Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir
Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir

La vida amorosa de los filósofos influye en nuestra forma de pensar

Mi interés por la vida amorosa de los filósofos se inspiró en la novela autobiográfica de Simone de Beauvoir, "La invitada". La lectura de esa novela me inspiró a plantear la pregunta: ¿Y si pudiéramos conocer a otros filósofos a través de los ojos de sus amantes?
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Por Warren Ward

En abril de 1882, Friedrich Nietzsche se enamoró perdidamente de Lou Salomé, una joven hermosa y ferozmente independiente de San Petersburgo. Poco después de conocerla, escribió a un amigo:

Lou es la hija de un general ruso y tiene veinte años; es astuta como un águila y valiente como un león… y [parece] asombrosamente bien preparada para mi forma de pensar y mis ideas.

Nietzsche siguió a Salomé por toda Europa, desde los Alpes italianos hasta el bosque alemán de Tautenburg, pero nunca consiguió consumar sus deseos. En agosto, ella le dejó una nota para decirle que había iniciado una relación con el mejor amigo de Nietzsche, Paul Rée, y que se marchaba al día siguiente para instalarse con él en Berlín.

Nietzsche quedó destrozado. Se retiró a la ciudad italiana de Rapallo para lamerse las heridas. Subió varias veces a la torre más alta de la ciudad y, desesperado, contempló seriamente la posibilidad de arrojarse al Mediterráneo. Pero no lo hizo. En lugar de ello, caminó durante diez días y diez noches bajo la lluvia, hasta que -en un instante- se le ocurrió la idea de su obra maestra Así habló Zaratustra. En esta obra, Nietzsche declaró que «Dios ha muerto». Esta famosa proclama no sólo revelaba algo profundo que Nietzsche había observado con respecto a la cultura europea, sino también, sugeriría yo, sobre su estado de ánimo después de haber sido cruelmente abandonado por Salomé.

Como pretendo demostrar en Lovers of Philosophy, Nietzsche no fue el único en el que la parte íntima de su vida contribuyó a dar forma a sus ideas. Investigo el significado filosófico (y psicoanalítico) de los deseos no correspondidos de Kant, las relaciones prematrimoniales de Hegel, la hipocresía de Heidegger, el promiscuo poliamor de Sartre, la liberación de Foucault y los devaneos de Derrida en el amor extramatrimonial.

Mi interés por la vida amorosa de los filósofos se inspiró en la novela autobiográfica de Simone de Beauvoir La invitada, que describe su lucha contra los sentimientos de inseguridad y los celos cuando Sartre incorpora a su relación abierta a la joven estudiante de filosofía Olga Kosakiewicz. Beauvoir, una narradora magistral, retrata en esta novela a Sartre no sólo como un filósofo, sino como su amante, un hombre muy imperfecto con todos sus defectos y debilidades al descubierto. La lectura de esa novela me inspiró a plantear la pregunta: ¿Y si pudiéramos conocer a otros filósofos a través de los ojos de sus amantes?

La infancia de Jean-Paul Sartre es un caso fascinante de cómo las experiencias amorosas de la infancia pueden afectar a la forma de ver el mundo. Sartre tenía sólo quince meses cuando murió su padre, y después de eso el joven tímido y torpe se vio impulsado a una relación altamente edipalizada con su madre. Ambos compartieron el dormitorio en casa de su abuelo hasta que Sartre cumplió doce años, momento en el que su vida dio un vuelco cuando la madre de Sartre se enamoró y se volvió a casar.

Hasta ese momento crítico en el desarrollo de Sartre, su madre era su única compañera como resultado de algunas ideas extrañas que su abuelo tenía sobre la crianza de los hijos. El abuelo de Sartre le prohibió tener compañeros de juego, insistiendo en que pasara los días leyendo. El único respiro que tenía Sartre de esta existencia solitaria era cuando salía de excursión con su madre o pasaba largas y reconfortantes horas en el santuario de su habitación compartida.

Al cumplir la mayoría de edad, Sartre huyó a París, donde perdió la virginidad con una mujer de la edad de su madre. A continuación, se embarcó en un patrón de seducción en serie que duró toda su vida, tratando a Simone de Beauvoir, su pareja en una relación abierta, como una especie de madre-confesor. La sugerencia de que Sartre nunca progresó psicológicamente más allá de una fijación edípica con su madre cobra aún más credibilidad cuando nos enteramos de que, a los cuarenta y un años, volvió a vivir directamente con su madre cuando murió el segundo marido de ésta. Vivió con su madre hasta su muerte dieciséis años después. En cambio, nunca vivió con Beauvoir, ni con ninguna de sus otras amantes adultas.

Incluso me pregunto si la versión del existencialismo de Sartre, que para él incluía un derecho inalienable al amor libre, podría haber sido, al menos en parte, su forma inconsciente de asegurarse de no volver a experimentar el devastador dolor del rechazo que sufrió a la tierna edad de doce años.

Toda filosofía tiene algo que valora por encima de todo, ya sea la Verdad, la Belleza, el Conocimiento, la Justicia o la Experiencia. La filosofía de Sartre abrazaba una libertad radical en todos los aspectos de la vida, lo que quizá no sea sorprendente si se tienen en cuenta las crueles restricciones que sufrió durante su infancia.

