En el campo de la teoría del conocimiento, subsiste una tempestad de significados que permanece oculta en los dominios del lenguaje. La filosofía en particular, es cómplice de prorrogar su identificación como el ojo del huracán. De este animoso movimiento hacia lo epistemológico y hermenéutico, deriva que la filosofía concentre sus esfuerzos en legitimarse como una teoría de la representación. La exhortación a este miramiento no es casual, ya que reviste un empeño desde el cual todos los ámbitos de la realidad se puedan expresar a partir de sus caracteres específicos.
Esta intimidad con lo lingüístico apenas alcanzada, ha extendido su cometido, provocando también el asentamiento del signo y símbolo científicos que las filosofías analíticas y de la mente, pactaron como condición para establecer sus teorías epistemológicas. La percepción respecto a estos criterios, conlleva a que el lenguaje se presente como una entidad que consolida la inmensa mayoría de las revoluciones cognitivas y que se evalúe por demás, su capacidad de reconciliar en un mismo sitio el estudio de los procesos mentales, la actividad de representación y los fundamentos del conocimiento.
La iniciación de estos nuevos mapas del terreno filosófico, tomando a Wittgenstein, Heidegger y Dewey, sustenta este estudio de Richard Rorty.
El origen de este nexo en tres apartados figuradamente excluyentes, presenta el propósito de Rorty como un equilibrio, que desecha el trazado de diferencias entre la filosofía analítica, la filosofía de la mente, la epistemología, la filosofía del lenguaje y la filosofía como tal. A lo interno de estas disciplinas, hay una especie de repetición oculta en la intención y objeto de estudio de cada una de ellas que se expresa como contingencia. La reflexión de Rorty no se ocupa de los resultados de la filosofía analítica, sino de buscar aquellos puntos ciegos negados por otras tradiciones, que han evitado los pasos de avance en su desarrollo.
La metáfora del espejo viene a jugar un rol protagónico en este sentido. Como icono, ilustra la idea acerca del funcionamiento incompleto de algunos espacios en la filosofía pretérita y contemporánea. Tanto la mente como el lenguaje -desde los inicios griegos- son el espejo de la naturaleza que la filosofía ha manejado para legitimar la confianza en las representaciones. De ahí que Rorty, intente subrayar en primer lugar, cómo la concepción del conocimiento se basa en “imágenes más que proposiciones, metáforas más que afirmaciones”[1] y en segundo, cómo se ha empañado la imagen de este conocimiento tratando de dotar de sentido a la filosofía(saber totalizador) desde la fragmentación en disciplinas que justifiquen por separado, los problemas que se ciernen como eternos, irresolutos o con un espíritu de renovación.
Esta cuestión despierta en Rorty el interés por el trasfondo histórico que funciona como principio rector de la entidad mente-conocimiento-filosofía. La interpretación que de aquí se deriva, habla de una dialéctica de conceptos, facultades, presuposiciones, bosquejos en general que, aunque son vistos por separado alude a una regeneración en otro ámbito. La estructura de capítulos y el sistema de enunciaciones que presenta La filosofía y el espejo de la naturaleza, sirven de justificación a un Rorty que, sin caer en compromisos, va hilando el salto a la figura siguiente. Dicho marco se descubre si se tiene en cuenta cómo determinados procesos psicológicos obedecen a una puesta en acción determinada (estructuras de funcionamiento), y cada uno de ellos constituye por sí solo el testimonio de una evolución (la historia particular que amontona una teoría del conocimiento determinada), la cual, libre de pragmatismos o no, impone un discurso filosófico a la actividad humana tanto social, científica, política, etc.
De la condición historicista, Rorty extrae una conclusión acerca los destinos de la filosofía según el apego a la tradición. El contraste del trío Descartes, Locke, Kant, con la tríada Wittgenstein, Heidegger y Dewey, permite forjar una distinción entre los pensadores que le permitieron una arquitectónica a la filosofía y los que la edificaron. Esto es un hilo que funge como pretexto para la disertación de Rorty desde los propios inicios del análisis.
Aquí el debate se cierne poniendo en jaque las concepciones que establecen el proyecto de búsqueda del conocimiento objetivo. Ante un espejo que devuelve con absoluta confianza el reflejo de la esencia objetiva, nada pueden hacer el descubrimiento, la duda cartesiana y la investigación. Cuando Rorty propone la férrea distinción positivista entre hechos y valores, creencias y actitudes, es porque entiende la necesidad de ubicar según contexto los aportes del vocabulario, o sea, se trata de un problema de comprensión y especificación de funcionalidad, al interior del conjunto de afirmaciones que competen al acto de conocer (rechazando la idea del hombre como conocedor de esencias). Sin la interiorización de esta dificultad, el ejercicio de edificación filosófica se encuentra en catástrofe permanente desde sus primeros intentos. Aunque tal posición pudiera mostrar un Rorty escéptico, su pretensión fundamental es la de notificar- sin derecho a cartel lumínico-, la sensación de conformismo y la falta de una adecuada comprensión epistemológica por parte de algunas tradiciones filosóficas.
Con arreglo a la distinción que expone Rorty, los filósofos edificantes se distancian de los sistemáticos por estar inscritos en un juego retórico que enuncia propuestas, no afirmaciones. La filosofía edificante es un llamamiento a la crítica de los convencionalismos prevista para “mantener una conversación más que para descubrir la verdad”[2].
La esfera del interés final, tanto científico como filosófico para investigar el acto de conocer, debe transitar por esta figura de la conversación entre el objeto y la actividad humana. La esencia de este propósito, indica el restablecimiento de la epistemología como regente del conocimiento. Sin embargo, la supuesta marcha segura por los derroteros tradicionales demuestra la indiferencia con la que la filosofía ha tratado este asunto en la contemporaneidad: “esa suposición depende de la idea auto renovada de que existe eso que se llama comprensión de la esencia del conocimiento”[3].
Notas
[1] Rorty, Richard: La filosofía y el espejo de la naturaleza, Ediciones Cátedra, 1995, Madrid, pág.20.
[2] Idem.pág.337.
[3] Idem.pag.353.