Eduardo Dominic

In Memoriam Eduardo Dominic Oliva: De la razón pura a la razón poética

Eduardo Dominic quiso hacer de la filosofía un ejercicio espiritual, la filosofía como acto poético, como acontecimiento en que se vive y se esperan más preguntas que respuestas
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“Y se recorren también los claros del bosque con una cierta analogía a como se han recorrido las aulas. Como los claros, las aulas son lugares vacíos dispuestos a irse llenando sucesivamente, lugares de la voz donde se va a aprender de oído, lo que resulta ser más inmediato que el aprender por letra escrita, a la que inevitablemente hay que restituir acento y voz para que así sintamos que nos está dirigida (…) abriéndose así un claro en la continuidad del pensamiento que se escucha: la palabra perdida que nunca volverá, el sentido de un pensamiento que partió.”

Zambrano (Zambrano, 2011, p. 127)

Para los estudiantes de la carrera de Filosofía de la Universidad de la Habana, el segundo año constituía -más allá del característico sobrevuelo de la historia de la filosofía sobre un apretado bastión de etapas, y pensadores concatenados en definidas o restrictivas problemáticas- un encuentro mismo con el filosofar.

Tal suceso acontecía con la tan esperada, como temida, Filosofía clásica alemana. Aseguraban los estudiantes de otros años superiores que con clásica alemana se chocaba de verdad con la filosofía. Si para algunos aún no quedaba claro qué habían venido hacer a la carrera, si se había elegido o no la carrera correcta, con clásica alemana se tendría la respuesta. Así acudimos los estudiantes de muchas generaciones a aquel oráculo, confirmación o negación de una elección que pocos hicieron conscientemente, aun para aquellos que escogieran la carrera como primera opción.

En esas condiciones conocimos muchos a ese gran maestro que fue Eduardo Dominic, profesor de una asignatura que tenía fama de difícil, de inaccesible, donde el filosofar puro venía a coincidir con la síntesis del arquetipo del chamán y el ilustrado moderno; libro en la mano, fumando un habano y con aquellos ojos verdes que miraban como acechando algún misterio.

En esas condiciones conocimos muchos a ese gran maestro que fue Eduardo Dominic, profesor de una asignatura que tenía fama de difícil, de inaccesible, donde el filosofar puro venía a coincidir con la síntesis del arquetipo del chamán y el ilustrado moderno; libro en la mano, fumando un habano y con aquellos ojos verdes que miraban como acechando algún misterio. De su voz grave escuchamos nuestras primeras lecciones de Kant y la Crítica de la razón pura. Poco sentido tenía escribir en una libreta a riesgo de perderse el espectáculo de ver en acción al que algunos estudiantes llamaban “Kant con tabaco”, como si de alguna extraña antinomia se tratara.

Muchos recordaremos aquellas histriónicas lecturas y explicaciones de la Crítica de la razón pura como una pantomima de lo intangible. No recuerdo que nadie me dijera, aun siendo estudiante, que había comprendido del todo a Kant. Cualquier pasaje de esa obra nos parecía oscuro, pero en contraste con aquel lenguaje inaccesible venían la voz y las expresiones de Dominic a encarnar el pensamiento. Aquellas clases se parecían más a un drama sobre el periplo del sujeto que a una teoría del conocimiento. La Estética y la Analítica Trascendental eran más una fundamentación de la creación poética que una teoría elemental de la sensibilidad y el entendimiento. Coqueteo con los límites de la razón y sus juegos quiméricos e ilusorios. Región a la que solo se llegaba abandonando la isla de la verdad[1] y entrando en ese mar sin orillas[2] que es la metafísica; intuición intelectual de lo Absoluto —imposible de alcanzar, pero inevitable de buscar— que recordaba a la capacidad visionaria de los profetas y místicos.