Nuestras convicciones como seres humanos están condicionadas, por supuesto, por toda una serie de factores medibles e inconmensurables, entre los que destacan el momento y el lugar de la historia en el que nacemos. El efecto combinado de los factores personales, políticos e históricos es evidente en el caso de Martin Heidegger, que desarrolló sus ideas filosóficas en Alemania en el período previo a la Segunda Guerra Mundial. En su obra maestra de 1927, El ser y el tiempo, señaló que, aunque todos somos arrojados al mundo en un momento y lugar que escapan a nuestro control, tenemos el deber de utilizar nuestro libre albedrío para buscar una existencia auténtica frente a nuestra mortalidad siempre inminente.

Sin embargo, se podría argumentar que Heidegger no estuvo a la altura de sus propios ideales. No fue fiel a su esposa, ya que mantuvo un romance secreto con la joven estudiante judía Hannah Arendt entre 1924 y 1928. Y aunque el propio Heidegger describió un aspecto clave de la autenticidad como «no correr con el rebaño», se unió al Partido Nazi en 1933 para asegurar su posición como rector de la Universidad de Friburgo.

Una vez finalizada la guerra, la connivencia de Heidegger con los nazis le llevó a ser despojado de su puesto académico. Su carrera como filósofo quedó en entredicho hasta la década de 1950, cuando Arendt vino de visita. La filósofa, afincada en Estados Unidos, se había convertido en una de las pensadoras políticas más prestigiosas del mundo. Compadecida de su ex amante, Arendt se propuso rehabilitar la reputación de Heidegger entre la comunidad filosófica internacional. Gracias a ella, Heidegger pudo publicar una segunda oleada de obras que, al igual que las de su antiguo amante, se centraban en los innumerables desafíos de la modernidad.

La obra de Michel Foucault también estuvo marcada por su sexualidad, o mejor dicho, por las respuestas de la sociedad a su sexualidad. Cuando ingresó en la prestigiosa École Normale Supérieure de París en la década de 1950, ésta era un hervidero de radicalismo, en el que abundaban los trotskistas, los maoístas y los anarquistas. Sin embargo, no era muy tolerante con la homosexualidad. Una noche, tras regresar de una «paliza», el joven Foucault sucumbió a los abrumadores sentimientos de vergüenza que soportaba en este entorno homófobo, y fue encontrado tendido en el suelo de su dormitorio cubierto de sangre por las heridas de navaja auto infligidas. Su padre, un cirujano conservador de provincias, organizó inmediatamente una consulta psiquiátrica urgente. El psiquiatra le diagnosticó «homosexualidad» y le ofreció una serie de tratamientos para curar su «enfermedad mental». Foucault consiguió escapar de las garras del psiquiatra y continuó, en cambio, completando su tesis, una obra maestra llamada Historia de la locura en la época clásica que describía cómo la idea de la enfermedad mental era, en el esquema más amplio de las cosas, una construcción reciente desarrollada por aquellos en el poder para suprimir a aquellos que amenazaban la narrativa central de la Ilustración de que la «Razón» prevalecía sobre la «Sinrazón».

Me animó a descubrir que, otra mente mucho más grande que la mía, había sugerido que podría ser fructífero explorar la vida amorosa de los filósofos. A Jacques Derrida, cuando fue entrevistado por un periodista en 2002, le preguntaron qué es lo que más le gustaría saber de los filósofos que le precedieron. Su respuesta:

Su vida sexual. Si quiere una respuesta rápida. Me gustaría oírles hablar de su vida sexual. Me gustaría oírles hablar de ello. ¿Cuál es la vida sexual de Hegel o de Heidegger?

Existe, por supuesto, un peligro en el reduccionismo psicológico, en presentar las ideas de una persona como una simple consecuencia de su vida privada. Hay quien sostiene que nunca debemos referirnos a la vida de un escritor cuando intentamos analizar o comprender sus textos. Yo estaría de acuerdo en que, en muchos casos -si no en la mayoría-, la obra de un filósofo no está relacionada con sus experiencias infantiles o adultas de amor o sexualidad, sino con su consideración seria de otros textos y una contemplación profunda y diligente de los temas que se tratan. Pero los filósofos, como el resto de nosotros, son humanos, y como Sigmund Freud nos ha ayudado a ver, nuestros cuerpos y nuestros deseos tienen una forma de infiltrarse en nuestras vidas y en nuestro pensamiento a pesar de nuestras intenciones «racionales».

Sin embargo, hay una razón más prosaica y práctica para explorar las ideas de los filósofos junto con sus experiencias de anhelo, deseo y afecto. Recordamos mucho mejor las historias que los hechos, y la presentación de la lucha de estos grandes pensadores con los misterios y los dramas del amor proporciona una vía accesible -e incluso divertida- de entrada a la filosofía para aquellos que se sienten intimidados por los textos tradicionales.

Al examinar las ideas de los grandes filósofos en el contexto de algo con lo que todos podemos relacionarnos -la experiencia del amor-, espero inspirar a algunos a seguir leyendo, como me ocurrió a mí después de leer La invitada, de Beauvoir, y a profundizar en el mundo infinitamente fascinante y revelador de la filosofía continental.


Warren Ward es profesor asociado de psiquiatría en la Universidad de Queensland y autor de Lovers of Philosophy: How the Intimate Lives of Seven Philosophers Shaped Modern Thought (Ockham Publishing).

Texto publicado originalmente en iai y traducido por Jorge González Arocha.