestas que tienen probabilidades más favorables y en las que sólo participan personas contemporáneas?
Aquí se plantean importantes cuestiones filosóficas sobre la aversión al riesgo cuando hay vidas en juego. Y, retrocediendo un paso más, hay cuestiones filosóficas sobre la autoridad de cualquier predicción: ¿hasta qué punto podemos estar seguros de que se producirá una catástrofe, dadas las diversas medidas que podríamos tomar?
Hacer que la filosofía sea cosa de todos
Como hemos visto, el razonamiento largoplacista puede conducir a posturas contraintuitivas. Algunos críticos responden rechazando por completo la elección racional y la «optimización». Pero ¿dónde nos dejaría eso?
La respuesta más sensata es reflexionar sobre la combinación de supuestos morales y empíricos que subyacen a una determinada elección. Pero también considerar cómo los cambios en estos presupuestos pueden modificar la elección óptima.
Los filósofos están acostumbrados a tratar con escenarios hipotéticos extremos. Nuestras reacciones ante ellos pueden iluminar compromisos que normalmente están ocultos.
El movimiento del largoplacismo hace que este tipo de reflexión filosófica sea asunto de todos, al presentar las amenazas futuras extremas como posibilidades reales.
Sin embargo, sigue habiendo un enorme abismo entre lo posible (que suscita un pensamiento más lúcido) y lo que al final es pertinente para nuestras elecciones reales. Incluso la cuestión sobre si debemos investigar más a fondo cualquier diferencia de ese tipo es compleja y en parte empírica.
La humanidad se enfrenta ya a muchas amenazas que comprendemos bastante bien, como el cambio climático y la pérdida masiva de biodiversidad. Y, para responder a esas amenazas, el tiempo no está de nuestro lado.
Artículo publicado originalmente en inglés Longtermism – why the million-year philosophy can’t be ignored en The Conversation. Traducción original por Dialektika.
Este artículo está algo complicado para mí y tengo que estudiarlo con más tiempo