Con tales presupuestos no sería difícil ver con Fichte, padre del romanticismo alemán, y sobre todo con Schelling -en su concepción estetizante de la naturaleza como obra de arte que expresara lo sublime de lo infinito- y el Hegel de la Fenomenología del espíritu, que su interpretación de Kant fuera la de un romántico. La misma que reclamaran poetas como Coleridge, Schiller, Novalis y Baudelaire, que ya anunciaba el Sturm und Drang desde Hamann, Goethe y Herder. Influenciados todos por esa facultad sonámbula e inconsciente pero imprescindible que es la imaginación “…arte escondido en las profundidades del alma humana, bien difícil de arrancar a la naturaleza su procedimiento y secreto”( Kant, 2009, p. 196), cópula que conectara los abismos de lo finito y lo infinito, del hombre y lo divino, rara alusión que aparecía en el opus postumum del filósofo de Königsberg cuando veía en el hombre un habitante poético del mundo[3] y que se cumplía en los versos de Hölderlin: “Pleno de méritos, pero es poéticamente como el hombre habita esta tierra” (Heidegger, 1996, p. 103). De ahí que Dominic alternara con sus explicaciones a manera de ejemplos lecturas de libros y autores sobre poesía y literatura o que estableciera extrañas analogías que iban desde los místicos de todos los tiempos, tanto de oriente como occidente, hasta las cuestiones metafísicas que se inferían de la física moderna y del psicoanálisis profundo.

Uno no sabía con qué libro raro se iba a aparecer. Los más curiosos le preguntaban antes de entrar al aula qué libros llevaba esta vez. Para suerte de muchos, aquellas conversaciones podían convertirse en la entrada a la cultura universal, a la formación de un intelectual o de un artista, o a la satisfacción del filosofar. Entonces nos llegaban de sus manos libros prestados, libros que no aparecían ni en los centros espirituales, que no estaban en ninguna librería de la habana, y a veces ni en internet.

Gracias a aquellas conversaciones en los bajos de la Facultad de Filosofía e Historia y Sociología, fue como algunos de sus estudiantes llegamos a encontrar a un excelente interlocutor o a un tutor de tesis, pero sobre todo a un amigo que abriría las puertas de su sabiduría a todo aquel que la buscara.

Así se llegaba a su casa de San Miguel del Padrón, por una conversación pendiente, para una sesión de trabajo de tesis o para recoger y entregar un libro. En cualquiera de los casos, el encuentro con su biblioteca sería un acontecimiento. En mis conversaciones con él, al comienzo como estudiante de filosofía bajo su tutela , después de graduado como un amigo que frecuentaba su hogar, le veía ir y venir de su librero para buscar algún libro de donde quería leerme algo que guardaba relación con nuestro diálogo.

De este modo vi desfilar frente a mí su frondosa  cultura heterodoxa, a través de lecturas y comentarios de libros que en sus manos parecían un tesoro escondido. Por lo general, las conversaciones acontecían en la salita pequeña de su apartamento y a tan solo cinco metros de distancia se dejaba ver un librero de madera  que atravesaba un estrecho pasillo. Recuerdo que la primera vez que me asomé ante aquel librero, sentí una mezcla de ignorancia con asombro. Mi angustia no era la de las influencias, como diría Harold Bloom, sino la de las ausencias. Entonces él se acercó y, con una sonrisa pícara, me dijo que a la cultura no se llegaba por asalto sino por analogía. En aquella ocasión me confesó que fue a través de la obra  del poeta y escritor cubano José Lezama Lima que aprendió esa visión del conocimiento, y que más tarde confirmaría, con sus lecturas de la filósofa y poeta María Zambrano, la posibilidad de un filosofar poetizante como alternativa al  tronchado sendero de occidente. Un camino que, al dejar en entredicho el mito y la poesía a favor de un logos sin alma, dejaba a la criatura humana desamparada:

“…criatura errante que parece haber perdido su “puesto en el cosmos” ha de reencontrar la razón que le haga asequible su propia vida, la razón que rescate sus muchas almas perdidas en la historia y que le haga diáfano su tiempo, el suyo, cuanto sea posible…” (Zambrano, 2012, p. 124).

