Horkheimer y el mito de lo social en la filosofía

julio 14, 2021
Horkheimer y lo social

El perfil de una teoría crítica referente a la sociedad, tiene en Horkheimer, una especie de formulación más exacta, gracias al estudio de los fenómenos de la conciencia como parte del proceso social.

Como Marx apuntara certeramente, no se trata solo de la relación entre la base económica de la sociedad y la superestructura, sino que empiezan a tomar cartas en el asunto elementos tales como la ideología, la falsa conciencia, y la estructura psíquica de los individuos. Es así que, para certificar el análisis concreto de los fenómenos socio-culturales, Horkheimer emprende una cruzada en nombre de la investigación filosófica de la sociedad, como un compromiso histórico ante la puesta en marcha de su ostracismo por parte de otras ciencias.

Esta actitud revela un hito de la marginalización de la filosofía, en tanto se identifica al conglomerado de las ciencias particulares como imprescindibles según su posición y prestaciones en la sociedad, cuestión que deriva de un status quo adquirido y legitimado a nivel subjetivo: tanto la física, la química, la medicina, como la historia, son el fruto de acervos culturales arraigados en la conciencia de cada individuo. Sobre este fenómeno, Habermas ya hacía referencia al indicar cómo la ciencia y el desarrollo tecnológico, se encargan de instaurar tanto modelos racionales como conductuales mediante un conjunto de estrategias bien delimitadas, o sea, la actividad científico-técnica empieza a constituirse como una nueva experiencia de la realidad social, como una ideología. A esta cuestión se le suma el hecho fatídico que apuntan algunos autores, según el cual, la filosofía presenta una multiplicidad de definiciones que la hacen inestable ante la elucidación de un objeto y método representativos, y que por ende hacen eclipsar un posible compromiso con lo social:

«La filosofía carece de tales guías. Es cierto que en ella se depositan muchas esperanzas: se le pide que encuentre soluciones a problemas que las ciencias no tratan o tratan de manera poco satisfactoria. Pero la praxis social no ofrece ninguna pauta a la filosofía: esta no puede conducir a éxitos de ninguna especie[1]».

De modo que, la filosofía desde la visión de otras actividades intelectuales y científicas, se muestra como un agente hostil ante la praxis social, ya sea por lo enrevesado de su lenguaje, por la densidad de sus sistemas o por simplemente no ofrecer soluciones perceptibles. Y es que la filosofía discrepa respecto a la inmanencia con que se asumen los principios de la realidad. Ella misma se presenta «contra la mera tradición y la resignación en las cuestiones decisivas de la existencia; ella ha emprendido la ingrata tarea de proyectar la luz de la conciencia aun sobre aquellas relaciones y modos de reacción humanos tan arraigados que parecen naturales, invariables y eternos»[2]. Precisamente el aspecto peculiar y distintivo de la filosofía es su fuerza incontrastable que la incapacita para estar asociada a un campo de acción fijo y delimitado como las otras ciencias dentro de la realidad social. Su razón y voluntad dialéctica estrechan principios de adaptación y permeabilidad que la hacen complemento indisoluble de la sociedad. La filosofía no marcha a ciegas, pero no precisa de teorías amuralladas ni datos establecidos que le tracen el camino a seguir como la ciencia.

La filosofía no marcha a ciegas, pero no precisa de teorías amuralladas ni datos establecidos que le tracen el camino a seguir como la ciencia.

Sin embargo, aunque la ciencia y la técnica han marcado líneas de cambios, el progreso de la humanidad en muchos aspectos languidece. La propia tecnificación de la sociedad, ha conducido a dos procesos simultáneos con resultados diferentes: por una parte, se ha desatado una actuación mecánica sin que medie algún agente de la conciencia ni del pensamiento crítico; y por otra, se ha engendrado una crisis espiritual en la totalidad social. En el teatro de la posmodernidad, Horkheimer advierte «la doble entrada triunfal de la ciencia y de la técnica en detrimento de los órganos intelectuales y en el hecho de que algunas facultades creadoras del hombre relacionadas con el individuo están a punto de desaparecer». Tal aseveración es comprensible desde el justo momento en que se interrogue por el alcance de lo científico-tecnológico y el acompañamiento de un completo irracionalismo general.

Más la cuestión en boga no trata de hacer de la filosofía un medio a empujones que debe influir impositivamente en la utilidad social. Este sería un esfuerzo en vano y una vuelta a la instrumentalización que tanto Horkheimer criticó: «La verdadera función social de la filosofía reside en la crítica de lo establecido»[3].

Se atiende de esta manera a un desprecio por la superficialidad, a un convite a la investigación desde la lógica y que esta, por si misma, dote de sentido práctico cada una de las características de la sociedad. Al respecto cabría hacer alusión en este punto, a la relación entre la filosofía y la sociología. Sin duda alguna se trata de dos disciplinas que gozan de una salud y un prestigio en la academia, pero que inevitablemente revisten una importante disputa histórica entre ellas. Esta imagen lleva consigo la desventura en la cual, dos de los pilares fundamentales para la comprensión de los procesos sociales, fraccionan el conocimiento desde la no compensación de sus métodos y perspectivas particulares, dejando como resultado el arribo a puntos de vista endebles. Eso sin contar aquella máxima que reza que la sociología es de burgueses y la filosofía del proletariado. Lo que pudiera convertirse en un sistema sólido del pensamiento, ha terminado por ser una riña de escolares por el título al más capaz. De este modo tan tenso escenario, oculta una paradoja en su seno, al tiempo que existe un tráfico de influencias entre estas disciplinas, provocando así que muchos filósofos se afilien al espacio teórico de la sociología y viceversa.

Aun así, el proyecto sobre el que Horkheimer opera, sondea la puesta en escena de la ciencia como producto cultural socialmente establecido; pero también, está afianzando un intento meticuloso por demostrar la validez del apartado filosófico en el análisis de la realidad. Sin embargo, un siglo después, todavía se mantiene precoz en la mentalidad colectiva, esta distinción para fomentar el desarrollo del pensamiento crítico y dialéctico. Ante un mundo moderno antifilosófico, el aspecto social de la filosofía se desvanece, se vuelve ilusorio, se mitifica. Y no se trata de un pesimismo declarado, sino de una verdad entredicha. Se trata del triunfo de la mediocridad frente a la avalancha de procesos y acontecimientos sociales del presente.

Notas

[1] Horkheimer, Max: La función social de la filosofía, en Teoría Crítica, Editorial Amorrortu, Buenos Aires, 2003, pág275.

[2] Ídem. pág.276.

[3] Ídem. pág.282.

Boletín DK