La astucia de Ezequiel Vieta

enero 17, 2021

 

Toda obra literaria, nos dice Vila-Matas en alguna entrevista, es siempre un nuevo salto al vacío. Un salto y nada más que eso. El escritor cubano Ezequiel Vieta lo sabía. De Vieta, que nació el 16 de febrero de 1922 en La Habana y murió en un mes desconocido de 1995, (como si ese dato oculto de su muerte fuera un guiño suyo o una prolongación de su arte), podríamos estar hablando hasta el no cansancio y poco alcanzaría esta columna inaugurada el día de hoy en Dialektika y cualquier espacio que se dedique a la literatura. Si Vieta es poco mencionado en el extranjero, en Latinoamérica se encuentra en el perfecto anonimato. Salvo ciertos comentarios críticos de su fiel seguidor Alberto Garrandés que pueden fácilmente encontrarse en Internet, se hace difícil acceder a la obra de este escritor que un día también fue director de grupos de teatro en Santiago de Cuba y docente en varias universidades dentro y fuera de su país. Desde la publicación en 1954 del libro de cuentos Aquelarre, la prosa inquietante de este autor quedó sentada junto a los cuentos bien fríos de Piñera, en lo mejor de la ficción de los años cincuenta. Uno que otro crítico perdido en la inmensidad, habla de esoterismo y estilo encriptado. Nada más ajeno a alguien cuya ideología a lo largo de su vida fue la burla al «estilo» literario, a la voz propia de los autores que tanta tranquilidad y facilidad brinda a sus acomodadas existencias. Ya su esposa, la reconocida académica Beatriz Maggi, hacía referencia también a un «trópico» en la obra de su esposo que no es el trópico folclorista tan descrito en buena parte del costumbrismo cubano que nos sigue hasta hoy.

Algunos libros de Ezequiel Vieta
Algunos libros de Ezequiel Vieta

Quizá haya dos caminos visibles para el lector que decide entrar en contacto con la cuentística de Ezequiel Vieta: tomar la vía polisémica y develar los múltiples significados subyacentes que pueda haber en ella desde la apropiación subjetiva de cada cual, (incluso situarla en el contexto histórico de la Cuba de los años 70 y 80) y el segundo camino, el fenomenológico, donde debemos dejarnos afectar literalmente por aquello que se nos dice, en sus apariciones tan ingenuas como demoníacas.

Aquí estamos ante el salto, y no hay salida. Nuestra mirada situada frente a un espejo negro que nos la devuelve bajo las imágenes de viejas moribundas, verdugos, putas fantasmas, la impavidez de la memoria o la mecánica triste y peluda del amor. Pequeñas formas subversivas tan diferentes entre sí en argumento y estructura como El verdugo y su hijo, El horno, o Aquelarre son muestra de esta entrada tan valiente (como sólo pueden hacerlo los escritores buenos) en el campo minado de la literatura.

Y esa es la gran astucia de Vieta, cuyo cuento En el altiplano, constituye una de esas mordidas súbitas al cuello que algún animal del infierno nos asesta, para luego desangrarnos apaciblemente en un prado de margaritas. Destino y no destino, sentido y no sentido se conjugan en algo que quizás llega a nosotros de manera tardía, pero que siempre llega. El lector podrá sentir que no puede controlar ciertas cosas, que las palabras son como la propia realidad y su inherente obstinación de arrastrarnos al mismo lugar de nuestros deseos, pero también de nuestras pesadillas. «La noche vendrá próximamente y nos barajará en sus cartas» nos anuncia Vieta en otro cuento igual de inquietante llamado El asesino y que vaticinaba lo que vendría y vino en este siglo. Si se desea sumergirse por primera vez en su obra, sugerimos los Cuentos selectos que ha publicado Ediciones Unión en el 2001 con prólogo de Beatriz Maggi.

Foto por Aaron Burden

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