Razón otra, reconductora del alma del hombre hacia lo divino, religadora de los opuestos más extremos que en el Circulo Eranos[4], otra de las fuentes predilectas de Dominic, hallaba el espacio para un diálogo interdisciplinar e intercivilizatorio. Diálogo entre Oriente y Occidente que permitiera reconstruir la unidad del hombre y el mundo (unus mundos) a partir de la mediación simbólica, como punto donde se entrecruzan mito y razón, arquetipos y tipismos, materia y espíritu, inconsciente y conciencia, inmanencia y trascendencia, imagen y concepto.

Por eso su camino discurrió por los intersticios de la razón pura y la razón poética. Camino medio, que bordeaba los límites del mundo para llegar a la ensoñación, al filósofo soñador que quiere despertar las palabras y convertirlas en símbolos, en vehículos del sentido para una experiencia posible: un encuentro con los orígenes.

El mapa de ese camino se hallaba en aquel librero, del que no puedo evitar decir, tomando prestado el título de uno de los ensayos de Lezama, era una biblioteca como dragón “… lo inasible, lo inapresable, lo inaudible…” (Lezama, 2010, p. 98),  donde cada libro constituía un hexagrama preparado para alguna mutación de la vida a la manera del I Ching o libro de las mutaciones, donde acontecían las eras imaginarias en las que viajó buscando la sabiduría.

Como en el antiguo arte del tiro con arco Zen, concentró su energía en el disparo y no en la diana, no quiso ser “el maestro”, sino despertar al maestro que habita en nosotros.

Fuerza decir que una búsqueda tal, nada tuvo que ver con los coleccionistas de libros o bibliógrafos que acumulan mapas del pensamiento sin jamás recorrer el camino del autoconocimiento. Ágrafo para las instituciones y burocracias del libro y las publicaciones científicas, Eduardo Dominic practicó la escritura íntima como una especie de alquimia del pensamiento, dejándonos tan solo una antología de filosofía clásica alemana. En este sentido, sería un creador desde el habla y el pensamiento, que  quiso hacer de la filosofía un ejercicio espiritual (vivir para la filosofía y no de la filosofía como tantas veces me dijera), la filosofía como obra de arte, como acto poético, como acontecimiento en que se vive y se esperan más preguntas que respuestas. Escritura íntima para el alma que luego regresara a sus estudiantes sin la pretensión de exhibir títulos o nombramientos. Como en el antiguo arte del tiro con arco Zen, concentró su energía en el disparo y no en la diana, no quiso ser “el maestro”, sino despertar al maestro que habita en nosotros.

Coherencia que mantuviera hasta sus últimos días de vida, cuando me confesó que lo único que deseaba hacer era regresar a las aulas. Así partió el 12 de febrero del presente año a la edad de setenta y siete años, dejando esculpido en el libro de su vida y quienes le conocimos no el saber sino la sabiduría.

Referencias

Heidegger, M. (1996). Arte y poesía. México: FCE.

Kant, I. (1983). Transición de los principios metafísicos de la ciencia natural a la física (Opus Postumum). Madrid: Editora Nacional.

Kant, I. (2008). Los progresos de la metafísica. México: Editorial F.C.E, UAM.

Kant, I. Crítica de la razón pura. (2009). Estudio preliminar, traducción y notas de Mario Caimi. México: Editorial F.C.E, UAM y UNAM.

Lezama Lima, José. (2010). La cantidad hechizada. La Habana: Editorial Letras Cubanas.

Ortíz Osés, Andrés. (2012) Hermenéutica de Eranos: Las estructuras simbólicas del mundo. Barcelona: Anthropos Editorial.

Zambrano, M. (2011). Claros del bosque. Madrid: Ediciones Cátedra.

Zambrano, M. (2012). El hombre y lo divino. México: F.C.E.

