Foto por Jorge G. Arocha | Francotirador (2019)
Rápido, cuando el titular parece enloquecer, devoras la espiral de noticias que ya San Google tiene sobre el suceso. Izquierdas y derechas hicieron su trabajo. Y ahí estás tú, absorto, en medio de la noticia de los medios sin saber en qué creer. La noticia ha dejado de importarte, los miles de muertos, las ayudas humanitarias, los gritos, las voces del infortunio que malamente se oyen a través de ese video amateur, las manos a la cabeza del transeúnte. Todo eso se desvanece tras la incertidumbre de encontrar a un culpable. Quién será el cabrón terrorista, te preguntas.
Frente a la tragedia de la vida y sus discontinuidades abruptas (educados sobre el principio de los bandos) lo más lógico es discernir entre buenos y malos. Todos tenemos en el inconsciente a un Sherlock bueno tocando el violín; siguiendo la pista al malo, al ladrón, al asesino, al violador y a las etcéteras parias que han parido una madre. Pero en tu banda sonora imaginaria salta una cuerda y el triste violín desafina una nota, y luego dos, para devolverte a la realidad con un pañuelo lleno de mocos. Y tú, lloras desconsolado, por el dolor que te provoca la muerte de unos desconocidos que ves por la televisión. Y desconsolado vuelves a pensar en quién será el cabrón terrorista.
Se escuchan las sirenas de los carros de policía y de bombero llegando al lugar después de las carroñas, las cámaras, los reporteros, los voyeurs y el resto de sinónimos. No sientes pulso a la situación hasta que despegas tu mirada de la pantalla para cerrar los ojos y piensas por unos segundos en las familias de esa gente muerta, en sus mascotas, en el vacío que dejan en sus hogares y puestos de trabajos. La soledad en la mesa, en la cama, en la foto del cuadro. Y al final del pasillo estás tú, preguntándote por ese desconocido, pero tus segundos de pensar se acaban y vuelve a tu mente la idea de quién será el cabrón terrorista.
Treinta kilómetros a la redonda han sido acordonados. En la pantalla chica, desde la perspectiva del helicóptero, se aprecia una diminuta área en llamas y como hormigas la gente corriendo. A ti se te dispara un hormigueo del carajo, que comienza entre los dedos de los pies, que te atraviesa el estómago y vomitas todo lo que comiste el día anterior. Recuerdas que temes a las alturas y te agachas a recoger el vómito como un autómata. Le alzas el volumen al televisor y vas al baño. Mientras te enjuagas el rostro se te ponen los pelos de gallina al pensar en quién será el cabrón terrorista.
Ya van treinta minutos de noticia, de la misma noticia. Regresas del baño. Y justo antes de tirarte de nuevo en el sofá, te arrodillas en el suelo y te pones a rezar por las almas de aquella pobre gente. No sabes con exactitud a qué Dios pedir, pues eres ateo y hasta un poco marxista. Pero recuerdas que la fe no es igual a la razón y un poco de razón llevas. Confías, entonces, en la aleatoria sintonización y sincronización estelar a sabiendas que tus plegarias las podría oír cualquiera: Shiva, Yavé, la Virgen María, Lenin o el mismísimo Alá. Y sin darte chance de contactar con el espíritu divino, quedas en un bucle mental y vulgar (incluso, para ti que eres hijo de piropero de pueblo). Y te repites una y otra vez: ¡Alá, hijo de puta!, ¡musulmanes malparidos!, ¿habrán sido ustedes? El prejuicio occidental, el miedo malsano, la xenofobia, los rencores con tu primo paquistaní que te robó la novia, el 11S, son más fuertes que tu sensatez y por un momento piensas haber encontrado al cabrón terrorista.
En fracciones de segundos, tus cochinos pensamientos, son barridos por una tal CNN; que entrevista en vivo a un tal Presidente del País; que atestigua haberse aliado a los no barbaros y no terroristas de Medio Oriente. Y tú no lo sabías porque hasta el momento era secreto de Estado. Boquiabierto, sientes el hambre en tu cuerpo. Aprovechas el receso de dieciséis minutos que te brinda el parte meteorológico para llenar las tripas. Mantienes a todo volumen la televisión. Sacas las plantas al balcón porque dice el del tiempo que va a llover mucho cerca de donde vives, y da exactamente tu dirección en pantalla, tu esquina, tu entre calle y el número de tu edificio. La lluvia cae al seguro, como de seguro vas a saber quién es el cabrón terrorista.
Han pasado dos horas, y tú sigues el apocalipsis desde el sofá. A ratos, abiertos tus ojos, a ratos cerrados. Pero no duermes, solo descansas la vista y atas cabo con la ayuda de tu gato Watson. El aire de tu sala se torna caliente. Y sudas porque es verano, porque sientes los nervios y el calor de la escena del crimen que traspasan por los poros de tu plasma. No acaba de llover. Te has quedado casi sin uñas, y ya comienzas a olvidar aquel pensamiento recurrente que tenías.
Por supuesto que ahora duermes. ¡Maldito televidente, despierta!, ¡deja de babear el sofá!, ¡entérate de quien es el cabrón terrorista! ¡Eh!, ¡oye!, ¡chico, abre las entendederas! ¡Watson, tumba algo, aráñale! ¡Páfata! ¡Por fin!, Watson ha dejado caer un libro sobre ti, desde el anaquel encima de tu sofá, directo a tu cabeza. Y te despiertas. No sabes qué hora es, y definitivamente no sabes quién es el cabrón terrorista.
Apenas recuperas la vigilia, tus ojos como dos monedas buscan y encuentran el control remoto del televisor. Haces zapping buscando la mejor cobertura de los acontecimientos. Ya la CNN esa te aburre. Todas las televisoras están repletas de carnadas para el morbo, reportajes en hospitales, entrevistas a los sobrevivientes, a los políticos, a los familiares y demás implicados. Y nada, absolutamente nada, sobre el cabrón terrorista.
A la mañana siguiente enciendes la televisión. Por supuesto que tuviste pesadillas toda la noche. Soñaste que te aparecías en el lugar de los hechos con un equipo forense a perseguir al cabrón terrorista. Pero, así como en tus sueños, aún no sabes nada sobre su identidad y paradero. Te sientes derrotado. Y afirmas que el hecho quedará impune. Cuando de repente ves como retransmiten la noticia que tanto habías esperado, la exclusiva de un tal Cabrón terrorista entregándose a la justicia.
Boquiabierto y extasiado googleas Cabrón terrorista entregándose. Deseas con todas tus fuerzas verle el rostro a la maldad, saber la marca de ropa que usa, sus intrigas amorosas, a quién sigue en Instagram, quién lo sigue a él, si algún pariente es artista, o si lo de Cabrón terrorista le viene de familia. Pero, de nuevo la espiral de izquierdas y derechas abofeteando tu cara. Los de Occidentes dicen que el Cabrón terrorista es un cabrón terrorista. Oriente dice que el Cabrón terrorista no se entregó, que primero fue torturado y que Occidente manipuló la noticia. El Sur dice que el Norte oculta un problema más gordo. Oriente regresa a su medio en la mitad del embrollo. El Norte bloquea al Sur. El Sur se hace aliado de una tal Unión de Europeos. El Cabrón terrorista se escapa. Tú lo ayudas.