La «foto» del agujero negro o viviendo en el Supercúmulo de Virgo

febrero 4, 2024

Incluso el menos aficionado a la historia de la pintura conoce ese famoso cuadro de René Magritte en el que sale una pipa de fumar encima de un letrero en francés que dice «esto no es una pipa». Lo conocemos porque casi parece un chiste, más que una reflexión estética o filosófica. Michel Foucault le dio muchas vueltas, pero lo cierto parece ser sencillamente que eso no es una pipa porque es una pintura de una pipa, sin más.

Hace casi dos años vivimos una sinceridad parecida respecto al suceso de alcance mundial de la primera foto que tanto ha costado obtener de un agujero negro. No se nos ha dicho, en efecto, «esto es un agujero negro», sino, como el pintor surrealista, «esto no es un agujero negro», puesto que eso que vemos es una foto, no una realidad. No hay, siendo estrictos, punto de vista o posición en el universo desde la cual un ojo humano pudiese ver eso que se ve en la foto, y entonces decirse a sí mismo: «ah, estoy contemplando un agujero negro allá a lo lejos». Por eso, y muy honestamente, se nos ha informado con pormenor de las diferentes disposiciones técnicas que han sido precisas para conseguir una imagen de algo que por su propia naturaleza no se puede ni se podría ver, y por tanto mucho menos fotografiar. De manera que no se nos ha ocultado el carácter de constructo de tal imagen, un prodigio científico muy elaborado pero que deja mucho que desear en cuanto a su resultado, al que muchos han comparado al ojo vertical de Saurón en la saga multimillonaria del Anillo.

Así pues, me parece que esta noticia fue la perfecta y modélica representación de lo que es la tecnociencia hoy. Ya digo que aquí no se disimula ni se oculta nada: se nos detalla todo el proceso manipulativo que es necesario para obtener algo que no es más que el espectro de un dato empírico. Sin embargo, se afirma a continuación que, de tanto peso instrumental a favor del sujeto, a expensas de tan pálida aportación del objeto, resulta una confirmación completa de las teorías de Einstein de hace más de un siglo.

Confirmación que se daba totalmente por hecha ya antes de arrancar el experimento, y que justifica al mismo. Porque, cabe preguntarse… ¿de verdad había alguna manera, alguna posibilidad real de que tanto esfuerzo científico hubiese derivado en una falsación? ¿Alguien cree sinceramente que la cosa podría haber terminado con un «vaya, pues resulta que no existen los agujeros negros…»? Yo creo que no, que eso era del todo imposible, y por eso esa imagen es un acontecimiento tan significativo, pero no tanto sobre la misteriosa presencia de los agujeros negros, sino del estado de la ciencia actual como tarea colectiva que llega a un público global.

La gente en general, por cierto, debe haber quedado bastante sorprendida, puesto que la mayoría pensaba que la existencia de los agujeros negros estaba ya sobradamente probada, además de usada como elemento argumental en películas y novelas (ahora mismo recuerdo Pórtico, de Frederik Pohl).

Y ahora resulta que no, que un agujero negro era sólo un objeto teórico, si bien de una complejidad matemática y especulativa enorme, y que esa pobre imagen, ese ojo de Saurón en horas bajas de voltaje, tiene que pasar por una corroboración experimental de algo tan difícil de imaginar como una singularidad en el espacio-tiempo que retuerce y abisma de modo increíble todo lo que puede entrar en la cabeza incluso del más inteligente y fantasioso de los físicos. Pero, bueno, al menos hablamos del plano de lo macrofísico, del que todavía es posible creer con cierta ingenuidad que se podrían obtener representaciones fieles de megaobjetos substanciales, tridimensionales y masivos; ahora pónganse a imaginar lo que sería que alguien un día proclamase que iba a tratar de sacar una foto de un microfísico e incorpóreo antiquark…

Tal como yo lo veo, la gente vive muy engañada por los programas de divulgación científica y algunas películas de ciencia-ficción. A base de generar simulaciones por ordenador que tratan de buena fe de representar lo irrepresentable, lo que se ha conseguido es que la gente de verdad se piense que el universo es una cosa bellísima, sublime, llena de colorido y con cuerpos estelares de diferentes tonos muy juntitos y contrastantes.

En realidad, señores, este universo, y seguramente otros anteriores, posteriores o simultáneos, es un descomunal, descorazonador y tremendo vacío oscuro. Cuando dentro de billones de años la Vía Láctea se solape con la galaxia más cercana, Andrómeda, apenas habrá colisiones entre planetas o estrellas, tal es la gigantesca distancia que separa a las diminutas masas de unas y otras entre sí. Lo mismo ocurre, por cierto, con el submundo atómico: si nuestra mano no atraviesa el pomo de una puerta al ir a abrirla no es por la densidad atómica de ambos cuerpos, es porque fuerzas de repulsión lo impiden.

«En realidad, señores, este universo, y seguramente otros anteriores, posteriores o simultáneos, es un descomunal, descorazonador y tremendo vacío oscuro». Meme generado por Dialektika en ImgFlip. «Usted está aquí…», 2024.

Si los físicos tienen razón, nuestras manos contienen más vacío que materia en una proporción billonaria. Sin embargo, parece que este conocimiento no está destinado al conocimiento popular; en su lugar, se prefiere ofrecer a las personas la visión de un universo alternativo, un espectáculo infinito de luces y colores, sustituyendo el cielo cristiano por una deslumbrante discoteca galáctica. No hay libro, reportaje o programa de divulgación científica que no empiece criticando las pasadas cosmovisiones ingenuas o religiosas de nuestros antepasados, para terminar concluyendo lo mucho que hemos avanzado con respecto a ellos. Sin embargo, no nos dicen verdades; como que nuestra cosmovisión científica actual produce un vértigo pascaliano inconcebible, que en realidad nunca tendremos medios para salir ni del Sistema Solar[1], y que encima no nos serviría de nada ni siquiera colonizar Marte, que no es más que un desierto sin interés como el resto de los planetas de nuestro entorno, un entorno bien grande por cierto.

