La cierva blanca: Donde la teoría termina antes de comenzar

septiembre 13, 2021

Hay un poema de Jorge Luis Borges titulado La cierva blanca (creo que es uno que no resistió la autocensura del escritor), que se me antoja un microcosmos que el lector puede atravesar, vigilia mediante, como experiencia sugerente de un auténtico viaje filosófico. Curiosamente la cierva blanca del poema es un ser onírico, elusivo: idóneo para ejercer sobre ella y sus avatares las escudriñadoras sutilezas de la hermenéutica bachelardiana. Es una cierva epifánica, cuya aparición genera un alud de preguntas iniciales (¿iniciáticas?):

¿De qué agreste balada de la verde Inglaterra, de qué lámina persa, de qué región arcana, de las noches y días que nuestro ayer encierra, vino la cierva blanca que soñé esta mañana?

¿Proviene la criatura de las profundidades de la Memoria? Duraría un segundo. La vi cruzar el prado y perderse en el oro de una tarde ilusoria, leve criatura hecha de un poco de memoria y de un poco de olvido, cierva de un solo lado. Aparece una necesidad, una urgencia de cuestionar la naturaleza de su Creador, aquel que cohabita con su criatura “del otro lado”: ¿radicará ese Creador en el fondo sin fondo del inconsciente del soñador? ¿Será la desmemoria una oportunidad para que la imaginación creadora prosiga allí donde se detiene, estupefacta, la facultad racional? Las preguntas, perplejas, se deshacen de la intencionalidad de respuestas.

 

Los númenes que rigen este curioso mundo me dejaron soñarte, pero no ser tu dueño; tal vez en un recodo del porvenir profundo te encontraré de nuevo, cierva blanca de un sueño.

¿Podrá evitar el bachelardiano intérprete las resonancias de un extraño viaje con tintes kantianos y paganos? ¿No trastoca la inmersión en la experiencia poética toda teoría en una vorágine inexplicable que nada explica? Sucesivos recodos del profundo porvenir: nuevas reminiscencias, viejas y oníricas recurrencias, la inquietante sugerencia de una transformación de conciencia tras el Gran Recodo. Yo también soy un sueño fugitivo que dura unos días más que el sueño del prado y la blancura. Platón, los gnósticos, una intención lectora bachelardiana (psicoanálisis de la obra poética incluido), los grandes místicos del Islam y de Occidente: están todos sin estar en este singular y cósmico poema,  que mientras dura vuelve brumosa, caótica (como el Caos original) y ridícula (e inevitable como la persecución de la cierva) la pretensión teórica, que se levanta como un mero reflejo condicionado, como un impotente mecanismo de defensa ante la inmensidad del misterio que, en su nouménica y amenazante presencia, siquiera se manifiesta.

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