Rafael Puyol, UNIR – Universidad Internacional de La Rioja
Foto por Matej Kastelic
Estamos muy preocupados por las consecuencias que la covid-19 está provocando en todos los ámbitos, incluida la educación superior. Es entendible porque las repercusiones son importantes y van a tener gran trascendencia. Pero no debemos perder la perspectiva. Más allá de la pandemia, las Universidades se enfrentan a retos decisivos que ya estaban ahí cuando se inició y a los que conviene dar respuesta urgente.
En un coloquio reciente nos preguntaron por las características que debería tener la Universidad ideal del futuro. El concepto de ideal es un tanto teórico y móvil ya que cambia de manera permanente al mismo tiempo que lo hacen las Universidades, siempre a la búsqueda de su perfeccionamiento. Pero hay ingredientes y condiciones imprescindibles en una Universidad de calidad que aspire a la excelencia. Aquí les ofreceré mis reflexiones a través de un decálogo de propuestas.
En suma, necesitaremos:
- Una Universidad que coloque en el centro de su quehacer a los alumnos. Los estudiantes actuales son nativos digitales, son críticos y exigentes y actúan por recomendaciones. A la hora de valorar las fortalezas y debilidades de una institución se fían más de la opinión de otros colegas que de los rankings. Por otro lado, tienen una forma de estudiar más activa y participativa, apoyada en la inteligencia artificial y en la realidad virtual, en la que el profesor juega sobre todo un papel de facilitador. Si se ignoran estas características se corre el peligro de una falta de conexión entre las Universidades y sus usuarios que acaban perdiendo interés por las clases y muchos de ellos abandonando sus estudios.
- Una Universidad profundamente digitalizada, lo cual no solo es condición para las instituciones 100% on line, sino también para las presenciales. Es más, ésta es una distinción que tenderá a diluirse porque la mayoría de las “alma mater” serán a la vez presenciales, en línea e híbridas. El común denominador de todas ellas será la digitalización de sus actividades docentes, investigadoras o de gestión.
- Una Universidad que investigue y sepa transferir los resultados de esa tarea. No es necesario insistir en la idea de que una institución de educación superior no es una verdadera universidad si no hace investigación. La enseñanza es una actividad esencial porque forma los profesionales y los ciudadanos demandados por la sociedad, pero hacer avanzar el conocimiento y difundirlo para el aprovechamiento general de su utilidad, es tarea que forma parte del ADN universitario.
- Una Universidad para responder a las necesidades formativas solicitadas por las empresas y las instituciones. Cada vez resultan menos demandados algunos profesionales y más imprescindibles otros que no se forman en la cuantía suficiente. La digitalización está provocando desequilibrios en el mercado laboral, pero su balance va a ser positivo porque creará más puestos de trabajo de los que va a suprimir. Muchas de las actividades futuras son hoy desconocidas, de ahí la importancia de la formación en competencias y de la educación continua.
- Una Universidad internacional que significa, entre otras cosas, tener alumnos y profesores extranjeros y participar en la enseñanza y en la investigación con instituciones foráneas. Esta condición conviene a todas las universidades, sean presenciales, semipresenciales u on line y es compatible con su involucración en los asuntos del territorio donde están emplazadas. El término glocal define el doble interés de servir a la región próxima y tener una proyección internacional. Esto hace a las Universidades diversas y la diversidad es enriquecedora y compatible con la inclusividad.
- Una Universidad con autonomía en las cuatro dimensiones esenciales: organizativa, financiera, académica y para el manejo de los recursos humanos. Ello incluye un sistema de gobierno eficaz a fin de evitar clientelismos y favorecer una administración ágil.
- Una Universidad cada vez más especializada. Las Universidades generalistas pueden seguir teniendo sentido en determinados contextos, donde resulte imprescindible formar profesionales para satisfacer las múltiples solicitudes del mercado laboral. Pero las Universidades deben tender a especializarse en ámbitos científicos concretos o en la formación multidisciplinar, imprescindible para enfrentar problemas complejos. La exigible calidad de la oferta demanda esta especialización.
- Universidades conectadas con el tejido empresarial a través de vasos comunicantes fluidos en los ámbitos de la docencia, la investigación, la transferencia y la gestión. Esta relación, perfectamente asimilada por las universidades privadas, tiene ciertas dificultades en algunos sectores de las públicas que, equivocadamente, conciben esa colaboración en términos de supeditación mercantil.
- Universidades dotadas de suficientes recursos para el cumplimiento de sus funciones. Una necesidad esencial ante las dificultades derivadas de la pandemia y las inversiones exigidas por el proceso de digitalización. Las Universidades privadas pueden sufrir pérdidas de alumnos, sobre todo internacionales, y reducciones en los aportes procedentes de las empresas. Esto afectará también a las públicas que además pueden experimentar recortes en la financiación estatal. No debería suceder así porque la recuperación económica post-covid pasa por el papel esencial que han de jugar los profesionales bien formados.
- Universidades que incorporen en su oferta educativa la que creo va a ser una de sus funciones docentes esenciales: la formación continua en conocimientos y capacidades. La colaboración con las empresas o la subscripción de acuerdos individuales de actualización permanente, serán los vehículos para canalizar esta actividad en crecimiento que tendrá en la modalidad virtual una vía preferente de impartición.
Rafael Puyol, Catedrático de Geografía Humana. Presidente de UNIR, UNIR – Universidad Internacional de La Rioja
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.