Fragmento de La Sociedad de la desmesura: Acerca del buen vivir en un mundo acelerado por Gualtero Pérez, Rubén D.
Presentación
«El fin supremo del hombre es la felicidad. […] Vivir bien, obrar bien, es sinónimo de ser dichoso».
Aristóteles, Ética Nicomaquea (1)
Comenzaré por explicar a los lectores los motivos que me han llevado a escribir sobre un tema que desde siempre ha hecho correr, como se suele decir, «ríos de tinta». Y no es un interés banal si tenemos presente que, en los últimos años, en un conocido portal de ventas online el número de títulos con la palabra «felicidad» pasó de 300 a 2.000. Más aún, algunos autores argumentan que ser felices se ha convertido en una necesidad, en una tiranía (2) y, sobre todo, en un negocio de enormes proporciones. Así las cosas, ¿a qué viene entonces un libro más?
Dos son las razones que están detrás de este empeño. La primera, un recuerdo personal. La segunda, el hecho que en nuestra sociedad la felicidad ha derivado en un dilema casi irresoluble. Por un lado, se impone como un requisito ineludible y, por otro, como decía Voltaire, «la buscamos sin saber dónde, como los borrachos buscan su casa, sabiendo confusamente que tienen una» (3, pág. 78).
Allá por el año 1971, recién llegado a España, un país que encontré triste y apocado, una mañana de domingo mientras paseaba por el madrileño parque de El Retiro en compañía de una amiga recién conocida y algo mayor que yo, de improviso, me comentó que se encontraba confusa y desasosegada, incapaz de disfrutar de su juventud. Tras escucharla, le dije algo así como que «cuanto necesitamos para vivir en paz, aquello que de verdad importa, está a nuestro alcance, lo llevamos con nosotros. Se trata, simplemente, de saber valorarlo y dejarle un espacio en nuestro corazón». Recuerdo que hice un cuenco con las manos y, mientras hablaba, lentamente las coloqué sobre mi pecho, una encima de la otra.
Pasó el tiempo.
Una década más tarde regresé a Madrid y quise contactar con los primeros amigos de entonces. En la agenda de cuero negro que aún conservo, y que comenzaba a perder lustre, llevaba anotado los números de teléfono, entre ellos, el suyo. La llamé. Me comentó que estaba de paso, pues ya no vivía en Madrid. Después de una breve charla para ponernos al día, comprendí que no había motivos para un reencuentro. Eso sí, antes de despedirnos, me dijo que guardaba en su memoria el comentario que le había hecho aquel domingo de mayo.
Todavía hoy me pregunto cómo a un mocoso de veintipocos años se le ocurrió decirle aquello. Seguramente lo había leído o escuchado en alguna parte, pero lo cierto es que a partir de ese momento comencé a interesarme por las «cosas realmente importantes de la vida». El contenido de este libro es, en buena medida, fruto de aquella (¿dichosa?) ocurrencia.
El otro motivo por el cual me lancé a escribir «otro libro más», tiene que ver con algo que mencionaba en el primer parágrafo: la búsqueda, sensata o alocada, de la felicidad. Este anhelo, constante en el ser humano, nos ofrece un fiel reflejo de las vicisitudes y preocupaciones de cada época. Y, claro está, de la nuestra. Por eso, he querido hacer hincapié en aquellos aspectos que, hoy por hoy, suponen un verdadero obstáculo para el buen vivir, para una vida buena. Así pues, haciendo alusión al título del libro, en el primer capítulo hablaré de la desmesura, algo muy propio de nuestro tiempo. Es verdad que los avances en el conocimiento científico y el progreso tecnológico nos permite disponer de innumerables objetos de consumo y de abundante información. Sin embargo, parece ser que ni los unos ni la otra nos hace ni más dichosos ni más sabios. Partiendo de la recomendación milenaria de que «lo escaso basta»[1], en este apartado nos interrogaremos sobre la imperiosa necesidad de consumir y acumular lo que sea, al precio que sea. «La gente que sólo busca el provecho material, arriesga su vida a la ligera. ¿No es esto un error de nuestra generación?», se preguntaba Chuang Tzu (6, pág. 296), nada menos que a mediados del siglo iv a. C.
Por otro lado, a nivel microsocial, la estrechez de miras y la parcialidad provocan múltiples y dolorosas desavenencias con los que nos son cercanos, o bien malestar con nosotros mismos, resquemores en nuestro fuero interno
En el siguiente capítulo haré referencia a los males que acarrean el dogmatismo y la cerrazón. A lo largo de la historia, la necia fidelidad a la letra, la ortodoxia ciega, las posturas inamovibles, han dado pie a terribles enfrentamientos, a hogueras de libros, de obras de arte, al rechazo del otro y a crueles venganzas. En nuestros días, por desgracia, contamos con una abundante cosecha de todo esto. Por otro lado, a nivel microsocial, la estrechez de miras y la parcialidad provocan múltiples y dolorosas desavenencias con los que nos son cercanos, o bien malestar con nosotros mismos, resquemores en nuestro fuero interno. He de confesar el impacto que supuso para mí descubrir cómo ciertas ideas y presupuestos teóricos que te ayudan a entender una realidad determinada, y a los que atribuyes una potencialidad transformadora, se convierten en prácticas esclerosadas y sectarias alejadas del espíritu libre y revolucionario que intuyeron sus creadores. El relato de la experiencia personal servirá para ilustrar este obstáculo que, enraizado profundamente en el corazón humano, nos limita y empobrece, nos impide ceder, rectificar; en definitiva, adaptarnos a la vida que es cambio y renovación incesante. No en vano, Confucio afirmaba sin ambages que «detestaba la terquedad» (7a, pág. 26).
