Si reunimos en un conjunto varios textos de carácter fragmentario, sacados de algunos ilustres escritores que optaron por esta forma, Heráclito (pues poco importa que sus fragmentos sean «restos» conservados por la tradición: Heráclito es para nosotros estos fragmentos, enigmáticos y «cerrados»), el maestro Eckhart (sus Máximas), Pascal (los Pensamientos), Nietzsche (Aforismos), Walter Benjamín (sus Tesis sobre filosofía de la historia), Marx (Tesis sobre Feuerbach), Wittgeinstein ( el Tratactus), por sólo citar algunos, y los ordenamos aleatoriamente, el resultado será para nosotros una suma obviamente heteróclita, mas sólo percibiremos cierta incongruencia pues como lectores intentaremos una operación absurda: valiéndonos de las diversas hebras que nos proporciona la razón –el tiempo, lo temático, cuestiones estilísticas, etc. – trataremos de enhebrar todas esas agujas para finalmente hacer un nudo y exclamar: ¡he aquí un todo coherente!
Si pudiésemos enfrentarnos a este conjunto hipotético desprovistos de toda intención previa -pues ser un lector «activo» dista un paso de ser un lector «prejuiciado»-, posiblemente asistiríamos al fenómeno curiosísimo de reconocer cada fragmento en todos, cómo se «contaminarían» unos a otros, o sencillamente pudiésemos con toda tranquilidad aceptar lo heteróclito, como mismo podemos aceptar que entre dos ideas cualquiera de un texto cualquiera, uno en el que presupongamos cierta «unidad», pueden concebirse un sinnúmero de caminos, alternativos respecto al dado (y esta «sospecha» es algo que hace sumamente atractiva, e inquietante, toda lectura).
Podemos concebir, pongamos por ejemplo, una obra elaborada por Marx durante doscientos años (una especie de Marx antediluviano), y entonces, desprovistos del culto por la «cantidad», alejarnos lo suficiente como para que El Capital se nos aparezca en su carácter de fragmento, y notar todo tipo de «incongruencias» entre los Manuscritos y la última obra concebible. Una visión sub specie aeternitatis -que todo lo abarca y todo lo penetra-, del conjunto de obras que han sido y serán, posiblemente revelaría uno de esos paisajes impresionistas, aparentemente íntegros pero compuestos por puntos.
Me ha parecido una idea sumamente estimulante, al comprender la dimensión temporal que no se vislumbra en el instante impresionista en que una obra es gestada. Si esa obra supiera el acontecer del devenir que le espera y sin poder sin remedio ser escrita de otra forma en la que fue concebida, pudiera haber sido distinta, en el contrafáctico que niega su propia existencia si ese fuera el caso.