La cuestión de las relaciones entre aristocracia y masa suele plantearse desde hace dos siglos bajo una perspectiva ética o jurídica. No se habla más que de si la constitución política, desde un punto de vista moral o de justicia, debe ser o no debe ser aristocrática. En vez de analizar previamente lo que es, las condiciones ineludibles de una realidad, se procede desde luego a dictaminar sobre cómo deben ser las cosas. Este ha sido el vicio característico de los «progresistas», de los «radicales», y, más o menos, de todo el espíritu llamado «liberal» y «democrático». Se trata de una actitud mental sobremanera cómoda. Es muy fácil, en efecto, dibujar una organización social esquemática que presente una faz atractiva. Basta para ello que supongamos imaginariamente realizados nuestros[p. 126] deseos o que, abandonando nuestro intelecto a su puro movimiento dialéctico, construyamos more geometrico un cuerpo social dotado de todas las perfecciones formales que tienen un polígono o un dodecaedro.
Sólo debe ser lo que puede ser, y sólo puede ser lo que se mueve dentro de las condiciones de lo que es.
Pero esta suplantación de lo real por lo abstractamente deseable es un síntoma de puerilidad[16]. No basta que algo sea deseable para que sea realizable, y, lo que es aún más importante, no basta que una cosa se nos antoje deseable para que sea la más deseable. Sometido al influjo de las inclinaciones dominantes en nuestro tiempo, yo he vivido también durante algunos años ocupado en resolver esquemáticamente cómo deben ser las cosas. Cuando luego he entrado de lleno en el estudio y meditación del pasado histórico, me sorprendió superlativamente hallar que la realidad social había sido en ocasiones mucho más deseable, más rica en valores, más próxima a una verdadera perfección, que todos mis sórdidos y parciales esquemas.
Sólo debe ser lo que puede ser, y sólo puede ser lo que se mueve dentro de las condiciones de lo que es. Fuera deseable que el cuerpo humano tuviese alas como el pájaro; pero como no puede tenerlas, porque su[p. 127] estructura zoológica se lo impide, sería falso decir que debe tener alas.
El ideal de una cosa, o, dicho de otro modo, lo que una cosa debe ser, no puede consistir en la suplantación de su contextura real, sino, por el contrario, en el perfeccionamiento de ésta. Por lo tanto, toda sentencia sobre cómo deben ser las cosas presupone la devota observación de su realidad.
Desde el punto de vista ético o jurídico no se puede construir el ideal de una sociedad. Esta fué la aberración de los siglos XVIII y XIX. Con la moral y el derecho no se llega ni siquiera a asegurar que nuestra utopía social sea plenamente justa; no hablemos de otras calidades más perentorias aún que la justicia para una sociedad.
¿Cómo? ¿Cabe exigir de una sociedad que sea alguna otra cosa antes que justa? Evidentemente, antes que ser justa una sociedad tiene que ser sana, es decir, tiene que ser una sociedad. Por tanto, antes que la ética y el derecho, con sus esquemas de lo que debe ser, tiene que hablar el buen sentido, con su intuición de lo que es.
Resulta completamente ocioso discutir si una sociedad debe ser o no debe ser constituída con la intervención de una aristocracia. La cuestión está resuelta desde el primer día[p. 128] de la historia humana: una sociedad sin aristocracia, sin minoría egregia, no es una sociedad.
Volvamos la espalda a las éticas mágicas y quedémonos con la única aceptable, que hace veintiséis siglos resumió Píndaro en su ilustre imperativo: «Llega a ser lo que eres.»
Notas
Texto extraído de España invertebrada: Bosquejo de algunos pensamientos históricos. José Ortega y Gasset. En: http://www.gutenberg.org/files/57982/57982-h/57982-h.htm