La felicidad según Aristóteles – Ética a Nicómaco

Pero si la felicidad es actividad conforme a virtud, es lógico que lo sea conforme a la más importante: y ésta sería la de lo más excelente
diciembre 25, 2021
busto de Aristóteles
Por Faustyna E. En Wikimedia Commons

VI

Una vez que hemos tratado acerca de las virtudes, la amistad y el placer, réstanos hablar en bosquejo sobre la felicidad, puesto que la tenemos por el fin de las cosas humanas. Si volvemos a tomar lo que se dijo con anterioridad, la exposición será más breve.

Pues bien, dijimos que no es un estado puesto que, en ese caso, la tendría el que duerme toda la vida, viviendo la vida de un vegetal, e incluso el que experimenta los mayores infortunios. Y, claro, si esto no nos satisface, sino que, más bien, hay que clasificarla como una cierta actividad -como se dijo anteriormente-, y de las actividades unas son necesariamente deseables por causa de otras cosas, y otras deseables por sí mismas, es evidente que hay que clasificar a la felicidad como una de las deseables por sí mismas y no por otra cosa: la felicidad no es carente de nada, sino autosuficiente. Por otra parte, son deseables por sí mismas aquellas con las que no se busca nada al margen de su actividad. Y de esta índole parece que son las acciones acordes con la virtud, pues el realizar acciones nobles y buenas está entre lo deseable por sí mismo.

Claro que también lo están las diversiones placenteras, pues no se las busca por causa de otras cosas, ya que las gentes reciben de ellas más daño que beneficio al descuidar sus cuerpos y posesiones. La mayoría de los hombres considerados felices se refugian en semejantes pasatiempos, por lo cual gozan de estima entre los tiranos aquellos que tienen gracia en tales pasatiempos: se ofrecen como personas agradables en aquello a lo que aspiran los tiranos, y tales cosas son las que necesitan. Así pues, parece que es, o proporciona felicidad, porque los poderosos pasan el tiempo en ello. Pero quizás estos tales no son un indicio: ni la virtud ni la inteligencia, de donde proceden las actividades importantes, consisten en ser poderoso. Ni porque éstos, ayunos como están de un placer puro y propio de hombres libres, se refugien en los placeres corporales, hay que pensar por ello que éstos son preferibles. Porque también los niños piensan que lo más estimado entre ellos es lo mejor, y, claro, lo mismo que a niños y adultos les parecen estimables cosas diferentes, así también les sucede a viles y virtuosos.

Pues absolutamente todo, por así decirlo, lo elegimos por causa de otra cosa, excepto la felicidad. Porque ella es el fin.

Ahora que, tal como se ha dicho en numerosas ocasiones, estimables y agradables son las cosas que les parecen tales al hombre virtuoso: para cada cual la actividad más deseable es la que se conforma su disposición propia, y, claro, para el hombre virtuoso la que se conforma a la virtud. Por consiguiente, la felicidad no reside en la diversión. Pero es que, además, sería extraño que el fin fuera la diversión, y que nos afanemos y suframos penalidades a lo largo de toda la vida con el fin de divertirnos. Pues absolutamente todo, por así decirlo, lo elegimos por causa de otra cosa, excepto la felicidad. Porque ella es el fin. Pero esforzarse y penar por buscar la diversión, parece de bobos y en exceso pueril: «Divertirse para obrar seriamente», como decía Anacarsis, parece que sea correcto -pues la diversión se parece al descanso, y, como no se puede trabajar continuamente, es menester un descanso. Pero, claro, el descanso no es un fin, pues se hace con vistas a la actividad. De otro lado, la vida feliz parece ser la conforme a virtud; y ésta acompaña a la seriedad y no está en la diversión.

También decimos que las cosas serias son mejores que las graciosas y las divertidas, y que, cuanto mejor es una parte del hombre, o un hombre, tanto más seria es su actividad. Y, sin duda, la del mejor es superior, y, por ende, más causante de felicidad. También es el caso que cualquiera podría disfrutar de los placeres corporales -incluso un esclavo no menos que el más excelente. Pero nadie concede al esclavo una parte de felicidad si ni siquiera la tiene de vida. Por consiguiente, la felicidad no reside en tales pasatiempos, sino en las actividades acordes con la virtud, tal como ha quedado antes dicho.

VII

Pero si la felicidad es actividad conforme a virtud, es lógico que lo sea conforme a la más importante: y ésta sería la de lo más excelente. Pues bien, ya sea esto el intelecto o cualquier otra cosa que, en verdad, parece por naturaleza gobernar y conducir y tener conocimiento cierto acerca de las cosas buenas y divinas -porque sea ello mismo también divino o la parte más divina de las que hay en nosotros-, la actividad de esto conforme a su virtud propia sería la felicidad perfecta. Y ya se ha dicho que ella es apta para la contemplación. Esto parecería estar de acuerdo con nuestras anteriores palabras y con la verdad. En efecto, ésta es la actividad suprema (pues el intelecto lo es entre lo que hay en nosotros, y, entre los objetos del conocimiento, lo son aquellos con los que tiene relación el intelecto).

