Wall Street

La caída de $212 mil millones de Nvidia y el espectáculo en la sociedad tecnofeudal

La falta de regulaciones en el mercado financiero, o en cualquier otro segmento de nuestra sociedad, requiere una comprensión profunda del poder político y de la lógica tecno-feudal que sustentan estas circunstancias
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No pude evitar leer con expectación y sorpresa a la vez cómo los medios de comunicación informaban hace unos días de la caída más espectacular de Nvidia en la Bolsa de Nueva York.

La compañía, que había liderado el rally de principios de año gracias al impulso creado por la inteligencia artificial, perdió más de $212 mil millones en capitalización bursátil en una sola sesión. Las acciones del fabricante de chips cayeron un 10% debido a un movimiento generalizado en los valores tecnológicos, dejando a la empresa por debajo de la marca de valoración de $2 billones. La abrupta caída es la segunda mayor jamás registrada por una empresa y la mayor de Nvidia.

Los analistas han atribuido este descenso a diversos factores, como las presiones en el sector de los semiconductores, los próximos informes de resultados y la caída de las acciones de Super Micro Computer, un proveedor clave de Nvidia. Sin embargo, más allá de las razones concretas, lo que más debería asombrar es la frialdad con la que leemos y aceptamos que el valor de una empresa disminuya en tal cantidad. ¿Tenemos idea acaso de cuánto dinero es eso? Para ilustrar la enorme escala de empresas como Nvidia, que están a la vanguardia de nuestro futuro tecnológico, considere lo siguiente: la cantidad en cuestión supera el PIB de más de 120 países de todo el mundo. Quizá eso ponga de relieve el enorme volumen de una -y sólo una- de las pocas empresas que dominan nuestro futuro.

Además, entendemos que, más allá de cualquier razón concebible, es sobre todo el miedo y la búsqueda de riqueza lo que sigue impulsando los mercados, los mismos mercados en los que, a fin de cuentas, se decide el futuro de las comunicaciones, la producción de semiconductores e incluso las armas que utilizaremos en las próximas guerras.

Evidentemente, no se trata de urdir teorías conspirativas; los datos son claros, y ninguno es secreto. Pensemos en Meta, que gestiona cuatro de las mayores plataformas de redes sociales, cada una con más de mil millones de usuarios activos mensuales: Facebook, WhatsApp, Messenger e Instagram. En particular, Facebook fue la primera en superar los mil millones de cuentas registradas y ahora tiene más de tres mil millones de usuarios activos mensuales. Del mismo modo, numerosos ejemplos muestran cómo las grandes empresas dominan sectores públicos vitales: Microsoft y OpenAI lideran el desarrollo de inteligencia artificial, Elon Musk se aventura en los vehículos eléctricos, la industria aeroespacial y las redes sociales, Taiwan Semiconductor Manufacturing Company controla más del 60% de la cuota de mercado de semiconductores, y tanto Meta como Apple están innovando en realidad aumentada y virtual.

Sólo con examinar estos hechos, reconocemos que la idea de que el mundo está controlado por unos pocos no tiene que ver únicamente con el poder, sino que se ha convertido en parte de una narrativa dócil que simplifica la dinámica global en una vaga relación ellos-y-nosotros. Esta simplificación sirve para perpetuar las mismas estructuras que pretendemos transformar. La dicotomía del ellos y nosotros crea un mundo antinómico con soluciones difíciles de encontrar. Así pues, el mundo permanece perpetuamente incompleto si no comprendemos la naturaleza de esta dominación dentro de la esfera cultural, que se nutre del fomento de la incertidumbre y la indeterminación como elementos fundacionales de las relaciones globales.

Aquí es donde muchos teóricos se pierden, pensando que el problema reside únicamente en Elon Musk y su imprudente pero peligrosa idea de querer controlar el espacio del debate público o la futura exploración espacial, cuando ambos temas deberían ser más bien discutidos y dirigidos por la opinión pública. El problema radica en la absoluta y clara ausencia de control, en la excesiva determinación de una razón compleja sobre la práctica humana, en el hecho de que dos siglos después de Adam Smith, seguimos permitiendo que una mano invisible tenga el control de $212 mil millones o más, si se piensa en la valoración de todas estas mega-corporaciones que rigen en la práctica las relaciones sociales en nuestro planeta. Entonces es natural responder diciendo simplemente: «No podemos entender lo que está pasando», «Los mercados reaccionan de esta manera…», y mil otras teorías fantasmagóricas y escasamente conectadas con el mundo real de la política y la economía. Hoy se trata de Nvidia, pero mañana puede ser Meta y otros espacios políticos, sociales y culturales. En todas estas esferas, llegamos a descubrir «fuerzas invisibles» que controlan nuestras vidas.

Farhad Omar caracteriza el tecnofeudalismo como «la centralización del poder económico y el control en manos de unos pocos monstruos tecnológicos, que, gracias a su dominio sobre vastos recursos de datos y plataformas digitales, se han convertido en los nuevos amos de la economía mundial». Por su parte, en su libro Technofeudalism: What Killed Capitalism, Yanis Varoufakis sostiene que los mercados modernos han sido «sustituidos por plataformas comerciales digitales que parecen, pero no son, mercados». Afirma que entrar en amazon.com significa dejar atrás el capitalismo y entrar en algo que se asemeja a un «feudo», un reino digital controlado por una única entidad y su algoritmo.

Más allá de las definiciones, el nuevo reino tecno-feudal nos trae resultados no tan prometedores. El magnate Bernie Madoff malversó $65.000 millones de Wall Street en un esquema Ponzi. Sam Bankman-Fried, con aparentes buenas intenciones y toda una filosofía de la buena vida basada en el utilitarismo y el altruismo efectivo, recibió 25 años de cárcel precisamente por robar $8.000 millones a sus clientes. «Nunca pensé que lo que hacía fuera ilegal. Pero traté de mantenerme a un alto nivel, y ciertamente no cumplí con ese nivel», dijo SBF casi con descaro después de ser juzgado.

Todo esto habla de hasta qué punto las posibles trampas y crisis socavan el sistema actual. Porque, en esencia, hemos dispuesto la regulación del mismo en elementos individuales completamente inciertos y aislados. Hoy, la incertidumbre lo domina todo; transpiramos indeterminación y ausencia de objetivos, consecuencias o fines. El pasado se pierde en el minuto anterior a sentarnos frente a nuestras pantallas, y sólo podemos ver el futuro inmediato a una distancia de 100 clics.

Guy Debord comentó en La sociedad del espectáculo que,

«La sociedad que descansa en la industria moderna no es accidental o superficialmente espectacular, es fundamentalmente espectacularista. En el espectáculo, imagen de la economía dominante, la meta no es nada, el desarrollo lo es todo. El espectáculo no quiere llegar a nada más que a sí mismo».

De todo esto se desprende claramente que un enfoque críticamente estéril de la gestión de nuestro futuro se ha convertido en la norma. La falta de regulaciones en el mercado financiero, o en cualquier otro segmento de nuestra sociedad, requiere una comprensión profunda del poder político y de la lógica tecno-feudal que sustentan estas circunstancias. Un buen punto de partida podría ser cuestionar cómo estos hechos contribuyen a la erosión de la realidad y, en consecuencia, a nuestra explosión-explotación como agentes sociales.

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