Laura Luque Rodrigo, Universidad de Jaén
La vida en nuestra sociedad se mueve a toda velocidad. Los cambios son constantes, aunque en muchas ocasiones intrascendentes. La obsolescencia programada de nuestros teléfonos móviles hace que el simple hecho de que salga un modelo nuevo al mercado nos empuje a sustituirlo. Las series cada vez tienen capítulos de menor duración, en las películas las imágenes se suceden a mayor velocidad, casi provocando el mareo de los espectadores, y los vídeos de TikTok apenas duran unos segundos.
Se reduce nuestra capacidad de concentración. Se reduce nuestra capacidad de parar. La productividad es un imperante social. La meritocracia exige trabajo constante. La culpa nos acecha en los minutos de descanso. Ya no se llama por teléfono, se mandan audios, pero por si tenemos prisa, la aplicación nos permite aumentar las revoluciones. Preferimos oír a nuestras madres con voz de Pitufo que gastar treinta segundos de nuestro tiempo en escucharlas con atención.
El propio espacio que habitamos se convierte en un telón de fondo que no miramos, que ni siquiera vemos, donde no nos relacionamos. El antropólogo Marc Augé definió el concepto de no-lugar como aquel espacio donde el ser humano es un ente anónimo que no se apropia del lugar, donde es un mero sujeto que establece una relación de consumo con los espacios urbanos.
Augé se refería a los centros comerciales, estaciones, etc. Pero desde 1992, cuando escribió sobre ello, la propia calle se ha convertido en un no-lugar. Vamos a toda velocidad, mirando el móvil. Ya no percibimos la mirada ajena ni las modas –salvo a través de Instagram–. Incluso a punto estamos más de una vez de caer en una zanja o chocar con una farola.
Para qué sirve lo que no parece servir para nada
En un mundo que va a toda velocidad, ¿qué utilidad puede tener un texto de Aristóteles? ¿Y una pintura de Caravaggio? ¿Un poema de Machado? ¿Un aria de Handel?
Algunos verán en ello un beneficio claro: el dinero. Si con ellos puedo llenar el museo, el teatro, vender libros, entonces la ganancia está clara. Pero ¿dónde queda lo trascendental?
Esto es precisamente lo que reivindicó magistralmente Nuccio Ordine en su alabado texto La utilidad de lo inútil, una defensa de las humanidades, de la historia, de la cultura y del arte. Una defensa, al fin y al cabo, de la humanidad.
Frente a la lógica productivista que busca esa practicidad inmediata de las investigaciones, es fundamental que se alcen voces como la de Ordine, que defiendan la utilidad de las investigaciones teóricas, de los conceptos, de las reflexiones.
La Antigüedad somos nosotros
Ordine puso como subtítulo a su libro “Manifiesto”. Y es lo que era, un manifiesto en pro de la cultura, de la utilidad del pensamiento, del detenerse a leer, a pensar, a mirar.
Lo hizo en un momento, 2013, en el que además existía un claro posicionamiento político. En plena crisis financiera, cuando Grecia entraba en quiebra y muchas naciones se planteaban sacar al país de la Unión Europea, Ordine se preguntaba: ¿tiene sentido Europa sin Grecia?
La cultura europea es tan deudora de la griega que prácticamente todos los conceptos que rigen nuestra sociedad moderna provienen de su Antigüedad. Tanto es así que Europa no es sino el nombre de un personaje de la mitología griega, una princesa fenicia raptada y violada por Zeus, transformado en toro blanco.
Ordine declara que considera “útil todo aquello que nos ayuda a hacernos mejores”, sin necesidad de que esté subordinado al éxito económico, puesto que un exclusivo interés económico “mata de forma progresiva la memoria del pasado”.
De esta forma, desmonta la idea de la inutilidad del arte, la literatura o la música. Y lo hace de manera magistral, desde el profundo conocimiento que poseía sobre todos los campos de la cultura y la historia, con un matiz reivindicativo tan necesario, en aquel momento y aún hoy. El libro está repleto de citas, de ejemplos clarificadores, y engloba diferentes tradiciones, no solo la occidental.
La utilidad de lo inútil encierra tres ensayos en uno: el primero sobre la utilidad del arte, el segundo sobre la mercantilización de la enseñanza y el tercero sobre la glorificación de la posesión material por encima de la espiritual.
Un fallecimiento inesperado
Aunque esta sea una obra capital en la producción del italiano, no es la única. Cuenta con muchísimas publicaciones y numerosos reconocimientos.
Lamentablemente, no podrá recoger personalmente el último de ellos, el Premio Princesa de Asturias que recibirá en octubre de este mismo año. Ordine falleció inesperadamente el 10 de junio y nos dejó con el ansia incumplida de escuchar su discurso, que imaginamos hubiese sido brillante.
Pero nos queda su legado. Empecemos por leerlo con pausa, sin mirar el móvil. Empecemos por levantar la cabeza cuando vamos por la acera y apreciar la arquitectura, los árboles, a quien pasa a nuestro lado, el graffiti de enfrente… Empecemos por lo sencillo, lo aparentemente inútil, que sin duda nos proporcionará grandes utilidades.
Laura Luque Rodrigo, Historia del Arte, Universidad de Jaén
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
De vivir apurado el responsable es uno mismo, asumamos nuestra responsabilidad