La ignominia de la pobreza, Simone Weil y el Club Mundial de Filosofía

Hambre y pobreza son la ignominia por antonomasia, frente a los cuales el resto de los jinetes del apocalipsis casi serían hasta bienvenidos.
febrero 6, 2023
Cerca de los alrededores de la estación de tren de Bandra en Bombay, India
Cerca de los alrededores de la estación de tren de Bandra en Bombay, India. Fuente: Wikimedia Commons

Se cuenta que en conversación con Simone de Beauvoir, la gran matriarca de la Rive Gauche, Simone Weil, la “virgen roja”, contestó a la aseveración de la primera de que el objetivo de la vida no era la búsqueda de la felicidad sino del sentido, con la siguiente y algo irrespetuosa admonición: “es evidente que nunca has pasado hambre”.[1]

Y es que lo peor del hambre no es únicamente que te consuma como una necesidad tan acuciante que la única salida provisional que te deje para escapar a su tormento sea intentar dormir. Para colmo de males, por añadidura, te convierte en un ser envilecido, en alguien que se arrastraría y cambiaría toda su humana dignidad -y no una simple primogenitura, como en la Biblia- por un plato de lentejas.

Ha habidos periodos[2] de la historia europea en que el hambre, la pobreza y la desesperación han campado a sus anchas. Todos los cuentos que nos relataban de niños no son más que versiones dulcificadas de momentos especialmente terribles de la Baja Edad Media en las que unos infelices niños y niñas se veían forzados a salir de casa en busca de comida -Pulgarcito, Hansel y Gretel, la abuelita de Caperucita esperando la cestita, etc.-, para terminar por toparse con una casa hecha de dulces pero custodiada por una bruja[3] canibal que tan sólo pretendía engordarles para mejor zampárselos después, pero nunca a una escala tan brutal en términos geográficos y tan sostenida en el tiempo como en la inaceptable situación actual del llamado Tercer Mundo. Si reducir a una sola persona a la indignidad absoluta de la pobreza y el hambre ya es el pecado más imperdonable de todos los pecados, hacerlo con todo un pueblo o con toda una vasta región del globo es algo que clama al Cielo en una medida tal que refuta enteramente no la existencia, sino la integridad moral del Jehová del Antiguo Testamento[4], que tuvo la desfachatez de enviar un Diluvio por muchos menos que eso, por simples bagatelas en realidad.

Por todo ello se debe recibir con agrado y seguir con entusiasmo la iniciativa de nuestros amigos del Club Mundial de Filosofía de convocar los próximos días 6, 7 y 8 del presente mes de febrero un debate en Barcelona acerca del modo de afrontar el problema ingente de la pobreza en el mundo. Es radicalmente imposible que exista, haya existido o pueda existir urgencia mayor en los más remotos confines del Universo visible o invisible. Cualquier otra cuestión delicada palidece puesta al lado de la de la pobreza y el hambre inducidas y consentidas en el mundo actual. Decía de nuevo Weil, esta vez por escrito, que “en esta vida, los que sufren no pueden quejarse. El resto no les comprenderán: quienes no sufren se burlarán de ellos y a quienes sufren les parecerán insoportables, pues ya tienen más que suficiente con su propio sufrimiento”.

Hambre y pobreza son la ignominia por antonomasia, frente a los cuales el resto de los jinetes del apocalipsis casi serían hasta bienvenidos.

Pero no se ceba la pobreza únicamente en la cara perdedora del globo, también castiga a nuestro alrededor, en nuestras mismas narices, en ese llamado Cuarto Mundo que se segrega del Primero y que sangra de las fuentes de la pésima y completamente irracional organización del trabajo de parte del turbocapitalismo actual.

A ese respecto escribía de nuevo Simone Weil, que sabía muy bien de lo que se hablaba, en Reflexiones sobre las causas de la libertad y de la opresión social:

“Podemos preguntarnos si existe un ámbito de la vida pública o privada en que las fuentes mismas de la actividad y de la esperanza no estén envenenadas por las condiciones en las que vivimos. El trabajo ya no se realiza con la conciencia orgullosa de ser útil, sino con el sentimiento humillante y angustioso de poseer un privilegio otorgado por un golpe de suerte pasajero, en pocas palabras, de poseer un puesto de trabajo, un privilegio del cual se excluye a muchos seres humanos por el hecho mismo de que uno goza de él.”

O sea: exactamente el corazón podrido del sistema que padecemos, y para pensar a fondo el cual ha sido concebido este necesario congreso.


Notas

[1] La subversiva Simone Weil, una vida en cinco ideas, Robert Zaretsky, editorial Melusina.

[2] Creo que ya he referido esto en algún otro sitio, pero la cosa real e histórica más triste que he leído en mi vida con mucha diferencia se encuentra en el Los anillos de Saturno de G. W. Sebald, donde se cuenta que a fines del s. XIX en China se vivió una hambruna gravísima a causa de la mala política de una emperatriz inepta, cuya consecuencia fue que las familias se intercambiaban a sus hijos para no tener que ver morir por inanición a los suyos propios… El horror.

[3] En Las brujas (que, por cierto, es anterior a El nacimiento de la tragedia de Nietzsche y contiene ideas sospechosamente similares), Jules Michelet explicaba que el origen de la acusación de brujería residía en que ciertas mujeres preferían vivir solas en pleno bosque a sufrir las cadenas del matrimonio, la maternidad y la represión del párroco local, de manera que la forma que tuvo la Santa Iglesia Apostólica y Romana de acabar con tan mal ejemplo de libertad e independencia fue denunciarlas como responsables de todas las calamidades sufridas por la gente del entorno. Algo parecido defiende recientemente Silvia Federici en Calibán y la bruja, del año 2004 y publicado en Traficantes.

[4] La del Nuevo Testamento tampoco es mucho mejor, contra el mito de que la Iglesia siempre ha acogido a los pobres y desfavorecidos. Marcos 14:7, dice Jesús, matizando el mandato del Deutonomio de atender a los pobres, porque a los pobres siempre los tendréis con vosotros; y cuando queráis les podréis hacer bien; pero a mí no siempre me tendréis”. O en Juan 12:8, lo mismo: “Porque a los pobres siempre los tendréis con vosotros; pero a mí no siempre me tendréis”.