Otra característica de nuestros días, junto con la desmesura y la cerrazón, es la premura o el síndrome de la prisa, como le llama Marramao(8), un filósofo contemporáneo. Nuestra experiencia del tiempo en la hipermodernidad es febril, agitada, y las agendas sin un minuto de descanso se exhiben como auténticos trofeos. Por ello, disfrutar del momento, estar plenamente en el presente, se ha convertido en una aspiración cuasiheroica. Tan es así que cada vez más aparecen en el «mercado emocional» terapias variopintas y ofertas prodigiosas encaminadas a paliar este malestar. Por mi parte, aprovecharé la ocasión para reflexionar sobre el sentido que damos al curso del tiempo, al inexorable acontecer de los días y las noches.
Y lo haré desde una postura abierta e integradora, de manera que, en la práctica, permita reorientar la senda que ha de llevarnos a disfrutar plácidamente del aquí y el ahora. Difícil tarea. Implica esfuerzos y renuncias, algo ciertamente complicado en una cultura que enaltece la competitividad y promueve en los individuos una falsa sensación de omnipotencia.
El siguiente capítulo estará dedicado a las relaciones interpersonales, a cómo lograr que el encuentro con el otro no sea un infierno, según la conocida afirmación sartriana; al contrario, que constituya una fuente de auténtico gozo y crecimiento mutuo. Lograrlo, sin duda, requiere ajustes permanentes, arduas negociaciones y no pocas reparaciones, pues la convivencia diaria, el ejercicio de la ciudadanía, hace brotar lo mejor y lo peor que anida en el corazón humano. Junto con un cuidadoso manejo de la cotidianidad, una buena relación con nosotros mismos, con los demás, con la naturaleza y con Dios, para quienes creen, nos encamina hacia la tranquilidad de ánimo y el equilibrio emocional. En esta línea, no faltará, asimismo, una especial mención a la amistad. «El que no soporta a los otros no tiene amigos, y quien no tiene amigos falto estará de amor, y quien carece de amor se queda solo, sin nadie», manifiesta el mencionado Chuang Tzu, uno de los grandes maestros del taoísmo (6, pág. 240).
En el último apartado del libro, «Seres de un día», hablaré de la brevedad de la existencia, de la finitud y de nuestra ineludible condición de mortales. «Llamitas al viento», decía el poeta colombiano Porfirio Barba Jacob. Tema recurrente desde los albores de la humanidad. En una sociedad presurosa y desmedida, el paso del tiempo y nuestro destino final provoca recelo e inquietud. Con sencillez y cautela nos acercaremos a «esa cosa amarga que enturbia todo goce». Además, y como colofón de este capítulo y del libro, he creído oportuno recoger unos cuantos principios generales que, espero, nos ayuden a (re)formular una ética de la alegría, la cordialidad y la mesura, seguramente menos sumisa a la ideología actual. Sugerencias, apuntes, que podemos ir ampliando y completando a partir de los valores, convicciones, y vivencias que dignifican nuestra existencia.
Me propongo, básicamente, compartir cuanto he reflexionado a partir de experiencias propias y ajenas, así como de las lecturas que he ido realizando durante más de cuarenta años.
Por supuesto que no pretendo hacer un tratado sobre la felicidad, ni tampoco un manual de autoayuda en el sentido estricto. Me propongo, básicamente, compartir cuanto he reflexionado a partir de experiencias propias y ajenas, así como de las lecturas que he ido realizando durante más de cuarenta años. En este sentido, a lo largo de estas páginas irán desfilando pensadores de la talla de Aristóteles, Séneca o Epicuro. A este último, muchos siglos después, Schopenhauer lo llamó nada menos que «doctor en felicidad». Por cierto, una de las obras del filósofo alemán del siglo xix, tildado de cascarrabias, misógino y pesimista incurable, trata precisamente sobre la sabiduría de la vida, «en el sentido del arte de hacer la vida lo más agradable y feliz posible».[2]
Junto con los ya citados Lao-Tse y Chuang Tzu (o Zhuangzi), cuyas obras datan de antes de Cristo, también nos acompañarán en este viaje otros personajes célebres como Montaigne, Voltaire y, por supuesto, escritores y ensayistas contemporáneos. Poetas, como el latino Horacio o el persa Omar Jayam, saldrán a nuestro encuentro para invitarnos a habitar efectivamente el presente. Y hasta un emperador romano, Marco Aurelio, nos exhortará sobre la rectitud de espíritu y la magnanimidad. En definitiva, voces del pasado y del presente que delatan una de las preocupaciones más apremiantes del ser humano: la felicidad.