Parece, por tanto, que la filosofía encierra placeres maravillosos por su pureza y permanencia, y es razonable que el transcurso del tiempo sea más placentero para los que ya saben que para los que investigan.

También es la actividad más continua, pues podemos contemplar más continuamente que realizar cualquier acción. También creemos que el placer debe estar mezclado adicionalmente a la felicidad, y la más placentera de las actividades conformes a la virtud es aquella que es conforme a la sabiduría, según se reconoce. Parece, por tanto, que la filosofía encierra placeres maravillosos por su pureza y permanencia, y es razonable que el transcurso del tiempo sea más placentero para los que ya saben que para los que investigan. También la llamada «autonomía» estaría más en la actividad contemplativa, pues tanto el sabio como el justo, y los demás, precisan de lo necesario para vivir, pero, supuesto que están suficientemente provistos de tales cosas, el justo necesita otros hombres para los que y junto con los que obrar justamente – y lo mismo el temperante y el valiente y cada uno de los otros.

En cambio, el sabio puede ejercer la contemplación incluso estando en aislamiento, y, cuanto más sabio sea, más. Puede que lo haga mejor si tiene colaboradores, pero, con todo, él es el más autosuficiente.

Parecería, pues, que ésta es la única actividad que es querida por ella misma, pues de ella no resulta nada fuera del propio contemplar, mientras que de las actividades prácticas pretendemos ganar más o menos al margen de la acción. También parece que la felicidad reside en el ocio: en efecto, nos privamos del ocio para tenerlo, igual que hacemos la guerra para tener paz. Ahora bien, de las virtudes prácticas la actividad se da en la política o en la guerra. Las acciones en estos ámbitos parecen ajenas al ocio: las de la guerra, por completo (pues nadie elige hacer la guerra por hacerla, ni prepara la guerra: parecería sanguinario si convirtiera a sus amigos en enemigos con el objeto de que se produjeran batallas y muertes). Y es posible que también sea ajena al ocio la actividad del político, pues trata de procurarse, al margen de la propia actividad política, posiciones de poder y honores, o, al menos, la felicidad para sí mismo y para sus conciudadanos -una felicidad que es diferente de la política, y que buscamos como evidentemente distinta de ella[1]. Pues bien, si entre las actividades acordes con las virtudes, las políticas y bélicas sobresalen por su nobleza y grandeza – y son ajenas al ocio, tienden a un fin y no son deseables por ellas mismas-, mientras que la actividad del intelecto parece que es superior en valor al consistir en la contemplación y no tender a fin alguno diferente de sí misma; y si parece poseer un placer propio (pues colabora a incrementar su actividad); y si la autonomía y el ocio y una carencia de cansancio a la medida humana, y todo cuanto se concede al hombre feliz, se dan manifiestamente en esta actividad…, entonces ésta sería la felicidad perfecta del hombre, si es que recibe la extensión de una vida completa: pues nada hay incompleto de lo que pertenece a la felicidad.

Aquello que es propio de cada uno, es para cada uno por naturaleza lo mejor y lo más placentero; ahora bien, para el hombre lo es la vida conforme al intelecto -ya que, en verdad, éste es, precisamente, el hombre-; luego esta vida será también la más feliz.

Y una vida de esta clase sería superior a la medida humana, pues no vivirá de esta manera en tanto que es un hombre, sino en tanto que hay en él un algo divino; y en la misma medida en que ello es superior a lo compuesto, en esa medida su actividad es superior a la correspondiente al resto de la virtud. Y, claro, si el intelecto es cosa divina en comparación con el hombre, la vida conforme a éste será divina comparada con la vida humana. Y no debe, contra los que así lo aconsejan, tener pensamientos humanos por ser hombre ni mortales por ser mortal, sino buscar la inmortalidad en lo posible y hacerlo todo para vivir de acuerdo con lo más grande de cuanto hay en él mismo. Porque, aunque su masa es pequeña, supera con mucho a todas las cosas en poder y valor.

Parecería incluso que esto es cada uno, si es lo dominante y mejor. Por consiguiente, sería absurdo que alguien no eligiera su propia vida, sino la de algún otro. Y lo que antes se dijo es ahora perfectamente adecuado: aquello que es propio de cada uno, es para cada uno por naturaleza lo mejor y lo más placentero; ahora bien, para el hombre lo es la vida conforme al intelecto -ya que, en verdad, éste es, precisamente, el hombre-; luego esta vida será también la más feliz.

Notas

[1] El texto griego es inseguro.

Traducción: José Luis Calvo Martínez.