La música de Oliverio Girondo

Aunque los versos de Girondo muestran una intuición acerca de la totalidad de las cosas puede decirse que básicamente tratan de dos elementos: las caricias y la muerte
junio 23, 2021

Se cuenta que el poeta argentino Oliverio Girondo en una fiesta literaria allá por el Buenos Aires de 1930, se encontró por primera vez con la también poetisa Norah Lange y ante el derrame de una botella de vino al piso, le dijo mirándola a los ojos: correrá sangre entre nosotros. Ese día ella había llegado acompañada del brazo de Borges. Y esa noche Borges regresó solo, como sólo lo hacen los que rozan la divinidad.

Al poco tiempo esta pareja viajó el mundo entero, porque el viaje es algo parecido a la literatura, porque en el viaje uno puede tejer y destejer su vida que es lo mismo que decir la vida de los otros. Y a medida que viajaban, iban escribiendo, y Girondo iba escribiendo un largo poema de autoconocimiento a través del lenguaje y que había comenzado con su primer libro: Veinte poemas para ser leídos en el tranvía, publicado en 1922. A partir de ese momento aparecía un lirismo antilírico cargado de un humor negro, blanco, azul, verde, y sobre todo sensual. Cuando uno lee la poesía de Girondo tiene la impresión de que se está rozando lo más espumoso de la superficie y unas páginas más adelante la profundidad más desmesurada. Siempre se da ese juego de dimensiones que incluye a la vez el juego fonético de las palabras puestas una al lado de la otra. Juego donde hay una corrupción, una carencia y también un deseo que nunca alcanza a su objeto y cuya batería es el propio humor vertido en quiasmos y aliteraciones que atraviesa a cada uno de sus libros.

Aunque los versos de Girondo muestran una intuición acerca de la totalidad de las cosas puede decirse que básicamente tratan de dos elementos: las caricias y la muerte. Que dado el caso podrían ser lo mismo. En los primeros versos de juventud se presiente la muerte y solamente puede presentirse para que la vida siga su camino dando protagonismo a las caricias hacia los objetos, pero en la madurez la muerte se presenta como la certeza que ella es, como la caricia ineludible que nunca nos abandonó.

Es por ello, y por muchas otras razones que no es preciso malgastar explicando aquí, que la obra de Oliverio Girondo es como la obra de Rimbaud. Lugares donde, si uno decide meterse de lleno, pero de verdad, puede quemarse hasta la calcinación.

La obra poética de Girondo pudiera ubicarse por etapas, pudiera justamente comprenderse como un viaje por el Paraíso, el Purgatorio y el Infierno. La música primera que exalta el detenimiento ante lo otro y cierto asombro por las cosas más inmediatas de la vida en Los veinte poemas (1922) pasa por el limbo y el desconcierto de Espantapájaros (1932) y culmina con la temporada infernal y más profunda de todas en el último libro En la masmédula (1953).

Podemos decir que, si habláramos de la literatura argentina como una arquitectura de interiores, Borges sería la casa, y Girondo los muebles de la sala y los cuartos. Luego vendrían autores como Roberto Arlt o Lamborghini, que fácilmente podrían ser cajitas de música o de maquillaje encima del tocador. Y si bien es cierto que una casa sin muebles sigue siendo una casa, de igual manera sin los muebles nos parece extraña, nos parece que debemos llenarla o que le falta algo. Oliverio Girondo representa lo que necesitaba la Argentina y la Latinoamérica de su tiempo y lo que necesita ahora. Ese espíritu lúdico que, sin abandonar la meticulosidad del lenguaje, explora sin miedo las posibilidades musicales, rítmicas y también viscerales de la poesía.

Un poema del libro Espantapájaros:

Llorar a lágrima viva. Llorar a chorros. Llorar la digestión. Llorar el sueño. Llorar ante las puertas y los puertos. Llorar de amabilidad y de amarillo.

Abrir las canillas, las compuertas del llanto. Empaparnos el alma, la camiseta. Inundar las veredas y los paseos, y salvarnos, a nado, de nuestro llanto.

Asistir a los cursos de antropología, llorando. Festejar los cumpleaños familiares, llorando. Atravesar el África, llorando.

Llorar como un cacuy, como un cocodrilo… si es verdad que los cacuies y los cocodrilos no dejan nunca de llorar.

Llorarlo todo, pero llorarlo bien. Llorarlo con la nariz, con las rodillas. Llorarlo por el ombligo, por la boca.

Llorar de amor, de hastío, de alegría. Llorar de frac, de flato, de flacura. Llorar improvisando, de memoria. ¡Llorar todo el insomnio y todo el día!

 

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  1. La poesía de Oliverio tiene la sensualidad de lo efímero, del instante, del beso que se guarda para nunca detrás de los labios.

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