No soy un experto en filosofía y no sé ni latín ni griego, así que he decidido mencionar, igualmente, a los traductores, sobre todo de los textos grecolatinos, ya que éstos suelen variar ligeramente según la autoría. Sin embargo, como veremos en los diferentes capítulos, de cuanto se ha manifestado sobre el arte de vivir, a pesar del tiempo transcurrido, el legado fundamental conserva intacto gran parte de su acierto y lozanía. Por ello, con el fin de facilitar al máximo la lectura y el seguimiento de los textos mencionados, tras considerar varias opciones, las citas bibliográficas se ordenarán correlativamente con un dígito que figurará entre paréntesis, junto con el número de la página si se trata de una transcripción literal. Las referencias completas de cada una ellas se presentarán agrupadas al final del libro. Sin ánimo de ser exhaustivo, en algunas ocasiones echo mano de las notas a pie de página: las utilizo para realizar aclaraciones puntuales, añadir comentarios o anécdotas a raíz de lo dicho o sobre los propios autores. Sugiero no pasarlas por alto pues, a qué negarlo, harán más provechosa la lectura en su conjunto.
Puesto que no se trata de un compendio de elucubraciones teóricas, sólo me resta invitar a los lectores a que saboreen estas reflexiones y señalamientos con indulgente y sosegada disposición, ya que lo fundamental no es hacer acopio de conocimientos, sino aprender incluso de nuestros propios errores y desatinos. Frente al mandato: «sed felices», que proclama la sociedad actual, tal vez lo más sensato sea intentar vivir bien y de la forma más dichosa posible. Y esto es lo realmente importante.
Vilassar de Mar, marzo de 2020
Posdata
Mientras recopilaba información y preparaba esta publicación me encontré, como gran parte de los habitantes del ancho mundo, que no podía salir de casa. El motivo: la presencia de un microorganismo tremendamente contagioso y patógeno. Nuestro mundo, que se había preparado para enfrentarse a enemigos poderosos, se encontró de golpe desconcertado e indefenso. Como un gigante con pies de barro, su fortaleza y prepotencia se vino abajo y nos encontramos ante una difícil encrucijada: seguir como hasta ahora o reconstruir nuestras sociedades partiendo de otros valores y parámetros ideológicos. El tiempo lo dirá.
Curiosamente, entre la documentación que revisaba esos días, di con un texto casi premonitorio de D. T. Suzuki, gran conocedor del budismo zen y un hombre profundamente espiritual. El año 1958, con motivo de la Exposición Internacional de Bruselas, decía:
Muchas cosas magníficas se han realizado en este y en el pasado siglo de cara a progreso del bienestar humano. Pero, curiosamente, parece haberse olvidado que nuestro bienestar depende básicamente de nuestra sabiduría y actitud espirituales. Es debido exclusivamente al no reconocimiento pleno de este hecho, el que podamos ver cómo el mundo actual se encuentra inmerso en un ambiente de odio y violencia, de miedo y falsedad. En realidad, estamos haciendo, no sólo individual, sino internacional y colectivamente, todo lo posible para una destrucción masiva. De todos los valores que hemos podido imaginar, ninguno tan imperiosamente necesario como el que hoy tratamos de poner de relieve: el amor (10, pág. 117).
Notas
[1] La recomendación la hace Lao-Tse en su Libro del curso y de la virtud (4, pág. 73). Las citas que encontrarán a lo largo del texto serán siempre de esta fuente, pues existen diversas versiones y traducciones del mismo libro, más conocido como Tao Te King. Por ejemplo, en la versión inglesa de Richard Wilhem y traducción de Pedro Lozano, el aforismo que encabeza el Primer Capítulo («Lo abundante ofusca / Lo escaso basta») figura como «El que no tenga recibirá / Y el que tenga mucho se le quitará», en Lao-Tse, Tao Te King (5, pág. 63).
[2] Este controvertido pensador (9, pág. 3), al lado de sus elaboraciones teóricas de gran calibre, podía decir de la mujer tonterías como: «Excepciones aisladas y parciales no cambian las cosas en nada, todas en conjunto, las mujeres son y serán las nulidades más cabales e incurables» (Ibid., pág. 283).
Gualtero Pérez, Rubén D. (Espinal, Colombia, 1951) es licenciado en Geografía e Historia (Universidad de Barcelona). Durante más de una década fue redactor jefe de la Revista de Psicopatología y Salud Mental del niño y del adolescente. Ha realizado diversos trabajos sobre sanidad y, también, ha escrito varios artículos sobre adolescencia y salud mental. Junto con Asunción Soriano son autores del libro El adolescente cautivo (Gedisa, 2013) y en 2015 publicó en solitario la novela El chico del Partenón (Editorial Carena), una obra con marcado acento autobiográfico. En los últimos años vive entre Cataluña y Colombia, país este último donde participa en proyectos y programas de prevención en salud mental infantil y juvenil.