Notas

[1] «Pero esta ciencia es la metafísica, y esto cambia enteramente la cosa. Ésta es un mar sin orillas, en el cual el progreso no deja huella alguna, y cuyo horizonte no contiene ninguna meta visible con respecto a la cual se pueda percibir cuánto se ha acercado uno a ella. Con respecto a esta ciencia, la cual casi siempre ha existido tan sólo en la idea, la tarea propuesta es muy difícil, casi como para desesperar de la posibilidad misma de resolverla; y aunque se pudiera llevarla a buen término, esta dificultad aumenta todavía por la condición prescripta, de poner a la vista en un discurso breve los progresos que ha hecho. Pues la metafísica es, por su esencia y por su intención última, una totalidad acabada: o nada, o todo.»  (Kant, 2008, p. 7)

[2] “Pero esta tierra es una isla, y está encerrada por la naturaleza misma en límites inalterables. Es la tierra de la verdad (un nombre encantador), // rodeada de un océano vasto y tempestuoso, que es el propio asiento de la apariencia ilusoria, en el que mucho banco de niebla, y mucho hielo que pronto se derrite, fingen nuevas tierras, y, | engañando incesantemente con vacías esperanzas al marino que viaja en busca de descubrimientos, lo complican en aventuras que él jamás puede abandonar, pero que tampoco puede jamás llevar a término.” (Kant, 2009, pp. 273-274)

[3] “Cosmotheoros: aquél que crea a priori los elementos del conocimiento del mundo, a partir de los cuales ensambla en la idea la contemplación del mundo, al mismo tiempo que es su habitante” (Kant, 1983, p. 643).

[4] El Círculo de Eranos es una de las escuelas de pensamiento que con más profundidad abordó los problemas de la imaginación simbólica en el siglo XX.  Surgido en 1933 y disuelto en 1988, este círculo, inspirado por C.G. Jung, reunió en torno suyo a especialistas y sabios de las más disimiles áreas del saber y procedencias geográficas-culturales; que, ante los efectos alienantes de la racionalización instrumental y crisis espiritual de su tiempo, pretendían dar una visión holística y no fragmentada del sentido de la existencia,  a partir de la exploración del imaginario cultural y el universo simbólico de las religiones, el arte y la mitología de todos los tiempos y regiones del planeta. Para más información en torno a la historia y las concepciones del Círculo de Eranos, véase Ortíz Osés, Andrés. (2012) Hermenéutica de Eranos: Las estructuras simbólicas del mundo. Barcelona: Anthropos Editorial.

14 Comments

  1. Excelente artículo, no tuve la suerte de conocer al Profesor Dominic en persona, pero si supe sobre la gran influencia que tuvo en uno de sus grandes alumnos y seguidores, Yosnier Rojas Capote autor de estas bellas palabras y hermano en lo personal. Muchos Éxitos y que continúes esparciendo el ejemplo del gran filosofo que eres.

  2. Que mejor homenaje, que su discípulo nos cuente cuanto le inspiró este gran hombre. Tenía un aura sobre él que mostraba lo genuino de su alma. Genial artículo hermano, mucho mejor homenaje.

  3. Gracias Yosnier. Mejor homenaje imposible. Recoges en tus líneas lo que representó el Dominic para sus alumnos. Gracias a él te conocí y transitados juntos el camino de la sincronicidad acuñado por Jung, y repensado por él. Gracias a ti, ahora vuelvo a él en estas líneas.

  4. Gracias Yosnier. Mejor homenaje imposible. Recoges en tus líneas lo que representó el Dominic para sus alumnos.Gracias a él te conocí, y develamos juntos el camino de la sincronicidad acuñado por Jung, y re-pensado por él. Gracias a ti, ahora, cuando más lucidez adquiero sobre estos temas que competen al alma humana, vuelvo a él, gracias a tus sentidas palabras. El mejor homenaje, sin dudas, que se le podía hacer al Dominic es este.

  5. Yosnier gracias por este homenaje al profe Dominic. Solo tú podías escribir algo así. Te recuerdo con mucho cariño. Saludos

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