No es de extrañar, entonces, que hoy vayan circulando por ahí majaderías como las del terraplanismo. El terraplanismo no sólo es un disparate fácil de refutar (mediante la comparación simultánea de la rotación de las estrellas en el Hemisferio Norte y el Sur), es también una contradicción en los términos (puesto que acusa de conspiración al adversario, siendo ella misma una conspiración en toda regla), pero expresa algo real que yo denominaría una cierta nostalgia de hogar.

Los terraplanistas son siervos de la Biblia, pero lo mismo podrían ser devotos de Aristóteles. Lo que les mueve, diría yo, es haber percibido correctamente que toda esa algarabía audiovisual y discursiva de los Stephen Hawking y compañía acerca de la majestad y profundidad del universo en realidad es un decorado hinchado que no puede confortar ni ilusionar a nadie.

La Tierra es una joya preciosa que flota en un sistema estelar inmenso y estéril que a su vez se halla perdido en el brazo exterior de una galaxia cualquiera que a su vez forma parte de un cúmulo local de galaxias que pueden ser agrupadas en un supercúmulo bestial llamado Virgo y que no es más que uno más de los muchos supercúmulos que pueden ser detectados en el universo visible.

Los números son ciertamente mareantes, y aunque en las películas les encante hablarnos de agujeros de gusano, túneles intergalácticos (e incluso inter-universos, como algunos piensan de los propios agujeros negros), o pliegues del espacio-tiempo que nos permitirían desafiar la relatividad de Einstein y viajar más rápido que la luz, la verdad es que nada de eso lo van a ver los que se arrojan en los brazos del terraplanismo. A ellos les pirra, con razón, la Tierra, nuestro hogar, y lo demás se les antoja un extrarradio colosalmente innecesario. Los herederos de Copérnico les recordamos que es imposible que con semejantes distancias no exista una miríada de Tierras fértiles y rebosantes de vida, pero eso no es demasiado consuelo, primero porque nunca jamás las conoceremos, y después porque tampoco parece creíble que vayan a ser mucho mejores lugares que el nuestro.

Justamente porque estamos rodeados de tanta ausencia de vida, de tanta vastedad inorgánica, cada cosa que hacemos o sufrimos recaba para sí todo el sentido del mundo.

Como en casa en ninguna parte, piensa el terraplanista: un solo suelo, un solo cielo y el viejo Dios en bata y pantuflas velando por todo. La cosmología actual lo intenta, con proezas realmente meritorias como la imagen borrosa del agujero negro de la semana pasada, pero lo cierto, en mi opinión, es que es ya incapaz de aportar esperanza o ilusión alguna al futuro de la humanidad. De acuerdo que esa jamás debió ser su tarea, pero habíamos aprendido a creer que sí, y estrellas -nunca mejor dicho- mediáticas de la astrofísica nos siguen insistiendo en que así es, en que todo en el Cosmos es digno de veneración y pasmo pese a consistir en rigor según ellos en un capricho del azar, un sinsentido transitorio y como un sueño errático de la Nada.

Carl Edward Sagan fue un astrónomo, astrofísico, cosmólogo, astrobiólogo, escritor y principalmente un reconocido divulgador científico estadounidense.

Pues bien: frente a ello un lugar tan variado, bullicioso y trágico como la Tierra sí que es un verdadero milagro. La Tierra no es una mota de polvo en el océano cósmico, como se oye decir despreciativamente, la Tierra es enorme si la medimos desde escalas atómicas o subatómicas.

Tampoco es cierto, como señalaba Carl Sagan, que precisamente la consideración de la enormidad cósmica nos debiera hacer recapacitar sobre lo insignificante y relativo de nuestras pasiones y disputas humanas. Justamente porque estamos rodeados de tanta ausencia de vida, de tanta vastedad inorgánica, cada cosa que hacemos o sufrimos recaba para sí todo el sentido del mundo.

Somos el culebrón del universo, somos el escenario donde de verdad ocurren las cosas.

Somos el culebrón del universo, somos el escenario donde de verdad ocurren las cosas. A Hawking le parecía fascinante la explosión de una supernova, yo prefiero al vecino bajando la basura en calzoncillos. Los miles de millones de Tierras que sin duda existen por ahí, en nuestra propia galaxia, albergaran vidas para las cuales también algo parecido a su equipo de futbol tiene más interés que la foto de un agujero negro. De hecho, si yo fuese un agujero negro (Dios no lo quiera, con lo que me ha costado hacerme una profesioncita), lo que más desearía es hacer fotos de la vida de los humanos, por matar todavía más el tiempo -congelado más allá del horizonte de sucesos, ya se sabe-, y por aquello que decía Nietzsche de que «si miras fijamente y por largo tiempo el abismo, el abismo te devuelve la mirada».


[1] Para construir una Esfera de Dyson necesitaríamos realizar un esfuerzo tan unánime y desmesurado por parte de toda la humanidad que, primero, no hemos sido capaces hasta ahora de nada semejante, todo lo contrario, y, segundo, está poco claro qué íbamos a conseguir con ello. Pero, bueno, la idea la hemos tenido, y como tal es complemente fascinante…

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